Si pudiéramos elegir cualquier lugar del mundo, ¿dónde nos gustaría vivir? No hablamos de un país, una ciudad, ni siquiera un barrio. No. Nos referimos a algo mucho más concreto: ese edificio que siempre hemos fantaseado que fuera nuestro hogar. Un espacio propio en el que nos imaginamos desayunando tranquilamente un domingo por la mañana, recibiendo a unos amigos para tomar un café o leyendo una novela antes de acostarnos. El sitio perfecto para vivir.
Seguramente todos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez. La respuesta no es fácil. De hecho, dar con la vivienda ideal es realmente difícil. Una villa renacentista en el Véneto, un ático de lujo en los Campos Elíseos, una cabaña en una isla perdida del Pacífico, un loft industrial en el SoHO neoyorquino, una masía en el Baix Empordà… El presupuesto no importa, soñar no cuesta nada.
Si hace unas semanas en ICON Design recordamos las casas que grandes maestros de la arquitectura diseñaron para sí mismos y sus familias, esta vez nos acercamos a algunos de nuestros arquitectos para hacerles esta pregunta: si usted pudiera elegir cualquier edificio de la historia de la arquitectura, ¿en cuál le gustaría vivir?
Bunshaft Residence (Travertine House) (East Hampton, Nueva York, 1962-1963), de Gordon Bunshaft
Pedro Feduchi. Arquitecto y diseñador: “¿Y cómo elegirla habiendo tantas? Para comenzar pensé que no debería ser como La Casa de la Vida de Mario Praz, debería ser algo menos impegnativo, más ligero, de menor tamaño y mayor diversión, algo así como la petite maison de Bastide. Una casa intermitente, de recreo, una de esas weekend houses donde se quiebran las horas de la rutina semanal. La elección recayó en la Travertine House de Gordon y Nina Bunshaft, que además cumplía con otros musts à la page: estar ubicada en un lugar idílico donde la pradera del amplio jardín se disolvía en las aguas del Georgica Pond y atesorar una espectacular colección de arte moderno. Naturaleza, arte y arquitectura, un triángulo muy difícil de conciliar que pocos han sabido resolver con tanto acierto como falta de pretensión. Para su casa, la única que diseñó en su vida, Bunshaft apostó por la opaca porosidad del travertino. Un prisma entre muros con un dormitorio en cada extremo –el de ellos y el de los amigos–, un gran ventanal al mediodía y dos puertas al opuesto. El techo de pretensados de hormigón dejaba pasar entre la viguería y el muro la luminosidad que encendía un interior lleno de obras de arte. Al morir sin descendencia, los Bunshaft legaron la colección y la casa al MoMA. De la casa solo nos quedan las fotos de Ezra Stoller. El museo la vendió y su nuevo dueño la derribó. Mi elección ideal acabó en un final demoledor. Mejor así, nadie puede retener la vida dentro de una casa que no se habita, ni el empeño de Praz lo consiguió”.
Casa de la Cascada (Mill Run, Pensilvania, 1936-1939), de Frank Lloyd Wright
José María Pérez “Peridis”. Arquitecto, humorista y escritor: “En mis tiempos estudiantiles andaba yo fascinado con la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright. ‘¡Madre mía qué audacia y cuánta belleza! ¡Una casa de cuento y además moderna, con incontables terrazas, aleros y pérgolas que, como alas de mariposa, flotaban sobre una roca justo encima de una cascada que parecía nacer allí mismo, a la sombra de los prodigiosos voladizos que la protegían! Alejada del mundanal ruido en medio de un bosque que mudaba la ropa al compás de las estaciones. ¿Quién no soñaría con vivir en un lugar semejante y despertar acunado por el gorjeo de los pájaros?’, pensaba yo.
Imaginemos una conversación del matrimonio Kaufmann:
– ¡Edgar, esta casa es un capricho! Frank ha hecho poesía. Maravillosa: para fotografiar, para enseñar, para presumir, pero no para convivir con esa corriente que lleva la humedad y el ruido a todos los rincones. ¡Con lo bonito que habría sido tenerla enfrente, en vez de debajo de la almohada!
– Eso es lo que le pedí: tenerla como horizonte. Pero, ¿quién le lleva la contraria a un genio? Me reconocerás que la casa nos ha hecho famosos y eso es bueno para la firma Kaufmann. Mientras esté en pie nuestro nombre será imborrable, por eso la voy a donar a la Western Pennsylvania Conservancy, para que la declaren monumento artístico. Será el museo de Frank, no la habitará nadie, y será admirada por todo el mundo”.
