Soluciones tras el Brexit

El ministro británico del Brexit, David Frost durante la reunión con el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, en Londres, el pasado 9 de junio.
El ministro británico del Brexit, David Frost durante la reunión con el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, en Londres, el pasado 9 de junio.POOL / REUTERS

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La relación entre la Unión Europea y el Reino Unido emite por fin algunas señales positivas después de la cadena de desencuentros que han marcado el primer semestre de plena entrada en vigor del Brexit. Muchos y de calado son los elementos irresueltos, y es posible que por el camino afloren nuevos elementos de tensión entre Londres y Bruselas —hasta ahora azuzados principalmente por la primera capital—. Pero algunos factores apuntan a un pragmatismo que allana el camino para llegar, si no a un entendimiento completo inmediato, sí, al menos, a acercarse a soluciones razonables.

Por un lado, el acuerdo de prórroga durante tres meses de la exención de ciertos controles fronterizos en Irlanda del Norte debe ser valorado positivamente. Evita un repunte de tensión en una cuestión extremadamente delicada a la vez que deja traslucir una creciente aceptación británica de lo pactado en el Protocolo de Irlanda. La cuestión del control de mercancías procedentes de Gran Bretaña y destinadas al Ulster, elemento fundamental en el acuerdo entre el Gobierno de Johnson y la UE, es a la vez un factor que, con la retórica equivocada, puede ser desestabilizante, como se pudo comprobar con una reciente ola de disturbios. En paralelo, Bruselas también impulsa medidas para simplificar el suministro de medicamentos genéricos de Gran Bretaña a Irlanda del Norte, otra decisión que puede elevar la confianza entre las partes.

Además, hay un desarrollo relativamente positivo en otro elemento con fuerte potencial conflictivo, las ayudas públicas del Gobierno británico a empresas. El plan presentado por el Ejecutivo de Downing Street, al margen de la retórica nacionalista con la que ha sido lanzado, parece aceptable para Bruselas. El texto que propone Johnson establece una nueva arquitectura de ayudas de Estado, diferente de la vigente en el mercado comunitario. Un juicio definitivo podrá emitirse al final del trámite parlamentario, pero de entrada no ha desatado graves alertas en Bruselas.

Algunos otros elementos —como la resolución, en mayo, del pulso sobre el estatus del representante europeo en el Reino Unido— apuntan a una bienvenida tendencia de pragmatismo. Será sin embargo necesario consolidarla, lejos de actitudes populistas a las que Johnson ha recurrido con cierta frecuencia. Son, estas, maniobras de corta rentabilidad política que en cambio pueden tener profundas consecuencias, sea en el pequeño, pero inflamable Ulster, sea en el impacto en los grandes mercados europeos y británicos. Todos los actores tienen un interés en establecer un marco eficiente de relaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido. Todo será más fácil si se aparcan intereses cortoplacistas y partidistas.


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