¿Por qué las decisiones no son buenas ni malas?

La libertad es capacidad de elección. Ser libres nos permite elegir entre varias opciones. La propia vida nos pone en ocasiones ante la dificultad de escoger entre diferentes caminos. A veces lo hacemos instintivamente, sin saber si la dirección elegida es la correcta. Pero, ¿y si las decisiones no fuesen buenas o malas? Tras esta pregunta inocente se oculta una reflexión profunda que ayuda a aliviar el miedo y superar emociones incómodas, tal y como defendía el reconocido científico chileno Humberto Maturana. Tuve el placer de trabajar con él hace más de una década. Murió la semana pasada, a los 92 años.

Maturana era doctor en Biología por la Universidad de Harvard, ganó el Premio Nacional de Ciencias en Chile, trabajó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y fue propuesto al Nobel de Medicina por sus hallazgos. Aunque, lo que más ha trascendido de su trabajo ha sido su exquisita sensibilidad para entender al ser humano. Para comprenderlo desde diversos enfoques: la neurociencia, la filosofía o el impacto de la biología en las organizaciones. Junto al exalumno Francisco Valera creó la denominada autopoiesis, que combina dos palabras griegas: auto (a sí mismo) y poiesis (creación). Según esta teoría, los seres vivos, a diferencia de las máquinas, se están continuamente creando, reparando, manteniendo y modificando.

Este concepto influyó enormemente en corrientes de crecimiento humano hace algunas décadas. El coaching ontológico y su manera de entender la vida ha calado tanto que hasta el mismísimo Dalai Lama reconoció haberse inspirado en él tras su encuentro con el científico. Según Maturana, para mejorar el proceso de regeneración que todos desarrollamos es importante atender nuestro lenguaje, también lo que nos decimos a nosotros mismos. En la filosofía del investigador chileno, y conforme aprendió de su madre, a la que admiraba profundamente, las decisiones no son buenas o malas, sino adecuadas o inadecuadas, oportunas o inoportunas.

Pensemos en cuando decidimos entablar una relación de pareja, dejar un trabajo o cambiar de proyecto. Tomamos la decisión con la información que teníamos en aquel momento y, posiblemente, lo hicimos lo mejor que pudimos. Lamentarnos después es un deporte bastante estéril. Conocer las cosas de la vida a priori es una quimera. Nadie tiene bolas de cristal para ver el futuro y acertar.

Juzgar una decisión conforme a una moral superior, bueno o malo, nos limita, nos hace sufrir y no siempre nos ayuda al proceso de regeneración que realizamos, indicaba Maturana. Lo que somos está relacionado también con el relato que construimos de nuestra vida. Con lo que nos decimos a nosotros mismos sobre cómo éramos cuando teníamos menos edad, nuestros éxitos, nuestros héroes y, cómo no, nuestros fracasos. El yo se construye con recuerdos e interpretaciones, pero siempre cargado de palabras y de imágenes. Por eso, para perdonarse los errores o para afrontar ciertos riesgos en algunas decisiones sin caer en la culpa, debemos rebajar el tono amargo con el que nos tratamos y medir lo que hacemos conforme al consejo del científico chileno: ¿puede ser adecuado para las circunstancias u oportuno para ese momento?

Revisar nuestro lenguaje interior es también una manera de ser más libres, de liberarnos de nuestros miedos, como nos anima Humberto Maturana, un hombre de apariencia frágil, pero con una mente privilegiada y creativa que nos regaló un bonito legado.

¿Por qué las decisiones no son buenas ni malas?

Pilar Jericó es emprendedora, escritora, conferenciante, doctora en Organización de Empresas y divulgadora de investigaciones sobre el comportamiento humano. www.pilarjerico.com




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