Casa de Blas (Madrid, 2000), de Alberto Campo Baeza
Alberto Campo Baeza. Arquitecto, Premio Nacional de Arquitectura de España 2020 y Catedrático de la ETSAM, Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid: “Es como preguntar: ‘¿qué hijo prefiere?’ Yo me iría a vivir a cualquiera de las casas que he hecho. En todas ellas me he dejado el alma. En todas he tratado de hacer la casa más hermosa del mundo. Pero si se me insiste, yo me iría a la Casa de Blas. Siendo una de mis casas más radicales, expresa muy bien a través de sus partes qué es el vivir, el habitar. El podio, pesante, ligado a la tierra, contiene las partes más privadas de la casa. La caja de vidrio, ligera, ligada al paisaje, en continuidad con él, no tiene nada, es completamente abierta. La cabaña sobre la cueva. En palabras de Frampton-Semper, lo tectónico sobre lo estereotómico. Frente a nosotros el paisaje de horizonte lejano, el cielo. Nada más y nada menos. ¡Tanto con tan poco! ¡Casi todo con casi nada!
Casa Malaparte (Punta Massullo, Capri, 1938-1942), de Adalberto Libera
Alejandro Zaera Polo. Arquitecto, fundador del estudio internacional AZPML: “Hay varias casas que me gustan y siempre tienden a ser abstractas, topográficas… como si fuesen contenedores más determinados por el ajuste al entorno natural o por su propia lógica constructiva interna, que por el confort y la sutileza. Lugares abocados a una existencia casi nómada, en los que se sobrevive porque la atracción del lugar es tan potente que no se necesita confort. El más extremo quizá sea la Casa Malaparte. Curiosamente la casa se construye como expresión del carácter extravagante de su dueño, el escritor Curzio Malaparte. Mitad templo, mitad prisión, la Casa Malaparte se concibe como una excrecencia del espolón rocoso sobre el que se asienta. Es el vehículo que da acceso a la experiencia intensa del paisaje circundante a través de un mirador peligroso, vertiginoso, sin protección. No es una guarida sino todo lo contrario. Hay que estar alerta. Es una construcción sin estilo ni lenguaje: las salas interiores son simples volúmenes estucados en blanco, sin ornamento ni detalle, que se abren al Tirreno a través de ventanas ni verticales ni horizontales. Las del salón son las más grandes que Malaparte pudo encontrar en el mercado. Las demás son convencionales, casi mezquinas, y perforan el volumen repetitivamente, como las de una cárcel. El pavimento interior es de mampostería rústica ‘para que a nadie se le ocurra ponerse a bailar’. Es una casa sin ceremonia, sin protocolo, que rechaza las convenciones sociales de lo doméstico. Es brutal, desafiante, terrorífica, inhumana. Lo más distante a la domesticación”.
23 Beekman Place (Nueva York, 1961-1982), de Paul Rudolph
Belén Moneo y Jeffrey Brock. Arquitectos y diseñadores en Moneo Brock; profesores: “Autor de obras rechazadas por su brutalismo autoritario, en su propia casa de Manhattan, Paul Rudolph trabaja con suma delicadeza exhibiendo en la domesticación notable sensibilidad y a la vez desplegando con esplendor su visión arquitectónica. Aquí incorpora los solapes y concatenaciones espaciales de sus secciones más dinámicas compaginados con la precisión en el detalle que cabría exigir en la escala doméstica. Su penthouse rompe la norma urbana del townhouse neoyorquino, ya que sobresale atrevidamente de las fachadas inferiores alineadas, y con maestría extrema goza de un lenguaje de libre composición de pórticos, pérgolas y de planos opacos, transparentes y reflectantes que a la vez enmarca territorios y los rompe. La casa aporta vistas espectaculares sobre el East River, y sus formas descompuestas de líneas y planos sueltos, incorporan y subrayan el expansivo panorama de la ciudad. Rodeados de detalles preciosistas pero reflexivos, escaleras sin barandillas, macetas flotantes, e infinitos cambios de nivel, vivir allí puede poner a prueba la paciencia de otros, pero nosotros fácilmente podemos imaginarnos disfrutando del recorrido perpetuo, merodeando entre los libros, el estudio, la cocina y la chimenea. ¡Y por supuesto, de vez en cuando abriríamos las puertas a los amigos para celebrar este espacio como se merece, con una fiesta extravagante en honor a su autor!”.
