Muere el juez iraquí que presidió el juicio por genocidio contra Sadam Husein

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El juez iraquí Mohamed al Oreibi preside el juicio contra Sadam Husein, en Bagdad en septiembre de 2006.
El juez iraquí Mohamed al Oreibi preside el juicio contra Sadam Husein, en Bagdad en septiembre de 2006.DARKO BANDIC / AP

Mohamed al Oreibi al Jalifa, que presidió el juicio contra el dictador iraquí Sadam Husein por genocidio contra los kurdos, ha muerto por complicaciones de la covid-19 en un hospital de Bagdad. Tenía 52 años y se había retirado de la magistratura. Tras la invasión estadounidense en 2003, el procesamiento de Sadam marcó el fin de la dictadura en Irak y señaló el inicio de un convulso camino a la democracia que todavía hoy encuentra dificultades para asentarse.

El Consejo Judicial Supremo, que anunció el fallecimiento de Al Oreibi el pasado viernes, alabó en un comunicado el coraje del juez durante el juicio contra el tirano y varios otros altos cargos baazistas. “Se enfrentó a los símbolos del anterior régimen dictatorial y su gobernante, por lo que permanecerá inmortal en los corazones de los iraquíes en general, y de los jueces en particular”, aseguraba el texto.

Al Oreibi, un árabe chií nacido en el barrio capitalino de Karrada, se licenció en Derecho en la Universidad de Bagdad en 1992. Fue nombrado juez en el año 2000, bajo la presidencia de Sadam, quien desde hacía dos décadas controlaba el gobernante Partido Baaz. Poco podía imaginar entonces que seis años después iba a verse al frente del tribunal en el que se juzgaría al hombre que había firmado el decreto de su designación.

El joven juez Al Oreibi fue uno de los integrantes del Alto Tribunal Iraquí creado en diciembre de 2003 para juzgar los crímenes cometidos bajo el régimen de Sadam. Como el resto del equipo judicial, recibió formación de magistrados extranjeros especializados en juicios de esa naturaleza. Aunque los iraquíes no quisieron un tribunal internacional sino una instancia local con jueces y fiscales iraquíes que siguieran el procedimiento criminal del país, tuvieron bajo cuerda un importante apoyo exterior, en especial sobre los delitos de genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra que hasta entonces no estaban contemplados en la legislación iraquí.

Al Oreibi formaba parte del equipo de jueces instructores que prepararon los cargos contra el propio dictador a partir de agosto de 2004. Pero su nombre saltó a la fama dos años más tarde, cuando remplazó al juez Abdullah al Amiri (tachado de demasiado blando con Sadam) como presidente del tribunal en el proceso por el genocidio de decenas de miles de kurdos con armas químicas entre 1986 y 1988, conocido como campaña Anfal. Junto a Sadam, también se juzgaba a su primo Ali Hasan al Mayid, conocido como Ali el Químico, y otros cinco altos cargos.

En su primer día al frente de la audiencia, Al Oreibi respondió a las repetidas interrupciones de los abogados defensores y del propio Sadam, expulsando al dictador de la sala, un gesto que se repetiría en más ocasiones a pesar de las amenazas de este. “Tu padre estaba en las fuerzas de seguridad y siguió trabajando en ellas hasta la caída de Bagdad”, espetó Sadam al juez tratando de ensuciar su imagen. “Te desafío ante el público si tal es el caso”, le respondió el magistrado, marcando el tono del resto del proceso.

Sadam fue ahorcado el 30 de diciembre de 2006, antes de que concluyera el juicio por el caso Anfal. Había sido condenado a muerte en una causa anterior por el asesinato de 148 chiíes y los políticos de esta comunidad no pudieron contener su sed de venganza. Pocos días antes de su ejecución, el dictador escribió a Al Oreibi: “Te odio tanto que no puedo mirarte a la cara. A partir de ahora no voy a asistir a las sesiones del tribunal”. En junio de 2007, el tribunal condenó a muerte a Ali el Químico.

La actitud de Al Oreibi no estuvo exenta de valentía. Durante el proceso, al menos un juez y tres abogados vinculados al mismo fueron asesinados. Él, como otros magistrados, tuvo que trasladarse a vivir a la Zona Verde de Bagdad y acostumbrarse a tener una escolta de medio centenar de policías. “El hombre que los dirige es mi sombra, me acompaña allá donde vaya”, reconoció en una entrevista meses después del juicio. Hasta el pasado viernes.


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