Nadav Eyal. “Ser judío es luchar por los derechos civiles de todos, también de los palestinos”

Nadav Eyal. “Ser judío es luchar por los derechos civiles de todos, también de los palestinos”

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El periodista israelí Nadav Eyal en Israel.Quique Kierszenbaum

Donald Trump era la historia más interesante en las elecciones de 2016, pero todo el mundo pensaba que iba a perder”, recuerda el periodista israelí Nadav Eyal, de 43 años, en un café de Jerusalén, al tratar su cobertura de la campaña del magnate republicano hacia la Casa Blanca. Sus documentales sobre el terreno para la televisión hebrea le llevaron a asumir que Trump podía ganar. Ese fue el embrión de Revuelta. Desde las trincheras del levantamiento global, que ahora presenta editada por Debate en España (se publica el 16 de junio). “He enlazado con una línea los puntos que representaban los mineros de Pensilvania con las campañas de Le Pen en Francia o las revueltas anarquistas en Grecia para describir una imagen completa”, detalla este reportero especializado en misiones informativas internacionales. El Brexit, la ascensión al poder de Jair Bolsonaro en Brasil o la hegemonía de Viktor Orbán en Hungría son hitos de la visión de gran angular que ofrece en su libro sobre las causas de una ola de descontento mundial contra la globalización.

La edición de Revuelta que se presenta en español ha sido actualizada entre el estallido de la pandemia y el inicio de la guerra de Ucrania. La bandera roja que ondeaba en la portada de la primera versión en hebreo (2018), al hilo de la presidencia de Trump, es ahora blanca, como emblema de la vía intermedia que el autor defiende ante las transformaciones sociales que genera la interdependencia económica. Eyal, destacado columnista de Yediot Ahronot, el diario hebreo de mayor circulación, ha incorporado entre otras novedades un capítulo sobre la proliferación de bulos que condicionan la realidad contemporánea. Su original tesis en pro de una cooperación global en un mundo globalizado es de corte keynesiano.

PREGUNTA. Defiende en su obra la globalización, pero su implantación ha corrido en paralelo al auge del populismo nacionalista, con el resultado adverso de un desigual reparto de la fortuna en las sociedades. ¿Por qué suscita tan amplio rechazo?

RESPUESTA. Asistimos a una revuelta de personas de raza blanca contra jerarquías y estructuras de poder corruptas, huecas, irresponsables e insostenibles. Entre todos los rebeldes existe un hilo común, aunque no todos sean iguales. No son lo mismo los ecologistas que los neofascistas. La gente siente que el sistema de la globalización no funciona. Tras la pandemia es aún más obvio: las estructuras nacionales son incapaces de afrontar desafíos globales.

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P. Usted ha sido testigo en la última década del fracaso de la Primavera Árabe, del éxodo de miles de refugiados sirios hacia Europa o de la revuelta de los campamentos de los indignados en el corazón de Tel Aviv. ¿Constata con su experiencia como reportero la creciente resistencia a la globalización?

R. En mi libro no se busca una revolución, sino el progreso. Frente a la visión marxista más radical, que ve la globalización como una explotación, otros creen que es algo fantástico y la solución a todos los males. Planteo una aproximación dialéctica después de más de dos décadas recogiendo las inquietudes de la gente como periodista. Por ejemplo, si los miembros de las élites urbanas son los principales beneficiarios de la globalización y los habitantes de las periferias son quienes más están perdiendo, ¿por qué los primeros no pagan más impuestos?

P. “No todo el mundo estará de acuerdo con la interpretación de Eyal sobre la crisis de la globalización, pero pocos permanecerán indiferentes”, ha opinado sobre su obra el escritor israelí Yuval Noah Harari, autor del best seller global Sapiens. ¿Se incluye usted también en la nueva corriente de pensamiento global surgida en Israel?

R. Israel es un Estado fundado por una diáspora muy cosmopolita, una minoría que fue atacada por sus creencias mediante el antisemitismo. Para mí, ser judío es luchar por los derechos civiles para todos, también para los palestinos.

P. ¿Qué piensa de los cambios registrados en países como Chile o España, donde algunos jóvenes que fueron rebeldes han alcanzado cuotas de poder en el Gobierno?

R. Ya pasó en Grecia. La cuestión es: ¿han evolucionado? Los partidarios de Bernie Sanders [izquierda demócrata en EE UU] consideran que el presidente Biden no representa un cambio. Saltar de la calle al poder es saludable, pero me preocupa la gente originalmente radical que no evoluciona hacia el pragmatismo. Suele pasar con nacionalistas, populistas y chovinistas. No se moderan en el poder, sino que se fortalecen con él.

P. Usted defiende la evolución frente a la revolución. Pero ¿cómo llegar a ese amplio consenso que propone sobre las cuestiones centrales que afectan a los ciudadanos más vulnerables frente a la globalización?

R. “Si no hay lucha no hay progreso”. Cito al inicio de mi obra estas palabras del escritor Frederick Douglass [que escapó de la esclavitud y se convirtió en líder del movimiento abolicionista en EE UU a mediados del siglo XIX]. Mi libro no es un manifiesto. Hace falta progreso, pero hay que estar pegado a la realidad, sin voluntarismos por encima de nuestras posibilidades. Mi propuesta es de sentido común: pragmatismo.

P. También apuesta por una red de protección social financiada por una fiscalidad redistributiva, como remedio para reinsertar a los excluidos por una economía tan interconectada y mitigar la polarización de las sociedades. ¿Eso no implicaría el fin de la globalización?

R. Tenemos que decidir si queremos vivir sin globalización en un mundo más pobre, en el que nuestros hijos no tendrán las mejores posibilidades. ¿Hay alternativa? Por supuesto, pero con menos oportunidades. He perseguido en mi obra un enfoque comunitario al hablar de los mineros de Pensilvania, los estudiantes griegos o los campesinos de Sri Lanka. Me identifico con ellos, y creo que esa empatía es muy importante. La globalización, tal y como la veo, versa sobre la comunidad, la redistribución fiscal o resolver los problemas de cada región. Sirve para comprender que cada comunidad política es relevante para el destino del planeta. Hace falta un nuevo consenso de cooperación global, con soluciones de sentido común, y voluntad por el cambio y el progreso ante la inviabilidad del modelo global actual.

P. ¿La guerra de Ucrania es la primera o la última de la globalización?

R. El nacionalismo y el populismo encarnan hoy un reverso maligno frente al patriotismo, la identidad nacional que estriba en ayudar a los demás. Hasta la guerra de Ucrania la globalización ha sido una historia de Instagram en la que todos salían bien en la foto. Ahora está claro que la globalización debe representar un proyecto liberal y democrático, surgido desde los países occidentales con valores como la eficacia económica. En Ucrania, los rusos han descubierto que ya no existe más relativismo en Occidente. La globalización no es solo cuestión de dinero, y si se quiere pertenecer a este club, hay ciertas reglas.

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