Una cabaña en Walden (1854), de Henry David Thoreau
Núria Moliner. Arquitecta, investigadora, comunicadora y presentadora de “Escala Humana”: “Walden es más que una cabaña en el bosque. No es un proyecto de un arquitecto, sino de un filósofo. Es la decisión de vivir en la simplicidad, de manera libre y autosuficiente y en coherencia con la naturaleza. Un experimento como crítica a las imposiciones de la sociedad contemporánea, que nos empuja a pagar por la vivienda con el esfuerzo y el tiempo de nuestra vida. Walden es una declaración de orden de prioridades, que encuentra su lugar en la arquitectura vernácula, de materiales locales, de mínimos, ligera y sin artificio ni ornamento. Donde la belleza nace de la sencillez de la vida que la llena y donde es más importante el entorno natural que el espacio construido. La casa es un refugio que nos proporciona calor y nos demuestra que podemos vivir con menos. Esta vivienda y este libro nos recuerdan la necesidad de preservar el planeta y el meollo de nuestra propia existencia. Retos que hoy resuenan aún con más fuerza, ante la emergencia climática y las desigualdades sociales frente al capitalismo, y que nunca deberíamos olvidar como arquitectos/as. Al final, todas soñamos en ir a los bosques y vivir, al menos por un tiempo, como Thoreau: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido”.
Casa-Taller Luis Barragán (Ciudad de México, 1948), de Luis Barragán
Manuel Blanco. Arquitecto, Director de la ETSAM, Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid: “Elegí el pasado marzo la propia Casa-Estudio del Premio Pritzker Luis Barragán como fondo virtual de mi vida en Zoom y en las demás aplicaciones en que han transcurrido mis meses del confinamiento. Una casa sofisticada y sencilla en que el arquitecto construye los espacios de su vida y trabajo de una forma sobria sin concesiones, pero en que cada espacio se adecua maravillosamente a su cometido, en que los jardines y el interior interactúan, y la luz y el color, los brillantes colores de Barragán, sus exquisitas texturas, modulan y matizan cada uno de sus espacios. Una casa con unas terrazas-patios en donde los colores de los altos muros enmarcan su vida retirada y el cielo luminoso de la Ciudad de México. Cuando la construye, Barragán había aprendido a contenerse y a destilar y concentrar su poética después de la experiencia de su primera casa propia colindante, que vende a los Ortega y cuyos maravillosos jardines puede seguir él visitándolos por un portillo en la valla que separa sus terrenos. En estos tiempos raros de la Nueva Realidad elegí vivir en ella en mi pensamiento y me encantaría poder habitarla en una realidad que no fuera solo la virtual, pero es ya Patrimonio de la Humanidad”.
Great Dixter (Northiam, East Sussex, Reino Unido, 1912), de Edwin Lutyens, con la importante influencia de dos mujeres: Gertrude Jekyll y Daisy Lloyd
Izaskun Chinchilla. Arquitecta, Catedrática de Arquitectura de la Bartlett School of Architecture, University College of London: “Me mudaría aquí mañana por muchas razones, pero, sin duda, el jardín sería una importante. Se distribuye en habitaciones exteriores, y entiende que la vida que transcurre fuera necesita de la intimidad, protección, inspiración y cuidados del interior. En el movimiento Arts & Crafts, la comunión entre arquitectura y contexto era profunda: el mejor piropo a una casa era que ‘parecía surgida de la tierra’. Gertrude Jekyll, una de las más brillantes paisajistas del Reino Unido, colaboró con Lutyens en más de 100 jardines y juntos inventaron esa extensión del acogimiento a un lugar sin techo, variable, vivo y perecedero, aunque en Great Dixter solo Lutyens trazó la geometría inicial del jardín. La parte esencial de la plantación se debe a la apasionada propietaria de la vivienda, Daisy Lloyd. El diseño surge inicialmente como un encargo de rehabilitación de una pequeña vivienda del siglo XV, que Lutyens proyecta envolver con piezas de nueva planta. Posteriormente, Daisy y su marido encuentran una casa de madera del siglo XVI y deciden comprarla, desmontarla e incorporarla al diseño anterior. Lutyens integra el conjunto con gran pericia formal, en un gesto que nos recuerda que reciclaje y economía circular han sido solo grandes olvidados durante una ficción desarrollista que empezó en 1920 y, tal vez, acabó en 2020. La casa alterna espacios conservados del siglo XV y espacios nuevos, a veces construidos con materiales orgánicos y locales, y otras veces configurados con los restos de la otra casa del siglo XVI, aceptando el carácter orgánico no sólo de la arquitectura, sino de la vida familiar: profusa en ampliaciones, cambios de uso y de necesidad”.
