Que Estados Unidos e Israel son aliados estratégicos es un axioma en el mundo de las relaciones internacionales. Que los presidentes demócratas y Benjamín Netanyahu no mantienen relaciones fluidas es casi una de las leyes de la termodinámica geopolítica. En los noventa, Bill Clinton mantuvo roces con el entonces y ahora primer ministro israelí; Barack Obama no le recibió en Washington en 2015. Y Joe Biden y Netanyahu ―el dirigente que más tiempo ha gobernado Israel― han tenido esta semana un choque insólito, por lo intenso y público de un desplante que ha culminado meses de desencuentros.
Desde 1969, cuando Richard Nixon recibió a Golda Meir, todos los primeros ministros de Israel han visitado la Casa Blanca ―o han sido formalmente invitados― durante los tres primeros meses de legislatura. Netanyahu sigue sin billete a Washington tras casi 100 días en el cargo, en los que su controvertida reforma judicial no solo ha generado una de las mayores crisis políticas y sociales de la historia del país, sino que también ha tensado la relación con su principal aliado, que le proporciona cada año 3.800 millones de dólares (3.500 millones de euros) en ayuda militar y casi siempre le garantiza el veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este martes, a raíz del aplazamiento por Netanyahu del cambio legal, una periodista preguntó a Biden si tenía previsto invitarlo. La respuesta fue tan improvisada como cortante: “No, no a corto plazo”.
Justo antes, Biden acababa de referirse a la reforma, que busca debilitar al Tribunal Supremo y permitir que el Parlamento tumbe algunas de sus decisiones. “Como muchos claros simpatizantes de Israel estoy muy preocupado. Me preocupa que lo hagan como se debe. No pueden continuar por este camino. Lo he dejado más o menos claro”, sostenía. “Esperemos que el primer ministro actúe de manera que intente lograr algún compromiso de verdad, pero eso está por ver”.
Protesta en apoyo a la reforma judicial, este jueves en Tel Aviv.Ariel Schalit (AP)
Netanyahu respondió de inmediato. Tras señalar que conoce a Biden desde hace más de 40 años, que aprecia su “duradero compromiso con Israel” y que la “irrompible alianza” entre ambos países “siempre supera los esporádicos desacuerdos”, subrayó: “Israel es un país soberano que toma sus decisiones en función de la voluntad de su pueblo, y no a partir de presiones del exterior, incluido su mejor amigo”.
Algunos ministros y diputados de la coalición ―formada por el Likud de Netanyahu y los partidos ultranacionalistas y ultraortodoxos― se mordieron menos la lengua, con la mente más en la propia audiencia que en el otro lado del Atlántico. El titular de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, aclaró que su país “no es otra estrella en la bandera estadounidense”, mientras que el de Cultura y Deporte, Miki Zohar, calificó de “triste” que Biden sea “víctima de las noticias falsas diseminadas en Israel sobre la justificada reforma judicial”. Lo hizo en dos tuits. En el primero, que borró tras unos minutos, no añadía que Estados Unidos es el “mayor aliado” de su país.
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Un diputado del partido de Netanyahu, Nissim Vaturi, llegó a culpar a la Administración Obama de la muerte de 74 soldados israelíes durante la ofensiva en Gaza de 2014. “Si el presidente de Estados Unidos fuese tan amable de reunirse con Netanyahu, entendería las cosas más allá de los titulares. No nos vamos a quedar callados porque los estadounidenses estén enfadados. Durante Margen Protector [el nombre de aquella operación] EE UU decidió un embargo de misiles Hellfire para los [helicópteros] Apache y supimos cómo defendernos. Murieron soldados, en mi opinión, también gracias al entre comillas apoyo estadounidense”, declaró a la radio militar israelí.
Shmuel Rosner, experto en las relaciones entre Israel y Estados Unidos e investigador principal del centro de análisis Jewish People Policy Institute, con sede en Jerusalén, asegura por teléfono que la Administración Biden está “claramente frustrada con el Gobierno israelí y su intento de cambiar el sistema judicial”, en el marco de un “proceso de erosión” de la relación bilateral que se extenderá a “todas las futuras Administraciones demócratas”. “No haber invitado aún a Netanyahu es inusual. Pero hacerlo ahora significaría decir: ‘O no nos importa [la reforma judicial] o apoyamos a Netanyahu”, añade.
Rosner interpreta el último roce como la convergencia de “dos dinámicas opuestas”. Por un lado, en Estados Unidos, la conversión de los demócratas en un partido más progresista y preocupado por las minorías; por otro, el viraje de Israel a la derecha en las últimas dos décadas, del que la reforma judicial supone un “reflejo simbólico”. “Cuando América mira hacia Israel, ve un socio cada más radical e intolerante, y eso le molesta. Y ve también un eco de la época de Trump, esa tendencia populista, radical y anti-establishment. Y le genera alarma”.
Este jueves, hubo dos manifestaciones en Tel Aviv. En una pequeña de detractores de la reforma judicial, frente a la sucursal de la Embajada de Estados Unidos, un hombre sostenía un cartel con la frase “Presidente Biden, gracias”. En la más numerosa que protagonizaron partidarios del Gobierno, dos hombres eligieron otra pancarta: “Fuck Biden” (Que le jodan a Biden).
