Secretos de la provincia de Teruel al descubierto

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Paradigma de la España despoblada, la provincia de Teruel (Aragón) es un territorio propicio a los descubrimientos. Por su posición fronteriza entre Castilla-La Mancha, Cataluña y la Comunidad Valenciana, fue lugar de paso de diversos pueblos y culturas que dejaron su huella en maravillas del románico y del arte mudéjar y pueblos como Albarracín, Rubielos de Mora, Cantavieja, Mora de Rubielos… Villas que conviven con excelentes ejemplos de edificios modernistas. Eso sin contar con las bellezas medioambientales que conserva casi intactas y las huellas de un pasado muy, muy remoto.

Uno de los dinosaurios que se exponen en Dinópolis, a las afueras de la ciudad de Teruel.
Uno de los dinosaurios que se exponen en Dinópolis, a las afueras de la ciudad de Teruel.

Dinosaurios y arte rupestre

Hace entre 200 y 70 millones de años, el territorio de la actual provincia de Teruel estaba poblado por dinosaurios, cuyos rastros (huellas y fósiles) se encuentran en diversos yacimientos que hoy se pueden visitar. En la capital turolense, a poca distancia del centro, se encuentra Dinópolis, el parque dedicado a los dinosaurios y la paleontología de Teruel, que ocupa más de 12.000 metros cuadrados. Allí hay un extenso museo paleontológico, un recorrido temático, una zona de atracciones, un cine donde se proyectan vídeos en 3D, un simulador virtual y un parque donde se recrean a tamaño natural los dinosaurios hallados en la provincia. Dinópolis cuenta con otras siete sedes repartidas por la provincia. En Rubielos de Mora, por ejemplo, está Región Ambarina, que muestra los numerosos fósiles de dinosaurios que vivían en lo que en tiempos remotos fue un amplio lago. También veremos bloques de ámbar en cuyo interior quedaron atrapados insectos.

Más de 60 millones de años después de extinguirse los dinosaurios llegaron los humanos, que habitaron las cuevas y abrigos de los agrestes relieves de la cordillera Ibérica. Testimonio gráfico de su cultura es el arte rupestre levantino, una manifestación pictórica extraordinaria que no se encuentra en ningún otro lugar de Europa excepto en España, que se desarrolló en el arco mediterráneo durante el Epipaleolítico, un periodo de transición entre el Paleolítico y el Neolítico (alrededor de 10.000 años antes de Cristo). En Aragón se han hallado más de 170 dibujos, localizados en varias cuevas y abrigos de roca a lo largo de los ríos Vero y Martín, en el Maestrazgo y también en Albarracín. 

Trufas y jamón

Los sibaritas ya lo saben: el jamón de Teruel, protegido por una denominación de origen, es uno de los más ricos de España. Su sabor, suave al paladar, con estrechas vetas de grasa y un color rojo apagado, es inconfundible. Gracias a su clima seco, esta provincia se ha convertido en el mejor lugar de Aragón (y uno de los mejores del país) para la producción y curado de este manjar.

La razón que hace que este jamón sea tan reconocido y buscado por los amantes del buen comer es múltiple: por un lado, el proceso de cría de los animales, alimentados solo con cereales producidos en la provincia; por otro, el proceso de curación, que no puede ser inferior a los 14 meses en secaderos locales situados a más de 800 metros de altura. El clima frío y seco hace el resto. Para probarlo, además de pedirlo en los restaurantes y bares de la provincia, lo mejor es apuntarse a una cata en los secaderos de la zona o asistir a la feria del Jamón de Teruel, que este año se celebrará del 15 al 19 de septiembre.

Otra de las iniciativas que demuestran la existencia de Teruel es el trufiturismo. La sierra de turolense de Javalambre es uno de los lugares donde se recolecta mayor cantidad de trufa negra (Tuber melanosporum) del mundo. En la localidad de Sarrión donde se celebra a primeros de diciembre Fitruf, una feria internacional dedicada a este preciado hongo ascomiceto, está la asociación de recolectores, que entre otras actividades organiza interesantes rutas guiadas y jornadas de búsqueda de trufas con degustación final; también está prevista la inauguración este año de un centro de interpretación de la trufa.

