Nuevos estudios cuestionan el uso de insecticidas con neonicotinoides, permitidos como recurso de emergencia



Protesta contra el uso de insecticidas con neonicotinoides el pasado septiembre en París.CHARLES PLATIAU (Reuters)

No pocas veces las decisiones políticas chocan con los estudios científicos y la agricultura es un campo de batalla habitual. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) ha considerado “justificado” el uso de emergencia en 11 Estados de insecticidas con neonicotinoides en la remolacha azucarera durante 2020 y este pasado año. Sin embargo, varias investigaciones recientes alertan de que estos productos, que son los más utilizados en EE UU, no solo contaminan el suelo y los acuíferos, sino que también, además de matar a las abejas, envenenan al resto de insectos beneficiosos para la polinización y el control de plagas así como el alimento de estos.

La remolacha Beta vulgaris vulgaris, principal materia prima para la obtención de azúcar de forma industrial en Europa, ha sido tratada en los dos últimos años con neonicotinoides, una familia de insecticidas químicamente parecida a la nicotina que actúa sobre el sistema nervioso central de los insectos. Pese a estar prohibido su uso desde 2018 en la UE, algunos países los siguen autorizando cuando consideran que existe “un peligro para los cultivos que no puede atajarse por otros medios razonables”, una excepción prevista en el Reglamento de la UE. Así ha sido en Alemania, Bélgica, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, España, Finlandia, Francia, Lituania, Polonia y Rumanía.

La prohibición se sustenta en que la EFSA considera demostrado que algunas de las sustancias que componen estos insecticidas (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina) entrañan riesgos para la salud de las abejas y que el empleo de tiacloprid (otro compuesto neonicotinoide también usado como plaguicida) podría llevar aparejada la contaminación de las aguas subterráneas. Sin embargo, la misma entidad ha considerado justificadas en los dos últimos ejercicios las autorizaciones de uso de emergencia, “ya fuera porque no se disponía de productos o métodos alternativos (químicos o no químicos) o porque existía el riesgo de que la plaga pudiera hacerse resistente a los productos alternativos disponibles”.

La Asociación Empresarial para la Protección de las Plantas (AEPLA) defiende la utilización de neonicotinoides cuando “no existen alternativas viables” y defiende que “hasta el 40% de la producción potencial de cultivos en el mundo se pierde anualmente por plagas y enfermedades”

Sin embargo, un consorcio internacional de investigadores del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y Universidad de Valencia (España), la Universidad de Wageningen (Holanda) y las de Minnesota y de Pensilvania (Estados Unidos) ha publicado en Biological Reviews una investigación en la que, tras cuatro años de estudio, identifican no solo los riesgos de la utilización de estos insecticidas para las abejas sino también para el resto de insectos beneficiosos como agentes de control biológico y polinizadores así como nuevas vías indirectas de extensión de los productos tóxicos.

Veneno en el alimento de los insectos

Un trabajo previo de este grupo, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ya demostró el uso de los neonicotinoides, además de matar a las abejas y contaminar el entorno, acaban indiscriminadamente con los animales beneficiosos y causan el envenenamiento de la melaza excretada por los insectos que se alimentan de plantas previamente tratadas con insecticidas sistémicos. Esta melaza, principal fuente de carbohidratos, cuando no la única en casos de monocultivos de floración limitada, resulta tóxica para los insectos que se alimentan de ella y que resultan esenciales para el control de las plagas y para la polinización.

La melaza que producen los pulgones, las cochinillas, las moscas blancas o los psílidos (insectos hemípteros) es el principal alimento de agentes de control biológico de plagas, como mariquitas, crisopas, parasitoides y hormigas, y de algunos polinizadores como abejas, sírfidos y otras moscas polinizadoras.

Cuando las plantas o las semillas son tratadas con los neonicotinoides, la melaza que producen los insectos que se alimentan de ella es también tóxica y, por lo tanto, la contaminación afecta también a las especies que la ingieren. Los estudios han demostrado que entre 30 y 40 días después del tratamiento de semillas de soja con los insecticidas, los pulgones de esta planta se hacían resistentes a las concentraciones más bajas mientras que la melaza que excretaban era venenosa para los insectos beneficiosos.

De esta forma, mientras las plagas se hacen tolerantes o resistentes a los insecticidas sistémicos en grandes superficies de monocultivo que carecen de néctar como los cereales (maíz, trigo, cebada, o arroz, entre otros), que ocupan más del 50% de la superficie de cultivo mundial (723 millones de hectáreas, tres cuartas partes de la superficie de Europa), la melaza que producen se convierte en tóxica para los insectos que la ingieren y estos y sus funciones beneficiosas desaparecen.

Del néctar a la melaza

Miguel Calvo-Agudo, del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y principal autor de los estudios, destaca la importancia de las investigaciones: “Cambia el paradigma de las rutas de exposición porque todo estaba considerado para el néctar y ahora también se incluye la melaza como factor de riesgo en las evaluaciones del impacto medioambiental de los insecticidas”

“El impacto”, añade el investigador, “es superior para los insectos beneficiosos que para los perjudiciales; los que originan las plagas, muchas veces, se vuelven tolerantes o resistentes a estos insecticidas mientras que en especies polinizadoras, por ejemplo, los efectos son muy graves”.

La EFSA justifica su decisión de autorizar los usos de emergencia de neonicotinoides en la falta de “métodos alternativos (químicos o no químicos)”. Calvo-Agudo cree que los hay y que los insecticidas deberían ser “el último recurso a utilizar, aunque actualmente se estén utilizando como primero”. El investigador señala que se usan de forma preventiva tratando las semillas antes de que aparezca el problema y que algunos, según advierte, “pueden permanecer en el medio ambiente durante años”. “Como son solubles”, explica, “si se aplican en una parcela, pueden llegar a otras tierras a través del agua o incluso acumularse en ríos y lagos. Entonces las plantas vuelven a absorber el insecticida”.

El impacto es superior para los insectos beneficiosos que para los perjudiciales; los que originan las plagas, muchas veces, se vuelven tolerantes o resistentes a estos insecticidas mientras que en especies polinizadoras, por ejemplo, los efectos son muy graves

Miguel Calvo-Agudo, Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias

El científico asegura que la experiencia demuestra que hay opciones para tratar los campos: “Se ha visto que hay muchos casos en los que el control biológico funciona al 100%, pero requiere que el agricultor sepa exactamente qué plaga tiene y tratarla muy específicamente. Es más complejo, el productor tiene que estar mucho más formado y, quizás, puede ser más caro a corto plazo, pero, una vez que se han instalado los insectos beneficiosos, van a funcionar durante muchos más años y aumentan el rendimiento de los cultivos; son algunas de las ventajas del control biológico”.

La propia EFSA, en la justificación del uso de neonicotinoides para la remolacha, incluye alternativas ante las plagas: siembra temprana, medidas de biocontrol, rotación de cultivos, evitar la labranza y control de las malezas huéspedes de insectos perjudiciales. Calvo-Agudo añade más fórmulas. “El control biológico de conservación consiste en introducir entre líneas de cultivo plantas que hagan que aumenten las poblaciones de insectos beneficiosos y puedan ser más eficientes atacando a las plagas”.

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