Roglic, sólido y glotón, gana su segunda Vuelta

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A Hugh Carthy le ofrecieron irse a vivir a Valencia pero él dijo que no, que le gustaba más el clima templado de Pamplona, y salía a entrenarse a dos grados en invierno y lo hacía en manga corta, y ahora en Andorra también la goza con las heladas en las alturas como la goza Richard Carapaz en sus Andes a más de 3.000 metros, también fríos y, para él, acogedores, su casa, y ambos, el inglés y el ecuatoriano, los dos aspirantes más cercanos a Primoz Roglic en la general, a menos de un minuto y la Covatilla por medio, se frotan las manos cuando por la mañana les muestran imágenes de la heladora subida a la estación de esquí de Béjar, menos de seis grados al mediodía y niebla espesa y meona que, acelerada el agua por el viento, parece ventisca.

Pero cuando llegan cerca de la última cumbre de la Vuelta, de su última oportunidad, y ya atardece rápido en otoño, el sol decide asomarse por encima de las nubes para, orgulloso, regalar su ocaso a las montañas, y cuando atacan desesperados porque no les queda más remedio, y ya parten casi batidos, luchan más contra el viento de cara, que como el sol y sus últimos rayos, ayuda más al que defiende, al que busca abrigo, a Roglic, que, ya sin equipo, lo encuentra en las ruedas de Marc Soler y Enric Mas, que aceleran porque Dan Martin, cuarto en la general, sufre también su soledad contra el viento, y Mas, quinto en el Tour y quinto en la Vuelta, intenta mejorar su clasificación y su equipo, el más fuerte de la carrera, ha marcado el desarrollo de la etapa y no hay mejor recompensa para un ciclista que saber que su trabajo ha servido para algo, y por la noche brindan porque se han sentido útiles y la vida cobra un cierto sentido así, y ya saben, porque les ha ocurrido varios días la Vuelta, que siempre hay oportunistas que se aprovechan de su trabajo, y Arrieta, su estratega, lo acepta no como una maldición sino como la consecuencia lógica de sus movimientos, los riesgos que corre quien no quiere ir a rueda, y el día anterior, en Ciudad Rodrigo, todo su trabajo lo capitalizaron un danés con bigote rubio del equipo de Carthy que le ganó el sprint a Valverde y Roglic, siempre oportuno, que rascó 6s de bonificación.

Y el EF ha ganado tres etapas con tres corredores distintos, pero Carthy estaba solo, y el viento, en la etapa decisiva, todos sus compañeros atrasados, quedándose ya, sin poder más, en la dura travesía de la Sierra de Francia, de nuevo, y la sierra de Béjar, acelerada la etapa delante por el ataque colectivo del UAE en la fuga de 34 de la que salió el ganador de la etapa, el francés Gaudu, que repite victoria el sábado siguiente de su sábado en la Farrapona. Y acelerada por detrás por el Movistar, siempre, que quiere colocar a Marc Soler en la fuga para que gane la etapa, pero el catalán llega en mal momento a la cabeza, cuando en la cuesta de piedras de Candelario hermoso atacan Donovan, Izagirre y Mäder, y se acaba el tren.

A Roglic le ataca Carapaz como solo él sabe hacerlo, y su espalda es un caparazón que le envuelve y le transforma en una bola, la cabeza bien protegida y el viento parece que le resbala, y todo es coraje y determinación en su mirada, y su pedalada devora. Está a 47s. Tiene tres kilómetros de media subida para borrarlos. Se queda a la mitad, a 24, de Roglic quien, asegura, ya recuperado el aliento, que no, que no llegó a pensar que se le iba la Vuelta entre sus dedos, la experiencia again de perder lo que ya creía suyo, como el Tour, pero no explica si no lo pensó porque siempre creyó en su capacidad o porque, tan agobiado como iba, no tuvo ni tiempo para pensarlo, hombre de acción. “E iba tan solo que cualquier persona que hubiera aparecido a mi alrededor habría sido bienvenida, habría aprovechado cualquier rueda”, dice, y acelera y esprinta largo en el último kilómetro, donde Carapaz ya no puede más, y deja atrás a los dos del Movistar, y cuando llega a meta acude a saludar rápido a Carapaz, que le felicita y le declara justo ganador.

No alcanza Roglic la rueda de Carthy, que también se liberó y atacó, y fue el primero en hacerlo, y lo hizo porque tenía que hacerlo, porque quería ganar, pero sabiendo que no era su terreno. “Y me iba desesperando porque pasaban los kilómetros y no veía cómo podía hacer algo”, confiesa el inglés cuya victoria llegó a parecer posible (quedó, finalmente, tercero, a 47s de Roglic) y que, de haberse producido, no habría sorprendido a nadie pese a ser un ciclista casi desconocido al comienzo de la carrera. Antes al contrario, su victoria habría rimado a la perfección con el año más extraño del ciclismo moderno, con la irrupción de Van Aert y otros niñatos; con la victoria del debutante de 22 años Pogacar en el Tour, con la del londinense Tao Geoghegan Hart en el Giro…

Por primera vez en la historia, las tres grandes, Vuelta, Giro y Tour, se han resuelto por menos de un minuto entre primero y segundo, 24s en España, 39s en Italia, 59s en el Tour. La victoria de Roglic, 31 años, ya ganador el año pasado, devuelve, en cierta forma, un poquito de cordura al ciclismo, y, como derrota de Trump ante Biden, a la vida, quizás.


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