Otra parada imprescindible para los amantes de la trufa negra es Mora de Rubielos. Allí se puede probar por ejemplo en Melanosporum, el moderno y refinado restaurante del hotel La Trufa Negra y uno de los referentes de la hostelería local. Aquí sirven este manjar en todas las modalidades imaginables, de un hojaldre relleno de vieiras con trufas a un risotto de langostino con peras y trufas.

El pueblo más bonito

Entre los muchos pueblos que compiten por el título del más bonito de Teruel, casi todos se deciden por Albarracín. Es uno de esos conjuntos casi perfecto que, gracias al olvido de décadas, ha logrado salvar su patrimonio y una atmósfera medieval de película. Aferrado a un risco rocoso excavado por el río Guadalaviar y rodeado por una naturaleza agreste, ha recuperado un patrimonio presidido por sus casas cubiertas por una cal colorada por el óxido de hierro, los balcones colgantes de madera, las verjas de forja en las ventanas y sus estrechas y empinadas callejuelas empedradas. Albarracín es todo un descubrimiento, anunciado desde lejos por la alta y majestuosa muralla almenada que lo rodea desde hace más de mil años.

Durante casi un siglo, desde 1013 hasta 1104, fue una taifa independiente tras la desintegración del califato de Córdoba, e incluso después de la reconquista de la región por los cristianos mantuvo su autonomía hasta 1170, por lo que necesitó de un eficaz sistema defensivo.

En Albarracín lo que hay que hacer es pasearse y disfrutar de un ambiente único. Una de las paradas obligadas puede estar en la catedral del Salvador, en el centro del pueblo, con su campanario sobresaliente entre los techos rojizos. Fue el primer edificio cristiano construido después de la reconquista, pero de sus primitivas líneas románicas no queda ya nada y las diferentes reformas lo convirtieron en el templo renacentista que hoy podemos disfrutar con añadidos barrocos. En el cercano Museo Diocesano, en el antiguo palacio episcopal, se conservan auténticas joyas de arte sacro. Y hay dos museos más en los que detenerse: el Museo de Albarracín, en el antiguo hospital del siglo XVIII, donde se muestra la historia de la villa, y el original y colorido Museo del Juguete, una colección privada que abarca desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo pasado.

Pero lo más llamativo sin duda son sus murallas, majestuosas y milenarias, que rodean por completo el casco histórico. Son de origen árabe, pero se han ido modificando con el tiempo. De sus puertas solo queda una, el Portal del Agua. Desde el punto más alto de la fortificación, la torre del Andador (del siglo X), se tiene una vista panorámica impresionante. Del castillo que dominaba la fortificación prácticamente solo quedan las paredes exteriores, que enmarcan 11 torreones cilíndricos y uno de planta cuadrada. Desde hace algunas décadas está siendo objeto de una exhaustiva excavación arqueológica que ha sacado a la luz numerosas piezas expuestas en el Museo de Albarracín. 

Sierra de Albarracín: paraíso senderista

La joya de Albarracín tal vez esté fuera de sus murallas, en la sierra que la rodea, un macizo rocoso de 60 kilómetros de longitud que se extiende entre Aragón, la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha. Desde el mismo pueblo es posible recorrer numerosas sendas que se adentran por los alrededores, siguiendo, por ejemplo, el cauce del Guadalaviar.

Para caminatas más ambiciosas hay que dirigirse al paisaje protegido de los Pinares de Rodeno, donde densos bosques de pinos cubren singulares formaciones geológicas moldeadas por la erosión de la roca arenisca, de color rojo, que caracteriza la zona, marcada por profundos cañones. Para conocer mejor la región, donde se han hallado numerosas pinturas rupestres, es buena idea dirigirse al Centro de Interpretación de Dornaque, a 14 kilómetros de Albarracín, dedicado a la flora, fauna y geología local, y donde se puede conocer más sobre los dinosaurios que antiguamente poblaban estos lares. 

