Muere el compositor y director de orquesta Cristóbal Halffter a los 91 años

El compositor y director Cristóbal Halffter, durante un ensayo con la Orquesta Nacional de España de la obra 'Las turbas', en 1996.
El compositor y director Cristóbal Halffter, durante un ensayo con la Orquesta Nacional de España de la obra ‘Las turbas’, en 1996.

Entre viñas y la piedra de los muros de su castillo en Villafranca del Bierzo (León) pasó gran parte de su vida Cristóbal Halffter. Pero no encerrado, sino abierto al soplo de los sonidos que él supo imaginar para reconstruir, tras diversas catástrofes, la música del siglo XX. Había nacido en Madrid en 1930 y ha muerto este domingo en Ponferrada a los 91 años, según han confirmado fuentes de la familia.

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Perteneció a una estirpe de músicos dentro de una familia que sufrió la sima de la guerra civil. Sus tíos, Ernesto y Rodolfo, encauzaron de alguna manera su talento para la dirección y la composición como ha hecho él después con su hijo Pedro Halffter Caro. Salió huyendo de la Guerra Civil muy niño, con sus padres, que se refugiaron en Alemania hasta que terminó la contienda.

De regreso a Madrid, Halffter, desde muy temprano, decide seguir los pasos de sus tíos y en 1947 ingresa en el Real Conservatorio de Madrid para estudiar con Conrado del Campo. El destino y la lógica de los calendarios quieren que acabe en 1951: justo el año en que da comienzo la generación que ha hecho historia en la música española contemporánea con él como uno de sus grandes referentes junto a Luis de Pablo, Carmelo Bernaola, Ramón Barce, Joan Guinjoan o Antón García Abril. De todos ellos fue la tarea de reconstruir tras la brecha de la guerra y el páramo de una España amputada de talento, una continuidad truncada en la música. El enfrentamiento y el exilio habían destrozado las carreras y las vidas de quienes tuvieron que refugiarse lejos, como su tío Rodolfo, en México, donde falleció en 1987, o como Manuel de Falla, en Argentina.

Vínculo con Falla

El vínculo de los Halffter con ese exilio y con Falla fue directo. De hecho, Ernesto se encargó de terminar la obra inacabada del compositor andaluz, Atlántida. De aquella senda bebió el joven Cristóbal, quien muy pronto quiso indagar en la vanguardia. Esa inquietud le estaba vetada en las clases de Conrado del Campo. Halffter se interesaba por la Escuela de Viena —Schoenberg, Alban Berg—, por Bartok, por Stravinski, a quien sirvió de guía en una visita en Madrid. “Con don Conrado no se podía hablar de estas cosas, yo los estudiaba por mi cuenta”.

Decidió pues tomar muy joven el camino de la experimentación y mirar a Europa. Concretamente a Darmstadt, donde él y sus colegas españoles de generación tuvieron una presencia activa. Supieron buscar y conectar con la corriente de su tiempo, desde la ruptura y el riesgo, para dotar de nuevos lenguajes la mermada capacidad creativa de este arte en pleno franquismo.

Allí se enrolaron en la escuela liderada por Wolfgang Steinecke desde 1946, quien nada más acabar la Segunda Guerra Mundial impulsó un movimiento continental que debía también reconstruir desde las ruinas las nuevas sendas de la música mundial más rupturista y heterodoxa. Hasta allí acudieron Karheinz Stockhausen, Hans Werner Henze, Luigi Nono, Xenakis, Ligeti, Messiaen, Varèse, John Cage… En sus diatribas, discusiones, tomas de posición muchas veces encarnizadas participaban filósofos como el implacable Adorno en materia musical, muy a tono con actitudes ultrarradicales, como las de Pierre Boulez.

De izquierda a derecha, Cristóbal Halffter, Luis de Pablo y Antón García Abril, en 2003.
De izquierda a derecha, Cristóbal Halffter, Luis de Pablo y Antón García Abril, en 2003.MANUEL ESCALERA

Todo ese ambiente lo exploró a fondo Halffter, que ya en 1952 había compuesto su primera obra, Antífona Pascual, a la que había seguido en 1953 su Concierto para piano y orquesta y dos años después sus Tres piezas para cuarteto de cuerda. Halffter fue prolífico pero medido. En los últimos años componía entre los muros de Villafranca meticulosamente, acompañado siempre de su esposa, la pianista María Manuela Caro y Carvajal, Marita (fallecida en 2017, con quien tuvo tres hijos: María, Alonso y Pedro), concentrado con su papel impoluto y multitud de plumas y tarros de tinta china, con una dedicación artesanal y entregada en espera de la iluminación y el genio.

Tardó en adentrarse en la ópera. Comenzó tarde, en el año 2000, cuando presentó su Quijote en el Teatro Real, con un montaje de Herbert Wernicke y libreto de Andrés Amorós, dirigida por Pedro, su hijo. Al universo de Cervantes siguió otro encargo, Lázaro, por parte de la ópera de Kiel, donde también estrenó su obra basada en La novela del ajedrez, de Stefan Zweig en 2013.

La literatura y el arte fueron siempre inspiración fundamental de su obra. Aparte de Cervantes y Zweig, buscó el aliento poético de Juan Ramón Jiménez para Platero y yo o de Machado, Lorca y Miguel Hernández para su Elegía a la muerte de tres poetas españoles y a Goya para sus Pinturas negras. La base de la música sacra la exploró en varias piezas y también estableció desde la vanguardia del dodecafonismo y el serialismo un diálogo con compositores españoles del renacimiento o el barroco como Tomás Luis de Victoria o Juan de la Encina.

Su carrera se desarrolló tanto en España como en Europa, donde jugó un papel destacado en Alemania y Francia, sobre todo. En 1968 Naciones Unidas le encargó una obra (la cantata Yes, Speak out) para conmemorar el 20º aniversario de la Declaración de Derechos Humanos. Su preocupación por la degradación de los mismos quiso dejarla patente en La novela del ajedrez, su última gran obra estrenada. Ahí acudió a la alarma desesperada de Stefan Zweig y antes de estrenarla confesó a EL PAÍS: “Esta es una obra que alerta sobre los fantasmas de Europa, sobre sus locuras colectivas, sobre el riesgo de aniquilación que él contempló”.


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