Samsung o el reto de sobrevivir al gran patrón

Una mujer pasa por delante de un anuncio de teléfonos inteligentes de Samsung en Seúl.
Una mujer pasa por delante de un anuncio de teléfonos inteligentes de Samsung en Seúl.JUNG YEON-JE/AFP/GETTY IMAGES

“El presidente fue un auténtico visionario”. Aunque las palabras que adornan los obituarios suelen responder a la cortesía más que a la franqueza, aquellas con las que Samsung despidió a su presidente no faltan a la verdad. Lee Kun-he falleció el pasado 25 de octubre. El mayor mérito de sus 78 años de vida consistió en haber transformado la pequeña sociedad comercial que heredó de su padre en una tecnológica puntera y reconocida a nivel mundial. Quien ahora reciba su legado deberá lidiar con las consecuencias de sus errores y sus aciertos por igual.

Los aciertos de Lee fueron incuestionables. A lo largo de sus casi tres décadas al timón, el magnate realizó varias apuestas estratégicas. Dos de ellas resultaron un éxito aplastante: especializarse en producir smartphones y microchips, áreas en las que Samsung se sitúa hoy como la primera y la segunda firma mundial respectivamente. Desde hace diez años, alrededor de un 20% de todos los teléfonos móviles del mundo llevan su logo. Ahí reside su principal fuente de ingresos pero, a medida que el sector madura, estos se reducen. Por ello, Samsung se ve en la obligación de explorar nuevos horizontes.

A la hora de hacerlo deberá tener presente patinazos anteriores. No todas las maniobras de Lee resultaron victoriosas. En los noventa, la ambición de hacer de Samsung una marca líder en todo tipo de productos de consumo sin excepción le llevó a lanzar un osado envite en el sector automotriz: Samsung Motors. Sus coches, no obstante, pronto se hicieron famosos por su baja calidad y cuando la crisis financiera asiática golpeó se vio obligado a vender la división, que acabó en manos de Renault en 2000. Quedan como remanente de aquella incursión los Renault Samsung —cuyo logo fusiona el de las dos casas—, los cuales todavía circulan sobre el asfalto surcoreano. Otras aventuras financieras explican chocantes participaciones en navieras, aseguradoras o parques de atracciones.

Las líneas de innovación recientes parecen más próximas a la actividad propia de la matriz. Una de las más prometedoras es Samsung SDI, productora de baterías de iones de litio y otras formas de almacenamiento de energía, que prepara un asalto al mercado de los vehículos eléctricos —con el presumible apoyo de su primo francoreano— tras doblar su cotización en la Bolsa de Seúl en lo que va de año. En ese mismo periodo de tiempo las acciones de la biotecnológica Samsung Biologics, por otra parte, se han apreciado más de un 85%. Ambas ramas están expandiendo su actividad industrial, pero su capitalización refleja que todavía les queda mucho por crecer antes de solidificar su negocio.

Sin embargo, un factor ajeno a Samsung podría darle aire y concederle más tiempo para madurar nuevas posibilidades: la campaña de EE UU contra Huawei, su máximo rival. En años recientes la empresa china había acelerado su desarrollo hasta disputarle la primacía en el sector de los smartphones, pero las sanciones impuestas por la Administración Trump han zancadilleado su buena marcha. En el tercer trimestre del año, sus ventas cayeron un 22% con respecto a 2019. De aquí en adelante, Samsung deberá pelear con el resto de contendientes —Apple, Xiaomi, Oppo, Vivo— por ganar cuota a costa de Huawei.

Por contraintuitivo que parezca, la caída en desgracia de su oponente también mermará hasta cierto punto las cifras de Samsung; reflejo de un mercado que cada vez más tiende hacia la externalización. La casa surcoreana ha optado por reforzar su faceta de proveedor, sirviendo incluso a competidores directos como Apple o la propia Huawei con sus pantallas y chips de memoria. La semana pasada, sin ir más lejos, recibió luz verde por parte de las autoridades competentes de EE UU —un paso necesario desde el establecimiento de sanciones— para que la división Samsung Display, líder mundial en pantallas OLED, mantenga relaciones comerciales con la tecnológica china. De este modo, una bajada en la venta de estos terminales repercutirá también en sus beneficios.

Los aciertos de Lee fueron incuestionables. Sus errores, también. Ninguno salta más a la vista que la imborrable mancha de corrupción. Él mismo estuvo entre rejas en 1995 y 2008 por malversación de fondos, evasión fiscal y soborno. En ambas ocasiones fue indultado por el Gobierno. Quien ha sido el líder de facto de Samsung en el último lustro, su primogénito Lee Jae-yong, también conoce la cárcel —por dentro—, a causa de un mayúsculo escándalo de corrupción que llegó a provocar la caída de la entonces presidenta Park Geun-hy. El caso todavía no se ha cerrado y Lee hijo podría volver a pasar una temporada a la sombra.

Herencia envenenada

Además, el ajuste de cuentas por estas prácticas empieza con la herencia. El impuesto de sucesiones imperante en Corea del Sur implica que el 60% del valor de cada acción que reciba Lee hijo o sus dos hermanas irá a parar a las arcas del Estado, lo que elevaría el montante a 11,2 billones de wones (8.400 millones de euros), equivalente a la mitad del patrimonio del fallecido, el hombre más rico del país y 75º del mundo, según Forbes, en el momento de su muerte. Lee hijo ha prometido que cumplirá, aunque está por ver cómo afectará semejante transferencia a la propiedad de la empresa.

Samsung, pese a todo, sigue operando. Los datos del tercer trimestre de 2020, revelados la semana pasada, reflejaron un incremento de sus ingresos del 8% con respecto al año anterior, hasta los 66,9 billones de wones (49.000 millones de euros), sus mejores resultados en dos años. Los beneficios antes de impuestos de su división de comunicación móvil mejoraron un 52,4%, a causa de un marcado repunte en las ventas de los dos terminales más avanzados: el Galaxy Note20 y el Galaxy Z Fold2. La compañía se apresuró a avanzar, no obstante, que espera que los beneficios caigan en el último trimestre a causa de una menor demanda. Como el legado de Lee atestigua, en ocasiones es más complicado superar un acierto que un error.


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