Para saber cómo eran estos parajes hace 150 millones de años, cuando estaban enteramente cubiertos por un océano prehistórico, hay que visitar Mar Nummus, otra de las sedes de Dinópolis.

El gran acueducto romano

En la comarca de la sierra de Albarracín y sus alrededores aguardan más sorpresas para los viajeros curiosos. Entre ellas, hay dos a menos de 30 minutos en coche de Albarracín. La primera es el acueducto romano de Gea de Albarracín, majestuosa obra de ingeniería del siglo I que se extiende 25 kilómetros, en los cuales se alternan tramos al aire libre y otros excavados en la roca. Gran parte del acueducto, que abastecía la ciudad de Cella, se puede visitar libremente, aunque es aconsejable acercarse al centro de interpretación que también organiza visitas guiadas. 

Un poco más al norte está Peracense, un pueblo coronado por un increíble castillo. Considerado uno de los más bellos de Aragón, fue levantado en la cima de un escarpado peñasco en el siglo XII, aprovechando la presencia de enormes bloques rocosos, utilizados como parte de la construcción, realizada enteramente en la roca sedimentaria roja típica de la zona. 

Esquí y astroturismo

En los últimos años se ha puesto de moda la sierra de Javalambre, al sur de la provincia de Teruel. Su creciente fama como destino turístico se la debe, sobre todo, a las actividades al aire libre que ofrece durante todo el año. En esta sierra hay incluso una estación de esquí, con 14 kilómetros de pistas y nueve remontes, en el término municipal de Camarena de la Sierra, que en verano se convierte en un rincón fantástico para hacer caminatas por senderos panorámicos. 

Para quienes prefieran mirar al cielo (que aquí está a salvo de la contaminación lumínica) está Galáctica, un moderno observatorio astronómico en las afueras de Arcos de las Salinas que se dedica a cartografiar el espacio y está considerado como uno de los mejores puntos de España para la observación de las estrellas. Inaugurado en 2020, el centro organiza durante todo el año visitas guiadas y estimulantes actividades, como cursos y charlas.

Gemelas y capicúas

La capital de la comarca de Gúdar-Javalambre es Mora de Rubielos, una impresionante villa medieval salpicada de palacios, iglesias y con un castillo que parece sacado de un cuento, unidos por calles empedradas flanqueadas por balcones de madera y a las cuales se accede por antiguas puertas fortificadas, testigos de la importancia que Mora tuvo en la Edad Media, cuando fue un lugar estratégico tanto en la guerra contra los musulmanes como en los enfrentamientos entre las coronas aragonesa y castellana.

Lo que más sorprende al llegar es el impresionante castillo de los Fernández de Heredia, encaramado encima de un peñasco rocoso que domina el pueblo y la campiña circundante. Aunque su construcción se remonta al siglo X, las líneas actuales, de estilo gótico, son fruto de sucesivas remodelaciones que han transformado la fábrica original de este inexpugnable castillo, que durante su larga vida ha sido también convento franciscano y cárcel. Organizada alrededor de la plaza de armas y con dos puertas de acceso protegidas por macizos torreones, la fortaleza cuenta con enormes salones, una capilla, alcobas señoriales y otras dependencias, además de amplias bodegas. Un conjunto perfectamente rehabilitado y que en los meses de verano se convierte en escenario del festival de teatro Puerta al Mediterráneo.

El otro gran edificio de Mora es la excolegiata de Santa María, asomada a la plaza de la Iglesia, rodeada por bellos palacios medievales, todo un manifiesto del gótico levantino que se remonta a mediados del siglo XIV. Además, todo el casco antiguo de Mora de Rubielos presume de sus portales, de diferentes épocas. Y en lo alto, una serie de rampas peatonales nos llevarán hasta lo que queda de la antigua muralla medieval, levantada sobre una loma y a la que merece la pena subir por las inolvidables vistas del pueblo y el castillo.

