Puentes en Minsk

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En el conflicto interno entre el presidente Alexandr Lukashenko y la población de Bielorrusia están tomando posición múltiples actores internacionales, comenzando por Rusia, Polonia, Lituania y Ucrania, los vecinos inmediatos del país centroeuropeo. De no mediar la racionalidad y el sentido común en quienes contemplan desde fuera esta crisis, la situación puede convertirse en el detonante de una nueva guerra fría y de un grave deterioro de la situación en el continente. A juzgar por la brutalidad sufrida en los furgones policiales y en las cárceles por quienes han denunciado fraude en los recientes resultados electorales, una solución estable para Bielorrusia no puede contar ya con Lukashenko. La abrumadora mayoría de quienes se manifestaron el pasado domingo para protestar contra el líder frente a quienes lo hicieron para apoyarlo apunta también en ese sentido, al igual que las huelgas en las grandes empresas del país. El lunes Lukashenko tuvo que habérselas con el rechazo directo de los trabajadores convocados para escucharle. Su alusión a una redistribución de poder en un nuevo proceso constitucional suena vaga y tendría que haber llegado antes del ensañamiento con que la policía ha actuado contra los manifestantes. Bielorrusia es de una importancia estratégica fundamental para Europa y, aunque el conflicto es de origen interno, sus vecinos inevitablemente barajan consideraciones geopolíticas de diferente índole (humanitarias, de seguridad, económicas, militares), que multiplican riesgos y peligros, dada la historia de los últimos años. Si una parte del entorno de Lukashenko pudiera convencerlo para que renunciara al poder, tal vez podría evitarse el derramamiento de sangre y se facilitaría la búsqueda de una solución de compromiso entre diferentes sectores políticos. Esta salida debería aglutinar a personas que han sido parte del régimen en algún momento de los 26 años que Lukashenko lleva en el poder y a otros sectores del consejo de coordinación formado bajo la égida de la candidata electoral Svetlana Tijanóvskaya. El objetivo sería una reforma constitucional y nuevas elecciones con una amplia base de consenso. Desde fuera, es difícil decir si tal cosa es posible aún. Por su alianza con Lukashenko, Putin es clave en la búsqueda de una salida pacífica y mucho dependerá de cómo el presidente ruso evalúe personalmente la situación. Las posiciones de sus consejeros próximos no coinciden. Después de que Lukashenko haya vuelto al redil y pedido ayuda a Moscú, los sectores rusos más nacionalistas y proimperiales parecen divididos y una parte de ellos indica que estaría dispuesto a prestarla. Putin, de momento, espera. El dirigente ha desplegado efectivos militares y policiales por si decide intervenir. Ahora bien, las percepciones por las que se guía y por las que decidirá no tienen por qué coincidir con la realidad de Bielorrusia. Entre Rusia y Occidente hay hoy menos puentes que en el pasado y faltan intermediarios capaces de generar confianza, difuminar estereotipos y establecer algún tipo de colaboración. Los países vecinos de Bielorrusia que pertenecen a la OTAN y Ucrania han mostrado hasta ahora contención, y Rusia no ha traspasado aún esa frontera tras la cual no hay marcha atrás, pero podría hacerlo en cualquier momento si no se encuentra la forma de tender puentes sobre el abismo.


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