A Sandra Gamarra Heshiki (Lima, 1972) le gustan los viajes en el tiempo, los espacios intermedios, el lenguaje como dilema, la pintura como copia, los ecos de la historia… Y, especialmente, observarlo todo desde el asombro. Es metódica, exigente, intuitiva y delicadamente astuta. También una de las artistas más interesantes de su generación y con uno de los trabajos más coherentes. Algo tiene de arqueóloga: el territorio que explora está lleno de contradicciones que nos llevan a lugares llenos de conflictos, y no siempre físicos. Muchas veces, a la incógnita permanente con que asimilamos la realidad. Un lugar de paso que nos reta a habitarlo.
Camina por la Sala Alcalá 31, en Madrid, como quien pasea por una huerta, atenta al ritmo de la cosecha. Una amplia selección de patatas cultivadas en Perú rodea el corazón del espacio: canchán, leona, rosada, perricholi, yungay, muru piña, negra, colorada, guinda Gaspar, huamantanga, lombriz… Celebran la diferencia entre especies, que la artista coge como estandarte, aunque no sólo. También remite a la fragilidad de la idea de naturaleza como propiedad y como generadora permanente de bienes. De eso trata, en realidad, Cuando las papas queman (2021): más allá de la variedad de tubérculos que hay en el mundo, habla de cómo fueron traídas a Europa de las expediciones científicas a las Américas, a modo de conquista, sin que se piense en ningún momento que fue un producto robado, fruto de un saqueo en el nombre de la ciencia.
Esa patata caliente humea por toda la exposición. Titulada Buen gobierno, hace una alusión directa a los escritos anticoloniales de Guamán Poma de Ayala, cronista de la época del virreinato de Perú, aunque funciona a la perfección como comentario irónico sobre el rumbo incierto de los modelos actuales de gobernabilidad. “Hablo de cómo la idea del otro se ha construido durante siglos y cómo se ha mantenido, tan estructuralmente, que no la sabemos reconocer”, matiza. La muestra, comisariada por Agustín Pérez Rubio, funciona como una gran sala de espejos donde las obras devuelven una imagen bastante incómoda de lo que entendemos por “universal”. Simulando un museo de historia, donde se presupone que lo allí reunido cuenta “la verdad”, la artista subvierte esa idea mostrando otras versiones de relatos, imágenes e historias. Por encima de todo, habla de violencias coloniales: la trama de prejuicios raciales y de género que todavía hoy fragmentan la sociedad, no sólo la peruana. También de cómo viven escondidas en la historia del arte la clasificación, la restauración, la catalogación, la exposición y la apropiación de un patrimonio y todo lo que gira en torno a ello.
Una muestra que es una reflexión en torno a las políticas del olvido que tienen los museos y funciona como una crítica institucional desde la perspectiva poscolonial, un tema recurrente hoy en los museos que, dice la artista, “más allá de la voluntad de cambio o moda, supone los primeros pasos, necesarios aunque muchas veces fallidos, pero que hay que dar para poder decir que son erróneos”. También es necesario revisar, dice, las ideas de progreso y modernidad, hijas de Occidente que, en sus ojos, no tienen sentido. “El arte contemporáneo es ya de por sí un concepto occidental, y habría que empezar a crear otros términos, inventar nuevas formas de exponer. En Lima, existen culturas con diferentes expresiones a las que nosotros llamamos arte, con una temporalidad que no necesariamente se acomoda a una cronología lineal. Por eso, la idea de modernidad no funciona, porque tiene como finalidad la igualdad, y en ese igualamiento hay muchas desapariciones, desencuentros y desencajes que se entienden como subdesarrollo, primitivismo o barbarie”.
Hija de padre mestizo peruano y madre japonesa, se crio en Lima bajo la etiqueta nikkei, que designa a los emigrantes llegados de Japón, con la idea de que su universo era espejo de otro mundo: todo era una copia de fuente esquiva, desde los juguetes a los libros en la universidad. “Me preguntaba entonces si copiarnos no era lo más cercano al origen, entendiéndolo como un lugar común, que se comparte”, explica. En ello ha basado gran parte de su trabajo. Sandra Gamarra siempre se ha sentido parte de una tradición que se remonta a la pintura virreinal, no entendida como réplica sino como estrategia de representación, donde copia, falso y mestizo se confunden. Empezó así a reproducir cubiertas de catálogos, folletos e invitaciones a exposiciones de arte, buscando subrayar aspectos que en un original serían invisibles.
La idea de creación contemporánea, dice, “es de por sí un concepto occidental, y habría que pensar en otros términos”
Lo hizo al tiempo en que su pintura se volcó en los géneros clásicos y sus formas de modelar la memoria social, como vemos con la apropiación de los óleos que pidió realizar el virrey Amat para retratar el mestizaje en el Perú del siglo XVIII, pinturas de castas que exponen en Madrid y, al mismo tiempo, en la sala de arte contemporáneo del Mali, en su ciudad natal. También se inventó la idea de un museo ficticio, el LiMac, que tiene sede física desde 2013, que respondía a la ausencia de un museo de arte contemporáneo en Lima y que ponía sobre la mesa la posibilidad de escribir diferentes deseos de contemporaneidad. Ante la pregunta de cómo se imagina hoy el museo perfecto, confiesa que se acerca a uno donde no todo es museable. Lo dice mientras mira por entre los huecos de Tierra virgen, 315 pinturas de la Virgen del Cerro colocadas como un gran castillo de naipes que no solo simbolizan las advocaciones de una imagen mariana convertida en diosa, sino que aluden a la riqueza del cerro Potosí explotada durante la colonización española, al punto de proveer en su momento el 80% de toda la plata del mundo, y que hoy es un hecho clave para comprender los procesos de acumulación primitiva y la desigualdad estructural heredada en el mundo. Ella añade un significado más, el del papel de las mujeres: “Es una metáfora de una estructura que, como en una estafa piramidal, en cualquier momento se puede caer, y necesita captar más miembros en su base bajo la promesa de la ascensión”.
‘Buen gobierno’. Sandra Gamarra. Sala Alcalá 31. Madrid. Del 21 de septiembre al 16 de enero de 2022.
‘Producción/Reproducción’. Sandra Gamarra. Museo de Arte de Lima (Mali). Lima (Perú). Hasta junio de 2022.
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