Hermana casi gemela de Mora de Rubielos es la cercana Rubielos de Mora —a unos 12 kilómetros—. Esta es una elegante villa fundada en el siglo XII al amparo de las onduladas colinas de la sierra de Gúdar. Cuando, poco más de 200 años después, el rey Pedro el Ceremonioso decidió premiar a Rubielos por su fidelidad en la guerra contra Castilla con una exención fiscal aquí se mudaron numerosos nobles navarros, vascos y catalanes, que transformaron el lugar en una refinada villa, llena de palacios, iglesias y monasterios.

Para acceder al casco antiguo hay que cruzar uno de los dos portales (el de San Antonio y del Carmen) que antaño se abrían en la muralla de la ciudad. En una plazoleta triangular a pocos metros de la puerta de San Antonio encontramos uno de los palacios más interesantes de la villa, hoy convertido en Ayuntamiento y oficina de turismo: de sobrias líneas renacentistas fue durante décadas sede del mercado local.

El arte más contemporáneo también se abre paso entre el conjunto medieval de Rubielos: el Museo Salvador Victoria reúne la obra de un famoso pintor impresionista originario de la villa en el antiguo hospital de peregrinos, de 1757. Y en el antiguo convento barroco de los Carmelitas Calzados se sitúa el museo dedicado a otro artista local, el escultor José Gonzalvo. Aunque no se esté interesado en la exposición, vale la pena visitar el excelente claustro porticado del convento.

Por el Camino del Cid

Una manera original de descubrir los alrededores de Mora de Rubielos y Rubielos de Mora es el Camino del Cid, una ruta senderista que atraviesa la Península siguiendo las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar.

Dividido en diferentes tramos (la longitud total es de más de 1.400 kilómetros), el camino entra en Aragón por Torrehermosa, cerca de Calatayud, y sale hacia la Comunidad Valenciana en Olba, pocos kilómetros al sureste de Rubielos. En la web del proyecto es posible obtener información sobre las diferentes rutas (se puede seguir el itinerario también en bicicleta y en coche), los puntos de sellado del “salvoconducto” y los albergues donde pernoctar.

Descubriendo el Maestrazgo

El encantador Puertomingalvosilencioso y recogido, con sus casas de piedra sobre una roca coronada por un austero castillo, es un buen ejemplo del encanto del Maestrazgo, una comarca importante en tiempos medievales, cuando los maestres de las órdenes militares medievales controlaban esta región, de ahí su nombre.

Es un pueblo que conserva algunos edificios medievales interesantes, como el palacio del Ayuntamiento, considerado una obra maestra del gótico civil aragonés. Hay por supuesto iglesias, como la barroca de San Blas, que compite con el castillo como monumento más importante de la localidad. La fortaleza, en lo alto del pueblo, ofrece unas buenas panorámicas de la campiña.

Y muy parecidos son otros muchos pueblos del Maestrazgo, que mezclan el aire medieval con el renacentista y las iglesias barrocas. Es el caso también de La Iglesuela del Cid, ya en el límite con la Comunidad Valenciana, de aire renacentista, con castillo y recinto amurallado, aunque dice la leyenda que fue mandado levantar por El Cid. No faltan los palacios nobiliarios y, como ejemplo, la Casa Aliaga, un enorme edificio renacentista que se alza en pleno casco histórico, considerado el máximo ejemplo de arquitectura palaciega del Maestrazgo. Perteneció a la poderosa familia de los Aliaga y conserva la disposición originaria de sus estancias, con muebles y objetos de varias épocas.

