¿Son demasiado blancas las instituciones europeas?


La Unión Europea se ha sumado este viernes a la ola contra el racismo que recorre el mundo desde este verano. Recogiendo el testigo del movimiento Black Lives Matters, que se echó a la calle en Estados Unidos una vez más tras la muerte por asfixia del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco, el mes de mayo pasado, la Comisión Europea ha presentado este viernes un plan de acción, el primero específico contra la discriminación, que promete reforzar los controles sobre los Estados miembros que no implementen la normativa europea contra el racismo.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció esta semana en su discurso sobre el estado de la Unión: “Ha llegado el momento de cambiar. De construir una Unión verdaderamente antirracista, que pase de la condena a la acción. Y la Comisión lanzará un plan para ponernos manos a la obra”. “Las protestas han lanzado un mensaje claro: el cambio ha de ocurrir ahora”, ha dicho este viernes Věra Jourová, vicepresidenta de Valores y Transparencia del Ejecutivo comunitario, durante la presentación de un plan de altos vuelos y grandes palabras, pero aún algo etéreo.

El gesto podría ser considerado simbólico. Pero contiene propuestas concretas. Aunque en Europa ya existe una regulación contundente que trata de evitar la discriminación y la xenofobia, por supuesto consagrada en los tratados y en la Carta de Derechos Fundamentales, el Ejecutivo comunitario se compromete a supervisar y velar por el cumplimiento efectivo de ese marco legal. Se vigilará que los 27 hayan hecho una correcta implementación y transposición de normas que ya existen, como la directiva de equidad racial (del año 2000). Y, en caso de incumplimiento, la Comisión podría abrir procedimientos de infracción contra los incumplidores, un correctivo que podría incluso acabar en los tribunales europeos. Se trabajará estrechamente con los Veintisiete para asegurarse de que todos aprueban planes nacionales contra el racismo (solo 15 cuentan con uno hasta ahora). Y se creará la figura de un coordinador antirracismo, una especie de punto de enlace para que las voces de etnias diversas sean siempre oídas y tenidas en cuenta a partir de ahora en las políticas de la Unión.

Quizá el gran salto cualitativo de la propuesta resida en el hecho de que, por primera vez, la UE reconoce la existencia de “un racismo estructural”, como lo calificó el miércoles Von der Leyen, que se debe combatir de forma activa. “Nadie nace racista”, ha dicho Helena Dalli, comisaria de Igualdad, durante la presentación de este viernes. “Es una cuestión de educación, no de naturaleza. Este plan busca revertir esto. Tenemos que desaprender lo que hemos aprendido”.

Las pintadas sobre las estatuas de viejos héroes de la historia y la tensa relación del presente con el pasado colonial flotan en el ambiente. Igual que los 29 policías suspendidos recientemente en Alemania por participar en grupos de chats ultraderechistas con contenido xenófobo y fotografías de Adolf Hitler. “Todos tenemos en la cabeza la imagen de cómo es un delincuente”, ha añadido la comisaria Dalli. Pero ese estereotipo se vuelve más peligroso cuando se trata de la mente de un oficial de policía.

Contrataciones

En estos tiempos de furia antirracista, Bruselas se ha mirado al espejo y no le ha gustado lo que ha visto: desde sus 27 comisarios hasta las decenas de unidades ubicadas en la base de la pirámide burocrática todo es, por lo general, de un blanco monocromático y abrumador entre sus más de 33.000 empleados. “La diversidad en la Comisión no es suficientemente buena. Ni en el resto de instituciones”, ha criticado la vicepresidenta de Valores y Transparencia. La Comisión aprovechó la puesta en escena de este viernes para comprometerse a llevar a cabo una encuesta sobre diversidad racial en la institución, algo que jamás ha hecho hasta ahora. Y se revisarán las políticas de contratación, de modo que los equipos de trabajo reflejen de forma fiel “la sociedad y su diversidad”.

La xenofobia existe y es muy real en la Unión Europea, según datos aportados por el Ejecutivo comunitario. El 45% de los ciudadanos europeos que descienden del norte de África, el 41% de los que provienen de familias de etnia gitana y el 39% de quienes han llegado procedentes del África subsahariana han sentido algún tipo de discriminación en su vida. Donde más aseguran haber percibido ese trato racista es en el acceso al trabajo (un 29%), a la vivienda (23%) y a la educación (12%). Ante las evidencias, no se puede girar el rostro. “No dejaremos a nadie atrás”, ha rematado la vicepresidenta Jourová.

Las dos comisarias han enfatizado durante la presentación, ante la vacía sala de prensa que se ha vuelto casi un símbolo de esta Bruselas de la era covid, que ya es hora de pasar de las palabras a los actos. Pero queda la duda de si todas las medidas propuestas siguen esta lógica. Entre las múltiples anunciadas con boato se encuentran, por ejemplo, la celebración el año que viene de una cumbre sobre la materia coincidiendo con el Día internacional para la eliminación de la discriminación racial (el 21 de marzo) y la designación cada año de una “capital europea de la inclusión”. Hasta ahora, para Europa, la diversidad parecía ser otra cosa. El día en que la presidenta Von der Leyen presentó a su equipo el año pasado, se congratuló: “Es tan diverso como Europa”. Pero la cita solo parecía remitir a su género y nacionalidad. La de la etnia y la raza ya es otra batalla.


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