Vila do Bispo es la capital de un concelho de paisajes austeros, molinos de viento, menhires escondidos entre zarzas y playas con la arena salpicada de mejillones. De gastronomía tan sencilla como exquisita, y con un gran ambiente surfero, la tranquila localidad ejerce de campamento base ideal para conocer el Algarve portugués, alejarse del turismo masivo y dejarse llevar por constante viento. Planes hay tantos como olas que cabalgar.
Surf: lo único difícil es elegir el lugar
El plan en Vila do Bispo está claro, lo complicado es elegir destino. El Atlántico ha moldeado con tanta destreza las playas de esta zona que es habitual toparse con numerosos surfistas, caravanas y furgonetas en el rincón más inesperado. La grandiosidad del arenal de Beliche, la tranquilidad de Cabanas Velhas, la naturaleza en estado puro de Cordoama, la comuna hippy de Furnas, ir caminando hasta la playa de Mareta, el placer de disfrutar de la panorámica de Burgau, las olas que esperan en la cercana playa de Amado… Escuelas de surf hay casi debajo de cada piedra: si uno no tiene ni idea de mantenerse sobre la tabla, aquí es fácil aprender. Toca ponerse el neopreno y lanzarse al agua. Acertar con cualquier playa Bajo la certeza de que todos sus arenales ofrecen tranquilidad y paisajes espectaculares —el 95% del territorio de Vila do Bispo está dentro del parque natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina—, es mejor dejar la elección en mano de los elementos. Es decir, al viento y las mareas. El primero (siempre fresco, siempre ahí), porque cuando se envalentona puede hundir cualquier plan. El segundo, porque puede convertir extensas playas en pequeñas ratoneras en cuestión de horas. Lo que no se puede elegir es la temperatura del agua: aquí el Atlántico parece salir directamente de un congelador.
Paradas arqueológicas
La carretera nacional 125 (N125) que recorre estas tierras está salpicada de carteles de color marrón que señalan los desvíos hacia los monumentos históricos. El intermitente no descansará: hay decenas. La importancia geográfica de esta esquina del mapa portugués y la presencia de piratas obligó a construir fortalezas y numerosas baterías de defensa, cuyas ruinas hoy están desperdigadas junto a los acantilados. También hay menhires calizos —como el de Zavial, a unos metros de una minúscula carretera— que se remontan a más de 5.000 años y recuerdan que alguien llegó mucho antes que nosotros. Los romanos también dejaron huella en forma de una potente industria de salazón de pescado y de fábricas de ánforas para su transporte.
La tentación de la cerámica
Quiera o no, terminará parando en Cerámicas Paraíso, adentrándose en su edén de barro y llevándose a casa piezas que, quizá, ni necesitaba. Vajillas, tazas, floreros, recuerdos… El límite es el maletero del coche o la maleta. Saben lo que hacen y, lo mejor, es que le añaden buen gusto y precios asequibles. Uno de los espectáculos es ver a sus dependientas envolver cada pieza, una a una, en papel de periódico o revista previamente recortado. Paciencia. Hay dos tiendas: una en Raposeira y otra en Sagres, a unos tres y ocho kilómetros, respectivamente, de Vila do Bispo. Solo aceptan pago en efectivo.
Un almuerzo junto a la lonja
A unos 10 kilómetros de Vila do Bispo espera Sagres y su lonja y, sobre todo, el restaurante A Sereia, en el segundo piso. La ceremonia que los pescadores representan cada día para descargar sus capturas y el papel que interpretan los compradores en la subasta suponen el mejor complemento para este negocio que heredaron en 2016 los hermanos Chris y David Días, de padre portugués y madre inglesa. Con ellos llegó la popularidad y la dificultad de encontrar mesa para almorzar, su único servicio. Los arroces (de langosta o mariscos) y la clásica cataplana son su especialidad, pero el pescado a la brasa es también apuesta segura. Ze Mario, que maneja la barbacoa, lo borda. Obligatorio probar la tarta de algarroba, almendra e higo para el postre. No aceptan reservas.
Sorpresas en cada pueblo
Los minúsculos pueblos de la zona son máquinas del tiempo: muestran escenarios sacados de los años ochenta del siglo pasado, con viejos Renault 4 aparcados en calles empedradas, tendederos en la puerta de las casas y antiguos bares. Cada casco urbano es un laberinto apasionante, como también lo es ir topándose con los singulares grafitis de Jorge Pereira en las paradas de autobús, desde las que habla de “emigración juvenil, turismo y tradiciones”, como él mismo explica. Destacan localidades como Burgau, con su puerto y sus restaurantes, y Figueira, donde la vida gira alrededor de la pizzería O Sabor da Alegria y el café orgánico de Andorinha do Mar. Las freguesias de Raposeira o Budens reflejan el contraste entre los británicos que llenan sus bares y la invisibilidad de los locales.
Pedralva: la aldea que resucitó
Hace dos décadas, Pedralva desaparecía del mapa. Casas en ruinas y una decena de vecinos eran su último aliento. En el siglo XXI ha vivido un proceso de recuperación ligado, en gran parte, al turismo rural. Hoy es un bonito pueblo repleto de casitas para alojarse, dos restaurantes, una tienda, horno popular y piscina. También hay 300 kilómetros de senderos para caminar o recorrer en bici en un entorno natural marcado, desde junio del año pasado, por un gran incendio.
La crudeza del atardecer
Cuando viajamos, siempre hay una playa que parece ofrecernos el mejor atardecer del mundo. En este viaje, en el cercano cabo de San Vicente la caída del sol está aliñada con la crudeza de sus acantilados y la inmensidad de un Atlántico que parece siempre enfadado. El faro aporta el toque romántico al que fue considerado, una vez, el fin del mundo. Aún hoy lo parece.
La cena, vegana
En Pisco recibe una bici en la barra y una botella de vidrio con agua en la mesa. Nacido en 2019, este restaurante es el proyecto de tres italianos que buscaron una propuesta alejada del omnipresente marisco de la gastronomía local a base de pizzas y platos veganos y vegetarianos. Tiran, para casi todo, de productores de la zona, ya sea queso, miel, verduras o cerveza artesanal. Los vinos son naturales y portugueses. “Simplicidad, sostenibilidad y producto son las claves”, dice Rosalba Belussi, con una mano especial para la pasta. Un broche de oro que recuerda que, en Vila do Bispo, nada puede salir mal.
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