La capital de la comarca del Maestrazgo es Cantavieja, que presume también de ser uno de los pueblos más bonitos de Aragón. Fundada por el general cartaginés Amílcar Barca en lo alto de un peñasco a 1.300 metros de altitud, durante toda la Edad Media prosperó gracias a las órdenes militares caballerescas que se sucedieron en su dominio. Tras siglos de aletargamiento, se volvió a convertir en centro militar neurálgico durante las Guerras Carlistas, cuando el comandante carlista Ramón Cabrera instaló allí su cuartel general. Por supuesto, hay un museo de la Guerra Carlistas, además de palacetes de diversas épocas, grandes iglesias y un antiguo castillo de peculiar planta triangular para aprovechar un espolón rocoso que domina la llanura circundante y del que apenas queda nada en pie.

Cantavieja es también el punto de partida de una densa red de senderos, aptos para todos, como el popular camino que llega al mirador de la Tarayuela, el de la fuente de la Faldrija o el que flanquea el río Cantavieja. Pero si se busca algo realmente fácil podemos simplemente seguir el paseo bajo las murallas, accesible por unas escaleras desde el casco antiguo.

En la bella Mirambel 

Uno de los pueblos más conocidos del Maestrazgo es Mirambel. Y es que ha sido escenario de muchos rodajes de películas y anuncios. El decorado merece la pena: está rodeado por una muralla del siglo XIV, con un aire bucólico y sosegado y calles silenciosas cerradas al tráfico. Mirambel comparte historia con otras localidades de la comarca: reconquistada en 1180 por Alfonso II, cedida a los templarios primero y a los sanjuanistas después, vivió su época de esplendor a partir del siglo XVI, cuando se construyeron los palacios y casas de estilo renacentista que le han valido el título de conjunto histórico artístico. 

La más famosa de las cuatro puertas que se abren en la muralla es el Portal de las Monjas, que sirve de acceso al casco histórico y luce tres galerías cubiertas por elegantes celosías de yeso y barro, únicas en su género, con intricados dibujos geométricos. Una vez dentro, el pueblo invita a pasear entre conventos, como el de las Agustinas que desde el siglo XVI marca la vida de Mirambel, o iglesias como las de Santa Catalina y de Santa Margarita. Una vez más, veremos palacetes renacentistas con galerías porticadas y, por supuesto, las ruinas de un castillo templario, del que hoy solo quedan unos muros pero que aún así sigue siendo uno de los rincones más sugerentes de la villa.

La ruta del silencio

Mucho menos conocido resulta Eljuve, adonde se llega desde Cantavieja siguiendo la llamada Silent Route, la ruta del silencio. Tras este nombre tan sugerente está la A-1702, una serpiente de asfalto que cruza casi por completo las comarcas del Maestrazgo y de Andorra-Sierra de Arcos, en el corazón de la provincia turolense. A lo largo de sus 63 kilómetros, entre Cantavieja y la localidad de Gargallo, se alternan impresionantes parajes naturales, como los Órganos de Montoro o los Estrechos de Valloré, y pueblos de gran belleza como Ejulve, Montoro de Mezquita, Pitarque o Gargallo, con un excelente museo etnográfico.

Ejulve se recorre rápidamente, entre casas solariegas renacentistas que se asoman a calles tranquilas, como la que alberga el Ayuntamiento o el antiguo hospital hoy convertido en el Centro de Interpretación del Parque Cultural del Maestrazgo. O la iglesia de Santa María la Mayor, soberbio edificio gótico con un alto campanario que en su día funcionó también como baluarte defensivo. Una visita curiosa es la del centro de interpretación de Las Masías de Ejulve, que muestra la historia y tradiciones de las grandes masías que antes abundaban en las inmediaciones de este lugar. Desde el centro arrancan varios senderos, bien señalizados, que unen las masías aún existentes. A los amantes de la naturaleza les espera una sorpresa en el monumento natural de los Órganos de Montoro, entre Ejulve y Villarluengo: unas formaciones geológicas de roca caliza que parecen grandes agujas, de hasta 200 metros de altura, o los tubos de un órgano. Las mejores vistas se obtienen desde el collado de Casa Mazuelos. También es posible explorar la zona a pie siguiendo alguna de las rutas senderismo que la recorren.

