‘Nomadland’: un wéstern existencial sobre la crisis económica del siglo XXI

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Como en Las uvas de la ira, insigne novela de John Steinbeck de 1939, histórica película de John Ford de 1940, los personajes de Nomadland llevan escrito en las miradas hastiadas y en los surcos de sus rostros cada uno de los desastres económicos acaecidos en la sociedad estadounidense de sus respectivos tiempos, la de la Gran Depresión, y la de ahora mismo. Calamidades contables arrojadas sobre la gente en forma de plaga. Ya no hay ni para una casa, y el hogar pasa a ser el coche, o la furgoneta o, en el mejor de los casos, la caravana. El cielo raso, la ducha posibilista, el trabajo basura y migratorio, la vida itinerante. Como contrapartida, echándole un poco de esfuerzo optimista y hasta poético, están la fraternidad, la libertad, la aventura y la autorrealización.

Jessica Bruder lo narra en el libro País Nómada, exhaustiva crónica periodística sobre los supervivientes en los Estados Unidos del siglo XXI; y Chloé Zhao, mutando desde el análisis económico, político, social y humano de Bruder, lo convierte en lírica del desconcierto y de la emancipación; en un trozo de vida auténtica con la excelente Nomadland, candidata a seis premios Oscar.

Salvo la soberbia Frances McDormand, en un registro interpretativo más introspectivo que expansivo, donde escucha mucho más que habla, y David Strathairn, en un papel bastante secundario, el resto del reparto está formado por actores y actrices no profesionales que se han puesto en la piel de sí mismos. Es una de las señas de identidad del cine de Zhao, ya experimentada en la magnífica The Rider (2017), elegía de la desesperanza en torno al mundo de los rodeos. Quizá por ello, por ese tono bucólico, ese ritmo (maravillosamente) contemplativo y ese estilo de docudrama poético, sea una aspirante al Oscar tan extraña, y tan fascinante.

La inmensa belleza de la película no procede del desarrollo de sus historias, apenas apuntadas, sino de la sutileza del pequeño gesto y de la metáfora constante alrededor de los primigenios pobladores americanos. De hecho, Zhao ha eliminado la diatriba contra las explotadoras condiciones laborales de Amazon, tan presente en el voluminoso reportaje de Bruder en el que se inspira. La directora, más que sobre el análisis, gravita sobre el estado interior de los personajes —en su mayoría ancianos o cercanos a la edad de una jubilación con cuyo subsidio no pueden (sobre)vivir—, expresado en un entorno natural, pero feo a rabiar, tan libre como hostil. Nomadland es casi un wéstern existencial, un drama rebelde e inquieto, una película bella y terrible que, en el fondo y sin subrayarlo, está haciéndose la gran pregunta: ¿a qué partes de nuestra vida estamos dispuestos a renunciar para poder seguir viviendo?


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