Septiembre

Parque natural de Urkiola.
Parque natural de Urkiola.getty

De noche desde casa se oía el furioso oleaje, como el esfuerzo que realizaba el mar para purgarse de toda la basura con que ha sido vulnerado este verano. Al final de las lluvias de septiembre una luz de aceite se posará sobre la copa de los árboles; las babosas treparán en las virutas de espliego en los barrancos y los alacranes de color miel volverán a soñar con el calor tórrido bajo las piedras. En las rocosas calas sombreadas de pinos sonarán todavía los últimos gritos de los niños, pero tal vez esas voces serán solo un eco en la memoria cuando después de cerrar la casa chirríe la cancela y el coche cargado de maletas se aleje por el camino de grava flanqueado por una línea de palmeras. En la casa cerrada habrá quedado la cesta con los periódicos del verano cuyos titulares sobre Afganistán con la victoria de los talibanes y otros cataclismos naturales acabarán fermentando con el aire estancado del salón. Tal vez unos melocotones olvidados en el frutero, cuando se pudran, añadirán cierto sabor dulzón a estas calamidades. Las lluvias de septiembre alegrarán los pastos y tierra adentro por valles herméticos de san Juan de la Cruz pronto empezará la berrea de los venados y sus bramidos subastando el semen ante las hembras expectantes ganarán en estética a los berridos que sin duda darán también algunos políticos en el Parlamento sin que el Gobierno y la oposición logren aparearse ni una sola vez. Vivir con la mente alejada de esta basura política es ya una obligación para un ciudadano decente. Vendrá el dorado otoño y el blanco invierno con otros males, pero cuando en primavera se abra de nuevo la casa y se libere el aire estancado, aquellas noticias siniestras que nos llenaron de angustia el pasado verano, después de fermentar en los periódicos viejos de la cesta se irán por las ventanas hasta perderse por el valle donde florecen los cerezos.


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