Dos amantes y un torico

Humilde y al margen de las grandes rutas, Teruel es una de las capitales de provincia más pequeñas de la Península. Pese a tener un riquísimo patrimonio mudéjar, es más conocida por la trágica historia de dos famosos amantes: a mediados del siglo XIII, cuando Juan vuelve de hacer fortuna para casarse con su amada Isabel, ella acaba de contraer matrimonio con otro y le niega un último beso. Él cae muerto, y en su funeral la joven va a darle ese beso póstumo y muere sobre el cadáver. Ambos están enterrados en la iglesia mudéjar de San Pedro, del siglo XIV, en un sepulcro de alabastro esculpido en 1955 por Juan de Ávalos. El mausoleo de los Amantes es constantemente visitado por parejas que se prometen allí amor eterno. Tras ver la famosa tumba, es buena idea subir al ándito que rodea el perímetro exterior del templo, que funcionaba como camino de ronda, y a la torre, que además de ser la más antigua de la ciudad ofrece desde sus 25 metros de altura bellas vistas del paisaje urbano. También destaca su claustro de ladrillo, en el que pervive un templete de madera que durante siglos sirvió para exponer los cuerpos momificados de los amantes. La última etapa del recorrido es la del jardín que rodea el conjunto y desde el cual se goza de una visión privilegiada del ábside.

Pese a su pequeño casco antiguo, Teruel es toda una sorpresa. Aquí se desarrolló y floreció el mudéjar aragonés, un estilo arquitectónico fruto del mestizaje de las culturas cristiana e islámica. El otro estilo que marca la ciudad es el modernista, y como ejemplo la majestuosa escalinata que conduce de la parte baja de la ciudad al centro. Fue la obra maestra de la arquitectura modernista turolense de los años veinte y mezcla elementos típicos de la tradición mudéjar, como el uso del ladrillo de barro y la decoración cerámica, con otros de clásica impronta modernista, como la forja de las farolas. A mitad de la escalinata destaca el altorrelieve con la escena del beso de los Amantes labrada por el escultor Aniceto Marinas.

Otra joya de la ciudad es la torre mudéjar de El Salvador (del siglo XIV), con sus 40 metros de altura y una decoración exterior formada por rombos de ladrillos embellecidos por cerámica de colores blanco y verde. Es uno de los monumentos más visitados y espectaculares de la ciudad, un majestuoso ejemplo de la arquitectura medieval mudéjar. Desde la parte superior, donde se hallan las campanas, se contemplan unas amplias vistas de la ciudad.

La plaza del Torico es su centro neurálgico. Construida a mediados del siglo XIX, está rodeada de cafés y algunos excelentes edificios modernistas del arquitecto catalán Pau Monguió Segura. La explanada toma su nombre de la fuente con cuatro cabezas de toro de las cuales brota el agua, y rematada por una alta columna coronada por la estatuilla del torico, un diminuto toro de bronce que recuerda la leyenda sobre la fundación de la ciudad.

Y, por supuesto, hay que ver su maravillosa catedral que, a pesar de su aspecto inconfundiblemente mudéjar, con el campanario de ladrillos, azulejos y cerámicas vidriadas verdes, es de origen románico. De la primitiva construcción poco queda en pie, y todos sus elementos más llamativos son fruto de una larga serie de reformas que se llevaron a cabo a partir del siglo XIII. A unos metros de la plaza de la catedral se alza la torre de San Martín, otro monumento mudéjar del que se sienten muy orgullosos los turolenses. Construida siguiendo el modelo de las torres almohades en 1316, fue restaurada varias veces en los siglos posteriores. Su hipnótica decoración está formada por intricadas figuras geométricas de ladrillo resaltado y con apliques de cerámica vidriada verde y blanca.

