Solo recordaremos su nombre


El mundo de ayer cada vez parece más remoto —un continente exótico, casi otro siglo—, pero el nuevo nunca acaba de llegar y todavía nadie lo vislumbra.

Cuando el 11 de enero pasado saltó la noticia del primer muerto como consecuencia de un misterioso virus detectado unas semanas antes en la ciudad china de Wuhan, ni el más lúcido de los visionarios habría podido adivinar lo que se avecinaba. Nadie imaginó que, detrás de aquel hombre de 61 años, se acumularían 999.999 cadáveres más por la covid-19 y que lo excepcional —la vida con mascarilla y sin besos, el teletrabajo, la hipótesis de encerrarse de nuevo en casa, el miedo a un mal que a finales de 2019 ni tenía nombre— se convierte en rutina.

Nueve meses después, según el recuento que realiza la universidad estadounidense Johns Hopkins, el mundo está a punto de cruzar el umbral del millón de muertos mucho mejor armado que entonces para atenuar el impacto letal de la enfermedad y con avances para la obtención de la vacuna. Sin embargo, el número de infectados desde que estalló la pandemia supera los 32 millones. Y países que creían haber controlado más o menos la epidemia y reducido a un mínimo las muertes afrontan el temor a una segunda ola que sature de nuevo los hospitales y aboque a otro confinamiento de la población después del invierno pasado.

Juan Antonio Dutoit sujeta la foto de su hijo, Juan Carlos, muerto por covid a los 38 años en Sevilla. En vídeo, el relato de cuatro familiares de víctimas de coronavirus en distintos países del mundo.FOTO: PACO PUENTES / VÍDEO: VIRGINIA MARTÍNEZ, LUIS M. RIVAS

“No estamos a punto de derrotar al virus. Deberemos convivir con él y gradualmente se desvanecerá por medio de las vacunas y la inmunidad de grupo. No habrá un corte en seco que lo solucione todo”, dice desde Massachusetts el ensayista Robert D. Kaplan, autor de La venganza de la geografía (RBA, 2013) y especialista en geopolítica. “No habrá un desfile de la victoria”.

Un millón es un número arbitrario que, aislado, significa bien poco —”un muerto es una tragedia, un millón, una estadística”, dice la frase apócrifa atribuida al tirano soviético Josef Stalin—, pero es un número que permite evaluar cómo la humanidad ha llegado a este punto, qué ha cambiado en estos meses no solo en el frente sanitario, sino en la política internacional y en la economía.

“Comparo esta pandemia con el Bolero de Maurice Ravel. La música es repetitiva. Los instrumentos van entrando poco a poco en la partitura”, dice el epidemiólogo Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra, en Suiza. Así ocurrió con la pandemia del SARS-CoV-2, el virus que causa la enfermedad covid-19. Primero fue China. Después Corea e Irán. A continuación, Italia y España. Y América del Norte y del Sur, e India. Y así, hasta cubrir casi todo el planeta, como el crescendo de la pieza del compositor francés.

Casi la mitad de las muertes han ocurrido en América, según datos de la OMS. Una cuarta parte, en Europa. Asia, donde saltaron los primeros casos, registra un 10% de muertes. Y África, con una población joven, un 2,5%. El día con más muertes en el mundo fue el 17 de abril, con 12.421; el 7 de septiembre, con 8.666, ha sido el cuarto peor.

Flahault hace un repaso del horizonte a día de hoy. Desde zonas “poco activas” como China, Japón, Vietnam o Tailandia en Asia, o Australia o Suráfrica, a América Latina, que “se enfrenta a una catástrofe sanitaria sin precedentes”, y partes de EE UU donde el virus “no está en absoluto bajo control”. En medio, Europa occidental, que en verano “vivió una situación paradójica, con un aumento de los casos pero no de las muertes ni de formas severas de la enfermedad”. “Ahora, en España y en Francia empezamos a ver formas severas cada vez más numerosas que preocupan porque se parecen mucho al arranque de una segunda ola”, constata. “No puede descartarse que, si la segunda ola golpea Europa, los sistemas sanitarios estén bajo tal tensión y que, para evitar su implosión, estemos obligados a nuevos confinamientos”.

