¿Por qué la crisis actual es también ontológica? | Artículo

Julio Moguel

N.B. Hemos hablado en artículos anteriores en torno a la consideración de algunos autores –me incluyo en tales autores– sobre el hecho de que la crisis civilizatoria que actualmente se vive es también –en un término acuñado por Armando Bartra– un “quebranto ontológico”. Pero lo hemos señalado de paso, siendo un tema que merece una mayor consideración. Este artículo pretende hacer un acercamiento un poco más detenido sobre el tema, esperando a que ayude a una mejor comprensión de una problemática que, sabemos, es de suyo significativamente compleja.

I

La crisis climática –bajo su manifestación más significativa, el calentamiento global–, el coronavirus y la extrema desigualdad prevaleciente en una escala planetaria decodifican viejas miradas o sentidos comunes que dejan de tener sentido para pensar la patria, el mundo y nuestro estar-en-el-mundo.

De conceptos genéricos como el del “sistema de clases” –que no deja de ser pertinente en ciertos niveles de análisis– o el de nación o nacionalidades, hemos tenido que pasar a ocuparnos de la valoración o la revaloración de la situación o circunstancia de la especie humana –y de sus individualidades encarnadas–, pues la muerte global de los humanos se ha colocado por primera vez en la historia como algo que resulta una posibilidad “real a venir”.

Es cierto que en no pocas ocasiones de la historia el “fin del mundo” apareció como una “realidad” mediata o inmediata en el imaginario de grandes colectividades humanas a partir de pandemias brutales –como la peste de 1348 en Italia–, o la guerra nuclear prefigurada por Hiroshima y Nagasaki o por la “crisis de los misiles” en 1962. Pero el tiempo del “pánico” universal respecto a tales acontecimientos o fenómenos se ha venido diluyendo en el adormecimiento del recuerdo que generó, después de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo y largo ciclo de grandes esperanzas.

Getty

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II

Pero ahora las cosas aparecen de suyo de manera diferente: los esfuerzos internacionales para detener los efectos letales del calentamiento global o los del Covid-19 se nos presentan como una tarea titánica que, dentro del marco y la lógica del neoliberalismo, parecieran ser una quimera o una simple muestra de “buena voluntad” de los gobiernos.

La marcha de los tres jinetes del apocalipsis –cambio climático, desigualdades y pandemias– se presenta entonces ya no como un imaginario pasajero de los animales humanos vivientes del planeta sino como factor decisivo que pudiera materializarse en un futuro posible, provocando desde ya un cambio radical de las mentalidades y de las “formas del Ser” y del “estar-en-el-mundo”.

Los jinetes del apocalipsis a los que hemos hecho referencia han desplazado la vieja conciencia en torno a nuestras seguridades de “mejora y libertad” hacia el futuro a la de una decadencia y descomposición del “sentido del Ser” en el orbe. Dicho de otra forma: el cuerpo humano se ha venido desprendiendo poco a poco de sus propias y labradas fórmulas y seguridades de “estar” y “dominar-en-el-mundo” convirtiéndose en un ente de una extrema fragilidad –real o en el plano de la conciencia humana–, inmediata o posible.

La figura del “ciudadano” ha adquirido nuevas y muy marcadas connotaciones, pues la crisis climática y la crisis pandémica han dado centralidad a la idea del “Ser” en calidad de “cuerpo” (o de “carne”, en la formulación japonesa de la danza Butoh). Es decir, en su más simple y pura condición de animalidad.

El hecho de que en la política dominante en el mundo lo que “se juega ahora es la vida misma” ha transformado, no en forma imperceptible, la política-política en biopolítica, tal y como lo prefiguró el pensamiento de Michel Foucault desde hace décadas, y como ha sido retomado en la actualidad con mucha riqueza conceptual por algunos pensadores de talla internacional como el escritor Roberto Esposito.

Roberto Esposito (Foto: CasaItalianaNYU)

Roberto Esposito (Foto: CasaItalianaNYU)

III

Dicho en un plano que también conviene referir y que ha sido ya señalado por muy distintos pensadores del globo terráqueo: las intervenciones estatales se articulan cada vez más en torno al ser humano como cuerpo –al enfrentar los temas de las enfermedades de la pandemia o derivadas, así como los peligros “de muerte global” de la especie–, con desplazamientos de los centros de atención y de poder hacia áreas que antes eran secundarias o derivadas, como las que se ocupan de la “problemática climática” o desarrollan las “políticas de salud o del cuidado”.

Bajo tales condiciones, la pregunta sobre el Ser y sobre el “estar-en-el-mundo” –la perspectiva denominada ontológica– nos lleva entonces a revisar, querámoslo o no, nuestra propia constitutividad como animales humanos, en nuestras conexiones con la “otra parte” de la naturaleza que incluye nuestras relaciones con la tierra, el aire, los ríos, los bosques, los mares o las selvas, así como con los otros animales humanos y con los animales no humanos en el planeta.

Reuters

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IV

Todo lo anterior, decíamos, nos lleva a revisar como algo fundamental “la cuestión ontológica”, de lo que se deriva una crítica importante a distintos niveles de nuestros actuales sistemas de pensamiento y de vida. Poniendo en jaque, por ejemplo, los fundamentos del mundo patriarcal en que vivimos desde hace mucho, pero también valores anteriormente considerados “eternos” en los que basábamos nuestra labrada seguridad: entre otros, las interconexiones interpersonales –entre ellas las relaciones familiares–, los esquemas de representación política del sistema democrático occidental basado en la premisa del poder ciudadano –sustentado en la suma de las “individualidades” de voto–, así como la lógica y el sentido del denominado desarrollo.

En esta lógica, “el cuerpo” de los animales humanos se convierte en punto central de nuevos anudamientos de las relaciones del Ser con “la otra” parte del mundo natural, así como en un vector que define o redefine las conceptualizaciones e ideas que de aquí en adelante se tengan sobre el “sentido del Ser” y la lógica del “quehacer-en-el-mundo”.

 


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