Sebastian Coe: “Hay que apoyar la innovación tecnológica que ayuda a rendir más a los atletas”



Sebastian Coe, en 2020.

Está tan contento en sus zapatos Sebastian Coe, tan feliz porque en los Juegos de Tokio su atletismo recuperara el puesto de número uno de los deportes olímpicos por interés, espectadores y ruido mediático, que ni se priva de bromear cuando se le pregunta si no le parece que 2022 se convertirá en un imposible para atletas y aficionados, con tantos grandes eventos programados, acumulados debido al retraso de los Juegos de Tokio por la pandemia: 14 reuniones de Diamond League, Mundiales en pista cubierta (Belgrado) y al aire libre (Eugene, Oregón), Europeos de verano (Múnich) y también Juegos de la Commonwealth (Birmingham).

Los ojos le hacen chiribitas a Coe: multiplicación de transmisiones televisivas, ingresos de patrocinadores…

Los deportistas aún dudan qué competiciones prepararán, dónde tendrán la mejor oportunidad de brillar, de asegurar una beca, un patrocinio; los aficionados temen que la saturación de actuaciones conduzca a la inflación, al agotamiento del interés, y Coe sonríe y bromea. Los Mundiales de Oregón, la cuna del imperio Nike, los primeros que se celebran en la historia en suelo de Estados Unidos, coincidirán en julio de 2022 con el Tour de Francia, una simultaneidad inédita que seguramente dañará a dos de los deportes más seguidos después del fútbol, que deberán dividirse la atención televisiva y el espacio en los periódicos. “Yo tengo bien claro dónde estar esas semanas, jeje, y Peter, mi padre, también… Estoy seguro de que él escogería el Tour”, se ríe Coe. “Claro que nadie habría elegido celebrar tres grandes eventos en cinco semanas, pero no estamos en un mundo perfecto. Sé por mis conversaciones con algunos presidentes que todos son conscientes de los desafíos y la necesidad de escoger, pero lo hemos intentado hacer de tal manera que todos los atletas puedan participar en todas las competiciones. Por lo que he hablado con los atletas, entre ellos prima la expectación por intentar ganar el máximo número de títulos, y no el pesimismo”.

Cuando, a principios de diciembre, falleció Lamine Diack, el anterior presidente de la federación internacional de atletismo, muchos de los dirigentes que formaron parte de su ejecutiva se negaron a escribir unas líneas de obituario. “Solo podríamos escribir cosas feas, y no tiene sentido hacerle eso a un muerto”, explicó uno de ellos. Tampoco su sucesor al frente del atletismo mundial, Sebastian Coe, ocho años vicepresidente del mandatario senegalés, abrió la boca para expresar su dolor y pena por la desaparición de una persona condenada a prisión por corrupción, por convertir su mandato en una máquina de acumular dinero encubriendo positivos de dopaje y comprando votos de dirigentes africanos en las elecciones de sedes olímpicas. Coe guardó político silencio.

Como atleta, Coe, un inglés de 65 años, fue uno de los mejores mediofondistas de la historia, doble campeón olímpico (1980 y 1984) y recordman mundial de la milla, los 1.500, los 1.000 y los 800 metros. Como dirigente, después de un periodo como parlamentario tory en Westminster, lord Sebastian Coe representa a la hornada de federativos con mentalidad de ejecutivos de empresa privada, atento a la cuenta de resultados, la superficie y la mercadotecnia. Brilló presidiendo el comité organizador de los Juegos de Londres 2012 y desde su elección en agosto de 2015 al frente del atletismo se ha esforzado en borrar de su fachada toda huella que oliera a pasado (salvo al museo del atletismo que ha impulsado). Una de sus primeras medidas fue cambiar el nombre de la federación, que de sus viejas y complicadas siglas IAAF (International Association of Athletics Federations) pasó a las sencillas WA (World Athletics, Atletismo Mundial). Y también, siguiendo las directrices marcadas por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), desgajó de su reino las tareas de controlar y sancionar el dopaje, y la tentación de la corrupción correspondiente, y la mancha. ”El atletismo se ha transformado totalmente en mis seis años de mandato”, explica Coe en una videoconferencia de fin de año con cinco periodistas españoles. “Aunque ya estábamos trabajando en ello en los tiempos de Diack, cuando empezamos a buscar respuestas a tres preguntas —¿cómo ser más transparentes?, ¿a quién queremos en el atletismo?, ¿cómo logramos que el atletismo crezca?—, cuando llegué a la presidencia creamos la Unidad de Integridad independiente, que no solo se encarga del dopaje, sino también de los problemas de los atletas”.

