Se acabaron las preguntas

Cuánto haya influido en la mente de la Real, toda ella, sin excepciones, el partido del 3 de abril es algo que sólo ellos conocerán en profundidad. Si tener que jugarse un título con el Athletic dentro de 12 días ha provocado que la Real se vaya a presentar a la cita precedida de dos de sus actuaciones más insuficientes de toda la era Imanol, es algo que ya tendrán que digerir de forma interna. Porque el tiempo de las preguntas terminó. A partir de ahora sólo valdrán las respuestas. En los próximos 90 minutos habrá en juego un título.

Si, parafraseando a Imanol, la mejor manera de llegar a la final de Copa era con buenas sensaciones, la Real llegará a la cita en La Cartuja con las peores. Por muchos atenuantes que tenga el costalazo de anoche, encajar la segunda mayor goleada de la historia en Anoeta (la primera también la infligió el Barça, 0-6 en la 00/01) nunca puede ser un buen aval para presentarse ante el partido más importante de las tres últimas décadas. La goleada se añade a la decepcionante actuación en Granada.

Que dos derrotas no pueden poner en duda el crédito y el aval de este equipo no es incompatible con algunas certezas que, de alguna manera, describen que la Real ha atravesado por momentos de mayor pujanza que el actual. No sólo en el apartado médico ya que si la final se jugara hoy ocho de sus jugadores podrían no participar, como, sobre todo, en lo referente a aspectos puramente relacionados con su juego, desaparecidos por completo ayer contra el Barcelona.

Un desplome inaceptable

La Real tendrá que elevar notablemente su nivel de dureza respecto al exhibido anoche para equipararse al tipo de batalla que le planteará el Athletic. El desplome de la segunda parte ante los azulgrana no es tolerable en estas instancias, es necesario exhibir más recursos para seguir en pie. No se puede tolerar, como si no hubiera otra alternativa, el fatal destino que te lleva a encajar un gol detrás de otro sin el mínimo atisbo de oposición. Fueron seis, pudieron ser más.

Y la Real tendrá que elevar notablemente su propio juego. Desaparecido ayer por renuncia propia, al entregar el balón y el campo al Barcelona, una concesión que terminó siendo un tiro en la sien. Jugar tan cerca del área propia terminó siendo una invitación al descalabro. Una autopista hacia la gloria para el equipo más en forma de la Liga.

Dentro de doce días en Sevilla no habrá margen para las preguntas. Sólo habrá certezas. La Real tiene algo más de una semana para recuperar buena parte de sus credenciales, de las que no hubo rastro ayer en Anoeta. La cuenta atrás ha comenzado.


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