El rastro de otras pandemias

Un millón, ¿qué significa? ¿Es mucho, poco? La malaria provocó en 2018 405.000 muertes. El VIH 690.000 muertes en 2019, de los más de 32 millones desde los años ochenta. La gripe común mata entre 290.000 y 650.000 personas cada año. Las gripes de 1957 y la de Hong Kong en 1969 causaron un millón de muertes cada una, según los datos del Centro de Control de Enfermedades de EE UU, pero apenas han dejado rastro en la memoria colectiva.

La comparación habitual es con la gripe de 1918-1920. “El balance estimado global es aproximadamente de 50 millones de muertes. Es la cifra más citada. En realidad, no conocemos el total de víctimas mortales”, dice J. Alexander Navarro, del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan. “Aquella pandemia fue y sigue siendo la más mortífera de la historia”.

“Espero que lo de ahora, ni de cerca sea tan malo como en 1918, pero no habría que celebrar que solo hayan muerto un millón”, dice desde Montana David Quammen, autor de Contagio (Debate, 2020). “Es un acontecimiento horrible que no podría haberse previsto del todo. Pero se habría podido controlar mejor si hubiésemos usado nuestro conocimiento científico y nuestras capacidades de salud pública, con un liderazgo sabio y con la voluntad para prepararnos. No lo hicimos”.

Un millón, ¿es una cifra creíble? “No, no, no. En absoluto”, responde el demógrafo Jean-Marie Robine, del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED). Solo en Francia, explica, hay tres fuentes distintas y no coincidentes. “Las cifras son probablemente muy inexactas (…). Seguramente, estamos muy por encima del millón”, añade.

Robine explica que, si la pandemia termina relativamente pronto, los efectos demográficos serán limitados. La esperanza de vida puede caer este año cinco o seis meses en los países europeos, pero se recuperaría en seguida como ha ocurrido después de epidemias y guerras. “Si es un acontecimiento único, el impacto será menor. Un millón de muertos, a escala de la humanidad, no es nada”, dice. “Pero, si la crisis vuelve con olas regulares, puede tener un impacto grande e impedir el aumento de la esperanza de vida. Sería el final de la revolución de la longevidad”, pronostica. Es decir, el aumento de la edad hasta las que llegan a vivir los seres humanos, que no ha dejado de crecer desde los años 50, se detendría.

Si la crisis vuelve con olas regulares, puede tener un impacto grande e impedir el aumento de la esperanza de vida

Jean-Marie Robine, demógrafo

Las cifras se han convertido en un arma política, y en una bandera. China, con tres muertos por millón de habitantes, Corea del Sur con ocho, o Alemania, con 114, salen mejor paradas de estos nueve meses de pandemia que Francia (486), Estados Unidos (629) o España (668). “No creo que pueda decirse que los países autoritarios lo hayan hecho mejor que las democracias. Asia lo ha gestionado bien, se trate de una democracia como Taiwán o de una autocracia como la China continental”, dice Kaplan. “Lo que hemos visto no son las democracias frente a las autocracias, sino la administración inteligente frente a administración necia”.

La segunda globalización

Kaplan cree que el virus marca “un intermedio” entre los que él llama las dos fases de globalización. La primera, que comenzó con el fin de la Guerra Fría a principios de los noventa, era una globalización democratizadora y globalizadora. La segunda es una globalización marcada por la pujanza de las autocracias y las rivalidades entre potencias.

“Las acciones de la Administración Trump han dañado el prestigio estadounidense, y la posición de China se ha reforzado”, describe el titular de la cátedra de geopolítica en Foreign Policy Research Institute. “Mucho dependerá de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Es la mayor variable independiente que desconocemos, la variable que puede tener un mayor efecto geopolítico en Europa, en Próximo Oriente, en el Lejano Oriente. Las cosas estarán más claras a final de año”.