Inflación de plusmarcas

Coe no quiere pasar por desmemoriado sino como hábil: su objetivo es que no se ensucien sus zapatos de charol brillante. Es la nueva imagen del atletismo, un deporte que en los años pos-Bolt lucha por su preeminencia, la cima de una torre desde la que construir inercia para seguir creciendo, conducido no por una sola figura estelar sino por la irrupción de la generación Coe, jóvenes de todas las partes del mundo nacidos en la segunda mitad de la década de los noventa o poco antes —Yulimar Rojas, Ryan Crouser, Mondo Duplantis, Athing Mu, Jakob Ingebrigtsen, Karsten Warholm, Sydney McLaughlin—… que han saltado, decididos, a abatir todos los límites y récords del pasado oscuro del atletismo. Son las caras ideales para dar un rostro humano y sonriente a la dictadura de la innovación tecnológica sembradora de una avalancha de récords mundiales en todas las distancias y especialidades, liderada por el fabricante de zapatillas atómicas Nike. Una inflación de plusmarcas que reduce el valor de los récords y aumenta el de los eventos fervientemente apoyada por Coe.

“Nuestro papel como legisladores del deporte es el de apoyar la innovación que ayuda a los atletas a entrenar y rendir mejor”, dice el presidente de la WA. “Tenemos que hacerlo y lo hacemos, aunque siempre buscando el equilibrio para que haya juego limpio y que la nueva tecnología sea razonablemente accesible para todos por igual. Por eso, dentro de dos años reduciremos cinco milímetros, de 25 a 20, la altura máxima de las suelas de las zapatillas de clavos”.

Las suelas de espuma y carbono no son el único elemento que decide la relación pie-suelo, la madre de la velocidad. El material de la pista sintética también influye, como demostró el estadio olímpico de Tokio, forrado por el fabricante italiano Mondo. “Apoyo en todo a los de Mondo, y también a su idea de usar para los Juegos de París 2024 diferentes materiales en diferentes partes del estadio: sprints, fondo, saltos, lanzamientos…, y no solo para mejorar las marcas sino también pensando en el bienestar de los atletas, y evitar lo que ocurrió en Tokio con los jabalinistas alemanes, que no pudieron expresarse al máximo por la degradación de su superficie de carrera”, dice Coe de una marca con la que ya firmó acuerdos para el estadio olímpico de Londres y que busca, como el propio Coe, más brillo efímero en sus pistas que permanencia. “Sus proyectos son una evolución natural. Bienvenidos sean”.

Y para que nadie diga que no tiene los pies en el suelo, cuando se le pide al exatleta británico que valore al joven Ingebrigtsen, el noruego campeón olímpico de 1.500m, Coe se lanza literalmente al barro. “Se han dicho muchas cosas de él, pero lo que realmente me ha llegado al alma ha sido cómo al ganar hace nada los Europeos de cross ha demostrado a los entrenadores jóvenes que es perfectamente posible ganar al más alto nivel en la pista en invierno y en verano y también en el barro”, dice Coe, quien aprovecha para adelantar su idea de hacer que el cross sea olímpico en Los Ángeles 28, lo que daría al noruego otra posibilidad de medalla. “Me tomo el cross muy en serio porque forma parte del camino que se debe seguir para alcanzar la plenitud en la pista”.

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