Gustavo Petro recibe al director de la CIA, en Bogotá este viernes.HANDOUT (AFP)
La relación entre Estados Unidos y Colombia atraviesa un buen momento. La sintonía entre las administraciones de Petro y Biden está clara en asuntos como la transición energética y la necesidad de cambiar la política antidrogas. Los dos Gobiernos se buscan para relanzar unas relaciones que siempre han sido estrechas pero que durante el mandato de Iván Duque languidecieron. Washington no quiere perder a un socio estratégico en la región y Petro necesita el apoyo de EE UU en muchos frentes, de la paz con el ELN a la nueva relación con Venezuela. En política exterior no hay peros, aunque a nivel doméstico, el presidente colombiano cambia el tono. Parte de las bases del petrismo rechazan al socio gringo y, en una coyuntura de crisis económica como la actual, hace falta un chivo expiatorio. Petro hace equilibrismos con su mensaje.
Si en su primer discurso ante la ONU lanzó varias críticas veladas contra Washington, días antes le proponía a Biden crear una fuerza militar para proteger el Amazonas. Si este miércoles el presidente acusó a Estados Unidos de estar “arruinando todas las economías del mundo”, el viernes estaba estrechando la mano del director de la CIA en una reunión privada. Incluso Petro se ríe de sí mismo, o de lo que un día fue y ya no es. “Hace unas décadas quizás seríamos enemigos, hoy le regalo una hamaca y una bolsa de panela”, dijo en un tuit. La internacionalista Sandra Borda cree que este doble juego puede tener consecuencias: “EE UU tiene un margen de tolerancia, entienden que discursos como el de la ONU o el del miércoles no son importantes, pero ese margen no es infinito”.
A los dos países les interesa entenderse. Estados Unidos ha perdido poder en la región en los últimos años, una caída que comenzó durante el mandato de Donald Trump. En América Latina, numerosos países han virado a la izquierda en los últimos años y ponen ahora su mirada en países como China o Rusia, que han sabido aprovechar el debilitamiento del poder norteamericano. Colombia siempre ha sido un socio clave para EE UU y Biden ha visto en la llegada de Petro una oportunidad para relanzar esa alianza y reposicionarse en el sur. El presidente estadounidense llamó a Petro 48 horas después de su victoria y el secretario de Estado, Antony Blinken, visitó Colombia hace unas semanas.
El colombiano, mucho más centrado en la política exterior que su predecesor Duque, también necesita al gigante americano para sacar adelante sus reformas y concretar sus planes. De hecho, no quiere desaprovechar la enorme disposición mostrada. Una delegación de congresistas estadounidenses estuvo en Bogotá esta semana y mostraron sus recelos sobre la influencia que China trata de ejercer sobre Colombia. Petro recogió el guante y propuso que Washington, para imponerse sobre Pekín, financie la compra de tierras que el Gobierno colombiano quiere hacer como parte de la reforma agraria. Sobre la mesa está también la exención de la visa estadounidense para los colombianos que ha pedido el Gobierno, un trámite engorroso y largo que dificulta enormemente los viajes. La negociación no se prevé fácil ni corta, pero sería un gran éxito que podría anotarse Petro.
El discurso interno
El mandato real del presidente colombiano acaba de empezar. Los dos primeros meses fueron de éxtasis. El primer Gobierno netamente de izquierdas de Colombia llegaba al poder con una batería de anuncios y reformas que contrastaban con la parálisis que protagonizó el Ejecutivo anterior. El apoyo al presidente era en agosto del 56%, el rechazo, del 20%. Dos meses después, los contrarios se han duplicado y la aprobación ha bajado 10 puntos. La emoción se ha atemperado y el entorno no acompaña. Inflación, escalada del dólar y la amenaza de una recesión rebajan las expectativas de crecimiento económico que necesitan el país y el Gobierno para sacar adelantes sus planes. Empiezan a aparecer los nervios y las críticas se agudizan.
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En este punto toca echar balones fuera y refutar titulares del tipo “con Petro el dólar llegará a 5.000 pesos”. Ahí, el presidente carga contra Washington. Este viernes, por ejemplo, el presidente mostró un listado de las devaluaciones de las monedas del mundo frente al dólar, en la que el peso colombiano ocupa el lugar número 24. “¿Le han dicho que el peso colombiano es la moneda más devaluada del mundo? Le han mentido”, escribió en Twitter dos días después de acusar a Estados Unidos de arruinar a las economías del mundo. El profesor de Relaciones Internacionales Mauricio Jaramillo le resta importancia a estos mensajes. “Ahí la audiencia somos los colombianos. No le está hablando a EE UU, porque sabe que lo que diga Colombia, o cualquier país, no le importa nada a su política monetaria. EE UU dice a mí me importan cinco los efectos a terceros, yo lo que quiero es frenar la inflación. Y Petro solo trata de decirnos a mí no me culpen, el dólar llegará 5.000 por una estrategia de Estados Unidos que nos acaba a nosotros”.
El presidente tampoco puede perder su capital político tan pronto. A pesar de haberse ganado a votantes que juraron que nunca votarían por el exguerrillero, su gran apoyo está en la izquierda más tradicional. Unas bases que manejan un discurso antiimperialista y que podrían sentirse estafados si el presidente se acerca demasiado. A ellos les habla Petro cuando saca su antiamericanismo a pasear. Borda ve ahí un posible conflicto: “Si la crisis se intensifica, también se intensificará esa retórica, entonces habrá temas, como el de las visas, que se pondrán difíciles”.
Hasta ahora Colombia y Estados Unidos han optado por un ambiente de tolerancia. Petro necesita mostrar éxitos en política exterior y Biden necesita recuperar poder regional. Habrá que ver qué pasa si Petro se sigue poniendo bravo. Biden, por ahora, prefiere taparse los oídos.
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