Sin noticias de embajador en el Reino Unido


El pasado 17 de mayo volvieron a permitirse en el Reino Unido las reuniones en zonas interiores. El estado de hibernación en el que ha vivido el país durante casi un año, como el resto de Europa, se levanta poco a poco, y la representación del Gobierno de España en territorio británico comienza a tener un problema estético, práctico y político. Desde hace casi cuatro meses, prácticamente el tiempo que el Brexit lleva siendo una realidad jurídica, la Embajada de España en Londres ha estado vacante. El anterior jefe de la misión, Carlos Bastarreche, cumplió el pasado 27 de noviembre 70 años, y por tanto la edad que por ley debe forzar su jubilación. Era un momento delicado, con el tira y afloja entre el Gobierno de Johnson y la Comisión Europea en torno a la negociación de un futuro tratado comercial. La amenaza de una salida definitiva del Reino Unido de la UE sin un acuerdo era una posibilidad real. A petición del Gobierno, Bastarreche se mantuvo en el puesto de modo provisional, mientras se decidía el nombre de la persona que debía sustituirle. Llegó febrero, sin respuesta, y el embajador volvió a avisar de su partida con un tiempo prudente de varias semanas, aunque esta vez dejó claro que ya no extendería su permanencia. Llevaba en el puesto cuatro años, desde que sustituyó a Federico Trillo, exministro del Gobierno de Aznar, en febrero de 2017.

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Desde entonces, los asuntos diarios de la misión han quedado en manos del encargado de negocios y número dos de la embajada, el diplomático José María Fernández López de Turiso. Así lo había anunciado el secretario de Estado para la UE, Juan González-Barba, ante la comisión mixta para la Unión Europea del Congreso de los Diputados. El Gobierno español quería estabilidad mientras la crisis del Brexit —y las negociaciones sobre el futuro de Gibraltar— seguían vivas.

EL PAÍS ha consultado con varias fuentes en Londres a las que la ausencia de un embajador o embajadora les comienza a preocupar. Todas se pronuncian desde el anonimato. El veredicto, en cualquier caso, es unánime: resulta incomprensible que una plaza de tal importancia siga vacante.

A efectos estéticos, porque el puesto —la relevancia de quién lo ocupa y la celeridad en hacerlo— es el mensaje. Y mantener la plaza vacía consolida la idea de que Boris Johnson, desaparecido de escena Donald Trump, es el político con quien ningún gobernante desea asociarse.

A efectos prácticos, porque solo el embajador puede aprobar gastos protocolarios para realizar eventos en las dependencias diplomáticas, y en las relaciones internacionales modernas, las delegaciones tienen una misión fundamental que es la de mantener vivos y fluidos los vínculos de amistad e interés entre países. La Embajada de España en Londres no podría, hoy por hoy, organizar una celebración de la Fiesta Nacional. Pero es que además, la llegada del Brexit ha creado una serie de problemas burocráticos de notable relevancia, como la obtención de visados para el personal que ocupa puestos becados en la delegación. Son plazas necesarias para el trabajo del día a día y codiciadas por aquellos que buscan ese tipo de experiencia de formación. O los visados para los profesores españoles que cada año imparten clase en el Instituto Cañada Blanch, un símbolo de la cultura española en la capital británica. Ningún problema es irresoluble, pero se abren más puertas y se agilizan más las respuestas cuando el que llama es un embajador.

A efectos políticos, porque Londres ya no tiene una silla en el Consejo Europea ni en los asuntos diarios de Bruselas. El Gobierno español respeta escrupulosamente la idea de que la Comisión Europea sea el interlocutor del Gobierno de Johnson en todos los asuntos derivados de la nueva relación que ha supuesto el Brexit. Pero se ha abierto una nueva realidad, en la que el Reino Unido busca y valora la bilateralidad. En datos de 2018 de la Cámara de Comercio de España en el Reino Unido, la inversión directa española en territorio británico era de 77.539 millones de euros. Casi un 17% del total de la inversión del país en el extranjero. Los servicios de asesoramiento y ayuda económica de la embajada, con su propia consejería, han funcionado con eficacia durante estos meses de incertidumbre para muchas empresas. Las relaciones entre países de importancia son, en este sentido, una maquinaria que funciona sola. “Pero una máquina resulta mucho más eficaz cuando está convenientemente engrasada”, explica alguien que conoce la realidad de la Administración. La función del embajador como puente de entendimiento entre el Gobierno británico y las grandes empresas españolas puede ser fundamental. El ministro de turno atenderá personalmente al empresario si así lo aconseja la dimensión de su negocio, pero desde la misión diplomática puede ayudarse a ejercer la necesaria presión o insistencia para agilizar determinadas infraestructuras o acelerar determinadas licencias.

Y luego están las crisis políticas concretas. Que a veces es necesario resolver o explicar. Nadie cuestiona el esfuerzo del Ministerio de Asuntos Exteriores por solucionar la delicada situación de la joven valenciana que acabó internada cuatro días en un centro para inmigrantes, por culpa de las nuevas leyes que ha traído consigo el Brexit. Queda la duda razonable, sin embargo, de si la llamada oportuna de un embajador no hubiera logrado acelerar su liberación. O la reciente crisis entre España y Marruecos, con la llegada masiva de inmigrantes llegados hasta Ceuta. Alguien debe tener la interlocución necesaria para que el Gobierno o la prensa británica conozcan el trasfondo histórico y político concreto de una situación que se brinda a conclusiones parciales, incompletas o injustas. Y recordar, de paso, que al otro lado del estrecho está Gibraltar.

La comunidad española en Londres lleva meses entretenida con el pasatiempo de averiguar quién ocupará finalmente la plaza de embajador. Circulan quinielas con nombres, algunos razonables, otros exóticos. Y la extrañeza que provoca la vacante acaba explicándose siempre por dos posibles razones que pasan inevitablemente por la decisión del presidente del Gobierno: o bien son varios los candidatos y aún no se ha decidido por uno de ellos, o bien la candidata o el candidato está ya en la parrilla de salida, pero todavía no es el momento político apropiado para justificar su salto. Y mientras, en el preciso periodo en que el Reino Unido ha decidido que su política exterior es una página en blanco que debe comenzar a rellenar, la Embajada de España en Londres sigue con el cartel de “se busca encargado”.

Fuentes de Exteriores han asegurado a EL PAÍS que se está preparando un paquete de nombramientos de nuevos embajadores entre los que, con toda probabilidad, estará el de Reino Unido.


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