Putin construyó su pirámide


Desde que llegó al poder en 2000, Vladímir Putin ha estado construyendo una pirámide. Los rusos llaman “vertical de poder” a esta estructura centralizada de la administración del Estado, en cuyo vértice se halla el jefe del Estado.

Al principio, el paisaje alrededor de la pirámide estaba jalonado por construcciones varias, que albergaban otras instituciones y organizaciones. Con el tiempo, el rigor y la intemperie se hicieron cada vez más duras para estas entidades independientes diversas que se vieron obligadas a refugiarse en el interior de la pirámide.

Los gobernadores electos fueron sustituidos por otros nombrados a dedo, los oligarcas sometidos a la voluntad del Kremlin, los medios de comunicación censurados o silenciados, la oposición fue multada, condenada, o exiliada, y los rivales potencialmente peligrosos para el jefe del Estado desaparecieron de la escena, como el encarcelado Alexéi Navalni o el asesinado Borís Nemtsov. Para 2022 la pirámide ya se había cerrado a cal y canto y en su interior la lealtad al líder es el supremo valor.

Tras las instituciones oficiales de la Unión Soviética (1922-1991) estaba el partido comunista (PCUS), que lo controlaba todo mediante la nomenklatura, como se denominaba el sistema de funcionarios que eran la verdadera columna vertebral del sistema. En la Rusia actual también existen dos fachadas, una formal y otra real sustentante, que procura no dejar huella de sus injerencias en los poderes teóricamente independientes. En la administración del presidente en Moscú hay un departamento de Política Interior que tensa las riendas del país entero mediante las relaciones con los vicegobernadores provinciales. El departamento fija objetivos, establece la línea informativa, y controla los resultados, señala una fuente que trabajó en una administración provincial rusa. Desde Moscú se dan las directrices a los gobernadores, que, a su vez, trasmiten el mensaje de Moscú a sus subordinados y estos a los medios de comunicación locales, dice el funcionario que dimitió en tiempos menos duros que los actuales. La obediencia de los medios locales se asegura con recursos que van desde el sostén financiero o las veladas alusiones a los peligros que acechaban en el exterior de la pirámide, allí donde puede haber investigaciones de la Fiscalía o demandas pecuniarias de afectados por investigaciones independientes. El alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y el jefe de Rosneft, Igor Sechin, ganaron todos los pleitos contra medios de comunicación críticos con ellos.

Temas prohibidos

Los periodistas rusos saben muy bien que hay nombres y temas prohibidos y que una llamada del Kremlin basta para silenciarlos. Las consignas se dan por teléfono o en reuniones con los representantes de la administración presidencial. Para acabar de rematar el control se han etiquetado como “agente extranjero” o “indeseable” a medios informativos o periodistas que deben presentarse en público con una advertencia sobre su condición de agentes extranjeros o deben exiliarse si son “indeseables”. Algunos medios críticos resistieron hasta el final, tales como Nóvaya Gaceta, dirigida por el premio Nobel de la Paz, Dmitri Murátov, o el Eco de Moscú, cuyo director, Alexéi Venedíktov, mantuvo el pluralismo informativo pese a que la emisora pertenecía a Gazprom, hasta que se cerró. Nóvaya Gaceta continúa su labor, pero en lo que la guerra se refiere, está obligada al mutismo impuesto por la censura. Ahora, el silencio ha llegado ya a Facebook, Twitter y otras redes sociales globales.

A la apariencia de pluralidad han contribuido las organizaciones dependientes del poder, entre ellas asociaciones de veteranos o sindicatos, cuyos dirigentes o miembros cumplen la función de líderes de opinión pública (los lom en argot administrativo). Estos lom escriben cartas o artículos sobre determinados temas, a petición de la administración, cuenta el mismo exfuncionario. Luego, esa misma administración actúa como si reaccionara ante los mensajes de estas organizaciones y presenta sus propias directrices como iniciativas de la sociedad.

Siete grandes distritos

Con Putin el país se dividió en siete grandes distritos al frente de los cuales se situaron los representantes del presidente. Toda la estructura administrativa se llenó de exfuncionarios de los servicios de Seguridad, sin experiencia de gestión territorial.

En el Kremlin, el bloque de Política Interior ha sido dirigido por un vicejefe de la administración central, cargo desempeñado consecutivamente por tres personajes desde la llegada de Putin al poder. El primero fue Vladislav Surkov (1999-2011), considerado el inventor del concepto de “democracia soberana” y un abanderado de la ideología neoimperial rusa. Surkov fue también el tutor de Ucrania y las repúblicas secesionistas de Abjasia y Osetia del Sur.

Cuando Putin volvió a recuperar su puesto de presidente en 2012, a Surkov le sucedió Viacheslav Volodin, un político con experiencia de campo, que encabeza la cámara baja del parlamento desde 2016. El actual jefe de la política interior en el Kremlin es Serguéi Kiriyenko, un tecnócrata que fue el jefe del Gobierno más joven de Rusia durante varios meses en 1998.

En Rusia todos los llamados ministerios de Fuerza (responsables de la policía, los militares y la seguridad) tienen su vertical de poder y sus representaciones provinciales, pero la coordinación de estos cuerpos, cuenta el exfuncionario, no se da en el ámbito de provincia sino a nivel de los representantes de los presidentes que encabezan los siete distritos federales en los que se ha dividido el Estado. El factor económico, a su vez, sirve para incentivar las lealtades, pues el reparto del presupuesto entre el centro cada vez más poderoso y las regiones es muy opaco, como afirma la geógrafa Natalia Zubarévich. El pasado enero, el jefe de la cámara contable, Alexéi Kudrin, ministro de Finanzas durante 11 años desde 2000, afirmó que el apoyo financiero a las regiones se había reducido. Cuando era el titular de la cartera, dijo, suponía un 70% de los ingresos fiscales del Estado; en 2018 equivalía a un 50% y ahora, a un 27%.

Tras las grandes protestas por las irregularidades electorales en 2011 y 2012 los gobernadores volvieron a ser “elegidos” mediante un sistema de filtros destinados a vetar a personajes no deseables por el poder central. Pese a su vigilancia, el Kremlin no siempre logra imponer sus deseos y cuando el elegido no es de su gusto, suele cooptar al gobernador electo, haciéndole ver lo que le espera (discriminación en la transferencia de recursos o investigaciones de la Fiscalía) si se empeña en quedarse fuera de la pirámide. Si el gobernador no se somete, entran en juego otros recursos como la Fiscalía del Estado que puede responsabilizarlo de irregularidades varias.

Figura importante en la construcción de la vertical de poder es el tutor enviado por el Kremlin, un personaje que actúa también en los “agujeros negros” (territorios no reconocidos por la comunidad internacional). En las llamadas “repúblicas populares” del Donbás los tutores rusos (militares, económicos, políticos) frenaban las ansias expansivas de los líderes locales. En mayo de 2014 los separatistas del Este de Ucrania querían unirse a Rusia sin dilación. En Donetsk, un integrante del improvisado parlamento local contó a esta periodista cómo un representante del Kremlin les convocó para pedirles que fueran pacientes y se limitaran de momento a ser “la punta de lanza del mundo ruso para desestabilizar Ucrania y también a Occidente”. Los separatistas se sometieron a las exigencias rusas. Hasta que llegó la hora y se lanzaron al ataque, que unos querían culminar en Kiev y otros en Lviv. Para entonces la pirámide de Putin era ya un gigantesco edificio. Fuera quedaban solo ruinas, malas hierbas y cadáveres.

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