Se ha roto la baraja


Nos encontramos inmersos de lleno en una pandemia de dimensiones aún por determinar, y que está a afectando a todos los sectores de la sociedad y a todos los niveles de actividad. A tal punto ha llegado el grado de afección, que muchos ya hablan de un antes y un después de la epidemia, que nada será igual que antes, y que asistiremos a una suerte de reconversión en todos los ámbitos como nunca antes habíamos conocido.



Y qué va a suceder con el fútbol, ese poderoso canalizador de nuestras pasiones, y que algunos quieren postular como la panacea de los males que afectan a esta sociedad enferma? Necesitamos el fútbol para calmar al pueblo, que de esta manera, podrá sobrellevar mejor las restricciones a que se ve sometido.

Pero el fútbol también está enfermo, y desde hace mucho tiempo. Y ha bastado la aparición de un virus con una notable capacidad de contagio para poner patas arriba todas las estructuras sobre las que se fundamentaba nuestro fútbol. Ni siquiera los clubes más poderosos han sido capaces de ofrecer una respuesta satisfactoria a las demandas de la crisis, y han mostrado todas su miserias. Entidades representativas como Barcelona, Atlético de Madrid o Sevilla anunciaban su intención de acogerse a expedientes de regulación de empleo temporales, ejemplo que han sido seguido otros clubes de la categoría. ¿Dónde está el músculo económico-financiero de estas grandes empresas, cuya solvencia parece haberse volatilizado como por ensalmo?

Oímos denunciar muchas veces que esta competición estaba trucada, que se jugaba con dos barajas: una, la de los clubes cuyo horizonte de endeudamiento parecía no tener límite, y otros, los menos, y entre los que se encuentra la Real, que se autorestringen y acomodan sus gastos a sus posibilidades reales. Esta situación confería una clara ventaja a los primeros sobre los segundos, por ejemplo, a la hora de afrontar determinadas operaciones de mercado.

La crisis ha roto la baraja y habrá que ver en qué condiciones se juega a partir de ahora.

Una de las mejores noticias que nos ha traído la temporada en curso ha sido la confirmación y consolidación de Álex
Remiro como guardameta de Primera. Pero hoy no quiero referirme al meta navarro, sino al ‘otro portero’ de la plantilla, Miguel
Ángel
Moyá. Dejo fuera de la ecuación a Zubiaurre, por razones obvias.Las plantillas de fútbol nunca tienen dos ‘primeros porteros’, sino un titular y un suplente, salvo contadísimas excepciones. No voy a hacer juicios de valor respecto a las capacidades de ambos metas, pero lo cierto es que Imanol ha dado prevalencia al navarro en detrimento del balear. Pues bien, es aquí, precisamente en esta coyuntura delicada y difícil de gestionar para el que no juega, donde emerge la figura de Moyá como hombre de equipo y que, partiendo de una asunción natural de su situación, se arroga el papel de hombre-balance, que da seguridad al puesto de guardameta en el caso de una contingencia y, al mismo tiempo, dota al vestuario de experiencia, sapiencia y equilibrio. Que la propuesta de renovación por parte del club se está haciendo esperar más de lo deseable es un hecho, aunque, obviamente, factores como una clasificación europea facilitarían las cosas.

Una crisis como la que estamos sufriendo poco bueno puede reportar, pero a veces nos permite conocer a la gente en otros registros distintos a los habituales. Ha sido el caso de Januzaj, cuya presencia en las redes sociales en las últimas semanas nos ha revelado la cara más divertida y desenfadada del belga, cuya aportación ya había mejorado, y que nos ha demostrado que no viene de Marte.

Está claro que , si se juega, la final de Copa 2020 -ya lo digo hasta con reservas-, la disputarán Real y Athletic. Ahora bien, lo que resta por determinar es qué Real y qué Athletic nos encontraremos allá por el mes, vaya usted a saber, cuando finalmente se juegue el partido. ¿Dónde estarán los jugadores cedidos?, ¿cuál será el momento de forma de ambos equipos? Estaremos ya en el marco de otra temporada? ¡Buffff!





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