Kaplan habla de otra fase en la globalización, pero no del fin de la globalización. El confinamiento interrumpió las cadenas de suministro que eran el nervio del comercio mundial y puso fin de los viajes internacionales. La carestía de productos que se volvieron de primera necesidad, como las mascarillas, llevó a muchos países a promover su producción nacional para no depender tanto de China. La rápida expansión del virus por el planeta facilitó la designación de un culpable: la globalización. La realidad es más complicada.

El riesgo son las tensiones geopolíticas proteccionistas. Es lo que pasó en 1929

Isabelle Méjean, economista

“La idea de una des-mundialización provocada por el coronavirus… Me puedo equivocar, pero no tengo la impresión de que sea lo que está ocurriendo”, explica la economista Isabelle Méjean, profesora de la Escuela Politécnica en Paris-Saclay. Y recuerda que, aunque el transporte de individuos se paró, el comercio de mercancías internacional continuó funcionando. “El riesgo”, continúa, “son las tensiones geopolíticas, proteccionistas. Es lo que pasó en 1929. Cuando hay crisis económicas, aparece un reflejo soberanista, de repliegue, que puede dar lugar a tensiones proteccionistas que serían bastante costosas desde el punto de vista de crecimiento”.

La referencia de 1929 —y a lo que llegó después por los errores del poder político y monetario— está en boca de muchos políticos y expertos. “La política del Banco Central Europeo y las decisiones de Europa en julio son antídotos y, en cierta manera, la mejor respuesta que podíamos dar”, dijo Macron en un encuentro con periodistas a finales de agosto. Aludía al plan de recuperación de 750.000 millones de euros en subsidios y préstamos, y a la intervención masiva del BCE con los 1,35 billones de euros del programa de compra de activo. “En los años treinta, después de la crisis del 29, Europa hizo exactamente lo contrario. Tuvimos políticas monetarias duras y políticas presupuestarias restrictivas durante un tiempo. Conducen al caos social y político”.

Nueve meses después, y un millón de muertos, ni el caos social ni el político han llegado. Las elecciones del 3 de noviembre en EE UU serán el gran examen en las urnas de la gestión en una crisis que busca culpables: los que nada anticiparon, los que despreciaron las señales, los que se enzarzaron en peleas partidistas y no organizaron un sistema de tests y rastreo, los ciudadanos que han bajado la guardia, los conspiracionistas. Al mismo tiempo, con esta pandemia sucede algo insólito: la humanidad decidió parar en seco durante los confinamientos de marzo y abril para salvar las vidas de sus mayores; sin estas medidas es probable que hubiesen muerto muchos más que un millón.

Hoy la angustia por la crisis económica —nunca tantos países habían estado a la vez en recesión desde 1870, según el informe más reciente de la Fundación Gates; 37 millones de personas han caído en la pobreza extrema— ocupa más espacio en la mente de los ciudadanos y de los políticos. Pero la crisis sanitaria todavía está lejos de resolverse.

“Espero que hayamos pasado lo peor, pero no podemos confiarnos”, explica Quammen, “Las tasas de mortalidad han bajado, porque algo hemos aprendido sobre cómo tratarlo y cómo controlarlo. Pero aún no lo hemos experimentado en combinación con la gripe. Y, una vez que lo hayamos controlado, otra amenaza pandémica vendrá”.

“Si llega una segunda ola durante nuestra temporada de frío [en el hemisferio norte] entre otoño y hasta la próxima primavera, esta nos parecerá muy larga, pero al final quizá estará el fin del túnel”, dice Flahault. “Quizá habremos alcanzado una inmunidad en varios segmentos de la población que nos protegerá de otra nueva ola. Y podemos esperar que por entonces tendremos una vacuna que permitirá proteger a personas de edad y al personal de sanidad o a los niños que aún no esté afectados”. El invierno se hará largo.

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Los datos

Un millón de muertes (que son más de un millón)

Información sobre el coronavirus

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– Así evoluciona la curva del coronavirus en España y en cada autonomía

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  • Edición: Luis Manuel Rivas
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  • Redacción: Virginia Martínez (España), Antonia Laborde (EE UU), Juan Carlos Sanz (Israel), Héctor Guerrero Ortiz (México)
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