“Tremenda desgracia”
En Estados Unidos, las reacciones de la clase política también fueron enérgicas. La oposición republicana acusó al presidente de perjudicar a un aliado clave en Oriente Próximo. “Es una tremenda desgracia”, tuiteaba el senador por Texas Ted Cruz, republicano, acerca del rechazo de Biden a reunirse con el primer ministro israelí.
En el otro extremo del arco político, demócratas del ala más progresista le instaron a mostrar aún más dureza ante un líder del que temen una deriva autoritaria. En una carta, denunciaban que el Gobierno israelí “adopta políticas represivas y antidemocráticas y aumenta la violencia contra la población palestina” y reclamaban a Biden el uso de todas las herramientas diplomáticas disponibles para evitar que degrade aún más las instituciones democráticas del país.
Richard LeBaron, del centro de análisis Consejo Atlántico, con sede en la ciudad de Washington, asegura que “los amigos de Israel, especialmente Estados Unidos, tendrán que reiterar las razones para un diálogo genuino, y deberían seguir evitando a los extremistas en posiciones de poder en Israel”.
Yonatan Touval, analista senior de política exterior en el think-tank israelí Mitvim, apunta a una corriente más profunda. “La cultura estadounidense siempre ha premiado al vencedor sobre el perdedor” y la profundización de la denominada “relación especial” entre ambos países llegó con la victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967, en la que Israel se consolidó como potencia regional tras conquistar Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y el Sinaí. “La actual crisis puede reflejar el reconocimiento tardío de que Israel ha dejado de ser el ganador. Enfangado en una ocupación continuada y con crecientes signos de implosion interna y quizás económica en medio de su actual emergencia democrática, Israel, simplemente, ha perdido su lustre”, escribe en el diario Haaretz.
Crecido entre Jerusalén y Filadelfia y licenciado por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Netanyahu sabe dirigirse a los estadounidenses en su propio lenguaje y sin pizca de acento israelí. Y ha efectuado una veintena de visitas de trabajo a Washington.
Pero la falta de sintonía con Biden viene de lejos. El actual inquilino de la Casa Blanca ya vivió, como vicepresidente, lo que la Administración de Barack Obama interpretó como un golpe bajo en 2015. Entonces, Netanyahu pactó con el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, ofrecer un discurso en el Congreso federal. El Gobierno se enteró por la prensa y Obama no recibió a Netanyahu en esa visita. El primer ministro israelí aprovechó su discurso para asegurar que el acuerdo nuclear con Irán que se gestaba en Washington y Europa era una “pesadilla” que “prácticamente, garantizará que Irán consiga esas armas nucleares, un montón de ellas”. Unas palabras que la Casa Blanca ―y Biden― tomaron como una injerencia en los asuntos internos. Ya cuatro años antes se hizo viral una famosa conversación privada sobre Netanyahu que captaron los micrófonos entre Obama y el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy. “No lo puedo ni ver, es un mentiroso”, le decía Sarkozy. “Tú estás harto de él, pero yo tengo que lidiar con él todos los días”, contestó Obama.
El malestar de Biden no hizo sino crecer durante la presidencia de Donald Trump. El dirigente israelí apoyó abiertamente al republicano. El magnate inmobiliario, por su parte, concedió a Netanyahu deseos que en épocas anteriores hubieran sido inimaginables, como el traslado de la Embajada a Jerusalén, que Biden no ha revertido.
Benjamín Netanyahu y Barack Obama, en 2016 en Nueva York.Drew Angerer (Getty Images)
Pero los lazos de seguridad, económicos o culturales entre los dos países están muy imbricados. Sus Gobiernos comparten preocupaciones geopolíticas, principalmente en torno a Irán, y ven con suspicacia el reciente acuerdo diplomático entre Riad y Teherán patrocinado por Pekín. En los últimos días, la Casa Blanca ha intentado rebajar las tensiones.
El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional John Kirby resaltó el miércoles que le gustan muchas cosas del anuncio de Netanyahu sobre el aplazamiento de la reforma hasta finales de abril. “Habló de la búsqueda de un compromiso… habló de trabajar para un consenso con respecto a esa potencial reforma judicial. Habló de lo inquebrantable que es la relación entre Estados Unidos e Israel”, subrayó Kirby. “Lo bueno de los amigos es que no siempre tienes que estar de acuerdo. Y lo estupendo de una amistad profunda es que se puede ser sincero el uno con el otro”.
En otro gesto conciliatorio, el secretario de Estado, Antony Blinken, conversó por teléfono este viernes con su homólogo israelí, Eli Cohen. Según el comunicado distribuido por el Departamento de Estado, ambos “reafirmaron la importancia de la resistente relación bilateral” y abordaron “desafíos compartidos”, entre ellos Irán. Cohen, según su oficina, le dijo a Blinken que está “orgulloso de ser ciudadano y ministro en un país que permite la libertad de protesta como lo hace Israel”.
En 2014, Biden contó en un discurso una anécdota: años antes envió a Netanyahu una fotografía con un mensaje en el que se dirigía a él por el apelativo con el que se le conoce comúnmente en Israel: “Bibi, no estoy de acuerdo con una maldita cosa de las que dices, pero te quiero”.
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