Monumental Pogacar



Pogačar, en su último ataque, en el Monte Carpegna el sábado pasado.FABIO FERRARI (AFP)

Si Pogacar es Merckx, y como tal se le exige, Van Aert tendrá que ser De Vlaeminck, y así se espera de él. Los aficionados de la tercera década del siglo XXI gozan con el ciclismo como gozaron los de los años 60 y 70, hace ya tanto que solo saben de ellos, de sus ídolos, por lo que leen en los escritores que crearon el mito y por los vídeos vintage que les hace adorar al mismo nivel las gorras con la visera levantada y las largas fugas solitarias, absurdas y únicas; y creer en el poder siempre humano del derrotado, en su aparente despreocupación.

Y con ellos, con los recuerdos que nunca tuvieron, juegan y esperan, como esperaba Antonio Maspes, el rey del surplace, 25 minutos parado sobre la bicicleta en el velódromo de Vigorelli antes de lanzar su sprint, 200 metros en 10,8s, y se acordarán todos de él el sábado en la Milán que se supone fría y brumosa al amanecer, y el rocío dando verde a los parques, porque la San Remo saldrá justamente de allí, del velódromo de Vigorelli reconstruido y bautizado en honor del gran Maspes, la personificación del ciclismo: espera y ataque.

Llegan así al primer gran día del año, a la Milán-San Remo, la classicissima del sábado en la que por fin sus destinos, el de Pogacar , intocable, el de Van Aert, desafiante, se cruzan, y hay que elegir a uno que haga estallar la emoción del aficionado como brota la alegría en el corazón de los ciclistas, arriba en el Turchino, atravesado el túnel, 540 metros sobre el nivel del Tirreno, y la costa a sus pies, mimosas en las cunetas, la primavera repentina, y el invierno triste se queda atrás, pegado a los campos de trigo del Piamonte. La vista y el alma se ensanchan cuesta abajo, hacia la carretera de los cabos, Mele, Cervo, Berta, 266 kilómetros recorridos ya, más de seis horas dando pedales, hacia la esperanza en la Cipressa, el sueño en el Poggio, la persecución en la vía Aurelia, la emoción total en vía Roma, la calle estrecha de la ciudad de los casinos y el festival, y las flores frente al mar, donde Eddy Merckx, de 20 años y un maillot de ajedrecista Peugeot, se reveló en 1966, años antes de ser el Eddy del Giro y del Tour, como el más grande por venir.

56 años después, Merckx ha revivido encarnado en un esloveno rubito de 23 años y de tez clara, mirada limpia e ingenua, y un mechón de su cabello como estandarte de guerra. Es Pogacar, caníbal, hambriento, imbatible; es Merckx que ataca aunque no sea necesario, con el jersey de líder, ataca por el placer de atacar, caprichoso. Como así ha hecho para conseguir las victorias que más se le recuerdan, la de su segundo Tour en los Alpes heladores de julio del 21, la del Giro de Lombardía en octubre, las Strade Bianche este marzo, las dos Tirrenos, los muros de las Marcas en Castelfidardo del 21, el monte Carpegna de Pantani nevado del 22, nadie se conformará con que gane la San Remo esperando como Maspes, como un vulgar esprínter, como hacía Óscar Freire, y lo hizo tres veces, a los últimos metros.

Se le pide más, se le pide que ataque en la Cipressa como hacían algunos en los tiempos de la EPO, una rampita de menos de seis kilómetros al 4%, laderas con olivos, un ciprés entre tapias arriba, en el pueblo, a 234 metros sobre el mar tan azul, que el pelotón ataca a cuchillo, y ay de aquel que tiemble, y devora a una media de 34 kilómetros por hora, tan a gusto todos a rueda y Pogacar delante comiéndose el viento, haciendo un hueco, lanzándose con unos segundos de ventaja que crecen porque los equipos que le quieren cerca tienen que esperar a que lleguen los culones rezagados para organizarse y perseguir, y aguantando, y son nueve kilómetros hasta el Poggio junto al mar y sobre San Remo. Le quedarán entonces 9,2 kilómetros para la meta, pero antes, allí, otro sprint a tope, a tope, hasta 160 metros de altitud, muchas curvas, 3,7 kilómetros de ascensión al 3,7%, y, más que nada, un descenso loco de tres kilómetros con los ojos abiertos y colchones en las esquinas de las calles, desde la cabina de teléfonos y la Madonna della Guardia, hasta el mar. Y ya, entonces, nada más que llano, vía Aurelia, dos kilómetros, la rotonda, vía Roma…

Y, claro, solo Pogacar será capaz de hacerlo, en 50 años no ha nacido otro como él y, así, solo, grande, ganará su tercer monumento, sueña la afición que aún no ha llegado al punto de cansarse de que gane siempre el mismo, y aún no le insultará por abusón, como algunos insultaron a Anquetil, a Merckx… Ganará la 113ª San Remo solo como ganó el 115ª Lombardía, y no al sprint como ganó la 107ª Lieja ante el arcoíris de Alaphilippe, y ya solo le quedarán dos monumentos para completar la colección, Flandes y Roubaix. Monumentos, carreras de un día con más de un siglo de antigüedad, de más de 250 kilómetros de recorrido por carreteras que apenas cambian de año a año.

Y será así a menos que Van Aert, que es De Vlaeminck, otro que, como solo Merckx y Van Looy en la historia, tres belgas, ganó los cinco monumentos en su carrera, y logrará pegarse a Pogacar en el ascenso a la Cipressa y en el Poggio, porque sube acelerando como ya hizo el domingo tirando de Roglic hacia Yates en el col d’Éze camino de Niza, tan cercana, la Costa Azul francesa pegada a Riviera italiana. Roglic dice que estará con él para acercarle a Pogacar , que le trabajará, y Van Aert, del ciclocrós al sprint y a la contrarreloj, al pavés y a los muros de Flandes, ya no es el mismo belga que hace dos años ganó al sprint la San Remo ante Alaphilippe. Más fino, más escalador explosivo, menos sprinter… Coloso contra coloso chocarán hacia San Remo, y los aficionados sueñan.

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