Casa de Vidrio (Morumbí, Brasil, 1949-1951), de Lina Bo Bardi
José María Ezquiaga. Arquitecto, urbanista y sociólogo; profesor titular en la ETSAM, Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid: “Las primeras imágenes de la recién inaugurada Casa de Vidrio de Lina Bo Bardi en 1951 podrían hacernos pensar que nos encontramos ante un ensayo virtuoso de abstracción geométrica conforme a los cánones más ortodoxos del racionalismo arquitectónico. Desde el sendero de acceso, la casa aparecía como una gran losa de hormigón y vidrio levitando sobre una colina sin más vínculo con el suelo que unos esbeltos tubos de acero. Desde el interior, el pavimento de gresite azul replicaba el cielo visible desde los tres costados del perímetro acristalado. El paisaje aparecía como una naturaleza dominada desde la distancia y la razón. Concebida como atalaya sobre el paisaje, la Casa de Vidrio acaba devorada por la amable vegetación tropical del jardín. El patio se transforma en un eficaz dispositivo climático y el acuoso pavimento azulado se convierte en el tapiz sobre el que se decantan refinados muebles de estilo y contemporáneos, iconos de diseño y objetos populares. La voluntaria ascesis en la figuración geométrica y en el mínimo repertorio de materiales utilizado (vidrio, acero, hormigón) crea un espacio abierto al protagonismo de las experiencias vitales y sensoriales de sus habitantes. La acumulación sincrética de estilos y objetos de la Casa de Vidrio nos habla de un espacio doméstico reinventado desde los sedimentos del recuerdo. La casa ha sido transformada en museo, pero la obra de arte que se expone es el itinerario vital de sus habitantes. La casa es testigo y albacea”.
Pieris House (Colombo, Sri Lanka, 1953-1956), de Minnette de Silva
Andrés Jaque. Arquitecto, fundador del estudio de arquitectura Office for Political Innovation, Director del programa de Advanced Architectural Design de la Universidad de Columbia: “En el trabajo de Minnette de Silva no se vive en la arquitectura, sino que se vive a través o como parte de la arquitectura. En esta casa los cuerpos se expanden en el aire que respiramos y en las plantas que lo transforman, en el suelo que por medio de técnicas artesanales se convierte en celosías por las que corre el aire. Es una arquitectura que no entiende de espacios cerrados, sino de flujos. De los flujos y de las relaciones que establecemos con otras personas, con otros seres vivos, con los paisajes, los climas y los territorios. Por eso me fascina el trabajo de la arquitecta Minnette de Silva y, en especial, la casa que construyó en Colombo para Ian Pieris, seis años después de la independencia de Sri Lanka. Creo que la arquitectura que a mí me interesa está viva en un sentido literal. Y la práctica de la arquitectura consiste para mí en intensificar las formas de cuidado mutuo entre formas de vida diferentes. En Minnette de Silva reconozco el mismo empeño con el que yo trabajo ahora en proyectos como el Museo del Océano en Venecia o el Colegio Reggio en Madrid, por entender la arquitectura como la alianza entre multitudes de especies y sensibilidades diversas”.
Can Lis (Porto Petro, Mallorca, 1971-1972), de Jørn Utzon
Iñaqui Carnicero. Arquitecto, León de Oro Bienal de Venecia 2016, Director General de Agenda Urbana y Arquitectura del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana: “Hace unos años tuve el privilegio de vivir seis días en la casa Can Lis de Jørn Utzon gracias a la generosidad de un buen amigo. A pesar de conocer la obra desde que era estudiante a través de dibujos y fotografías, me seducía la idea de poder habitar esta obra maestra situada al borde de un acantilado y construida en su totalidad con la piedra autóctona. En mi estancia allí pude comprobar que la casa, entendida como objeto, pasaba a un segundo plano, hasta convertirse en una auténtica caja de resonancia del paisaje mallorquín. La experiencia fue la del despertar de los sentidos, sensibles al paso del tiempo a través de los cambios de luz en la piedra de Marés, y el sentir del silencio al refugio de la brisa. Nos contaron que Utzon pasó muchas horas en el lugar, proyectando los espacios ayudado por unas simples cajas de cartón donde metía la cabeza para encontrar la orientación precisa de cada una de las cinco estancias que componen la casa. Me conmovió mucho enterarme que una de las personas que más había disfrutado habitando la casa enfrentada a una de las mejores vistas del Mediterráneo había sido una persona ciega”.
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