La sorpresa del Matarraña

Abrazado por su majestuoso castillo medieval y por el río Matarraña, Valderrobres es uno de esos lugares donde el tiempo parece detenerse. En la capital de la región esperan un recinto amurallado con calles adoquinadas, magníficas casas de piedra y un imponente castillo del siglo XII, mandado construir por el rey Alfonso II de Aragón. La mayoría de los visitantes entra en el casco antiguo por el puente medieval de piedra que cruza el Matarraña y que es también la estampa más conocida de la localidad, con las casas con balcones de madera colgantes sobre el río y la torre del castillo como telón de fondo. Una vez pasado el puente se entra en la villa por el portal de San Roque, una de las siete puertas almenadas que se abrían en el recinto amurallado. Justo después del portal se abre la plaza de España, una pequeña explanada cercada por palacios medievales y renacentistas y bares con terrazas.

Una serie de rampas, escaleras y empinadas calles empedradas que serpentean entre bonitas casas de sillería sube hasta la parte alta de la villa, donde se levanta, junto al castillo, una impresionante iglesia gótica considerada uno de los mejores ejemplos aragoneses de este estilo arquitectónico. Y por fin, el castillo, un palacio fortificado que fue, a partir del siglo XIII, residencia del obispo de Zaragoza, señor de la villa y de sus tierras. Una fortaleza de grandes dimensiones y de espléndidos volúmenes que fusiona el estilo gótico y el renacentista en un conjunto tan armónico como funcional. Además de recorrer su laberíntico interior, no hay que perderse las vistas desde la plaza de armas o las ventanas de los pisos superiores, que enmarcan la campiña de los alrededores. 

No lejos de Valderrobres queda Beceite, un pequeño pueblo entre montañas que en los últimos años atrae a los amantes de las actividades al aire libre al llamado Parrizal de Beceite, una senda de pasarelas de seis kilómetros de longitud que en paralelo al río Matarraña, entre elevadísimas paredes de roca. El acceso a la senda está regulado y hay que adquirir entrada para realizarla.

Alcañiz y los calatravos

Alcañiz se aparece como acurrucada en un meandro del río Guadalope, que la abraza y protege. Es la capital del Bajo Aragón y segunda ciudad más importante de la provincia, y se nota su importancia con solo entrar en el casco antiguo, salpicado de palacios nobiliarios, iglesias y museos. Aquí todo se organiza alrededor del impresionante castillo calatravo que domina la villa. Hoy esta fortaleza levantada en el siglo XII por los caballeros de Calatrava funciona como parador, pero parece perfecto como escenario de un cuento. En realidad, es una mezcla de estilos arquitectónicos, desde el románico hasta el renacentista, con el aspecto inexpugnable que le dan sus torreones, la torre del homenaje que preside el conjunto y los altos bastiones.

En la plaza de España convergen las principales calles y se asoman dos de los mejores ejemplos de la arquitectura civil gótica y renacentista de Aragón. El primero es la Casa Consistorial, construida en 1547 con una elegante fachada presidida por el escudo de Alcañiz y coronada por una galería de arcos de medio punto. El segundo es la Lonja, un edificio gótico tardío aragonés (data del siglo XV) adosado al Ayuntamiento, abierto por tres grandes arcos apuntados donde se celebraba el mercado en la Edad Media. Y a pocos metros de la Lonja, la iglesia de Santa María, con una increíble fachada barroca. Especialmente curiosos son los pasadizos subterráneos que conectaban entre sí (y salían fuera de las murallas) los palacios más emblemáticos de la villa. Esta intrincada red medieval excavada directamente en la roca se puede conocer desde el acceso que hay en la misma oficina de turismo.

Y de regreso al siglo XXI, Alcañiz es famoso también por ser la sede de Motorland, un circuito de carreras inaugurado en 2009 donde se celebran numerosas competiciones de motociclismo. Durante todo el año invita a los aficionados del motor a exhibiciones, concentraciones de vehículos, cursos de conducción o talleres para pilotar motos y karts. 

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