¿Son efectivas las campañas agresivas sobre la covid entre los jóvenes? Preguntamos a estudiantes y a expertos

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Era mayo. Mientras España avanzaba en las diferentes fases de la desescalada tras el confinamiento, el Gobierno anunció que la mascarilla sería obligatoria en espacios públicos. Aunque se recomendaba su uso en lugares con aglomeraciones desde abril, la obligatoriedad de la mascarilla en las calles no llegó hasta el 20 de mayo, cuando esta medida se publicó en el Boletín Oficial del Estado. Su uso todavía estaba condicionado a la distancia de seguridad –no era necesario llevarla puesta si no había aglomeraciones– pero, por primera vez desde que empezó la pandemia, los españoles tenían que salir de casa con ella. Este 20 de noviembre, España ha cumplido medio año conviviendo con la mascarilla.

Seis meses dan para mucho. En ellos, la mascarilla ha pasado de ser algo que veíamos en las visitas al médico o al dentista a formar parte de nuestro día a día, incluso a aparecer en el mantra que recitamos antes de salir de casa para que no se nos olvide nada: “Llaves, cartera, móvil, mascarilla”. Estas son algunas cosas que hemos aprendido del cubrebocas tras más de medio año saliendo a la calle con él.

Pequeños trucos del día a día

Hay una lección sobre las mascarillas que muchos usuarios descubrieron en su primera visita al supermercado: con ella puesta, es muy fácil que las gafas se empañen. Mucho. En abril comenzaron a circular por redes sociales distintos vídeos con trucos para evitar el empañamiento, como aplicar una pequeña capa de jabón en pastilla y limpiar después las gafas con una gamuza hasta eliminar restos.

Según explicaba a Verne Arturo Armada, profesor del Departamento de Óptica de la Universidad de Granada, este truco casero funciona, aunque tiene inconvenientes: “Si limpias el jabón con excesivo celo las lentes pueden seguir empañándose. Por el contrario, si lo extiendes menos, funciona mejor, pero la propia capa de jabón hace que veas peor”. Sin embargo, hay otros trucos: en las ópticas venden esprays y gamuzas para evitar el vaho y, en caso de poder elegir unas u otras gafas, las de pasta se empañan más. “Las de montura metálica y con puente ajustable están más despegadas de la cara, de modo que circula mejor el aire y se empañan menos”, contaba el especialista.

Durante estos meses aprendimos que es recomendable cambiar las mascarillas quirúrgicas cada cuatro horas, pero no fue hasta la llegada de las lluvias otoñales cuando aprendimos otra lección: qué hacer si se mojan. En ese caso, según varios expertos consultados por Verne en este reportaje sobre qué hacer con la mascarilla los días lluviosos, lo ideal es cambiarla cuanto antes.

Sin embargo, qué hacer con una mascarilla mojada depende de otro factor que también hemos aprendido en este medio año: que hay diferentes tipos de mascarillas, y no todas sirven para lo mismo. Las mascarillas quirúrgicas desechables sirven, sobre todo, para proteger a los demás de nuestros posibles virus o bacterias. Por eso, a las mascarillas con válvula FPP2 y FPP3, pensadas para protegernos pero no para proteger al resto, se las denomina en ocasiones “mascarillas egoístas” y el ministerio de Consumo planea su prohibición. Si una mascarilla desechable se moja, es necesario cambiarla cuanto antes. En el caso de las reutilizables, la OMS recomienda dejarlas secar antes de volverlas a utilizar. La farmacéutica Gemma del Caño aconsejaba a Verne llevar un par de mascarillas limpias en una caja o una bolsa de papel por lo que pueda pasar: caerse al suelo, ensuciarse… O mojarse bajo la lluvia. “Las bolsas de plástico para guardar las mascarillas no son recomendables porque crean un ambiente más propenso para el crecimiento de las bacterias”, recuerda.

La comunicación con mascarilla

En las primeras salidas con mascarilla acompañado de algún amigo, o incluso al ir a la peluquería o a la frutería con ella, es posible que este accesorio pudiera parecer un impedimento: ¿Se nos escucha bien? ¿Se han entendido mis gestos? ¿Qué pasa si no me ven sonreír después de un comentario divertido? Pronto aprendimos que no hay que preocuparse demasiado. Aunque el rostro es importante a la hora de comunicarnos, tenemos otros recursos para hacernos entender.

En este reportaje de Verne sobre cómo superar la barrera comunicativa de la mascarilla, el lingüista y catedrático de la Universidad de Barcelona Lluís Payrató recordaba que el cubrebocas “no impide la comunicación a través de la mirada”, que cumple sobre todo la función de mantener el contacto. Tampoco oculta “el movimiento de las cejas (con significados varios: saludo, sorpresa, incredulidad…)”, o “los movimientos y gestos simbólicos de la cabeza”, como asentir o negar. Además, aunque el rostro es una herramienta de comunicación no verbal importante, no es la única. También contamos con la voz, las manos, las posturas de nuestro cuerpo…

Para quien el uso de mascarilla sí ha supuesto un problema de comunicación es para las personas con dificultades auditivas, que en muchos casos recurren a leer los labios para poder comunicarse. Con la mascarilla, es imposible. Carmen Jáudenes, presidenta de la Confederación Española de Familias de Personas Sordas (Fiapas), explicaba a Verne que las mascarillas no son el único obstáculo ocasionado por la pandemia: “Las mamparas que ya vemos en muchos lugares donde se presta atención al público, o la propia distancia social son también barreras para que estas personas puedan entenderse con sus interlocutores”.

Jáudenes aconseja que, cuando hablemos con una persona con dificultades auditivas, podemos bajarnos la mascarilla momentáneamente para facilitar la comunicación, siempre que aumentemos aún más la distancia de seguridad y siempre que nuestro interlocutor nos lo pida. “También debemos hablar más despacio cuando nos dirijamos a ellos, no gritar para evitar la distorsión, gesticular o utilizar el móvil para escribir lo que queremos decirles”, añade la presidenta de Fiapas.

Mascarillas, sociología y psicología

Aunque llevamos medio año con la mascarilla, sigue siendo frecuente salir de casa y, tras cerrar la puerta –o incluso ya en la calle– darnos cuenta de que se nos ha olvidado. Estos meses hemos aprendido que adquirir un hábito (coger el tapabocas antes de salir de casa, en este caso) no es algo que se consiga de un día para otro. “Nos puede llevar un tiempo, se cree que en torno a tres meses”, explica a Verne Raquel Rodríguez Fernández, profesora de Psicología en la UNED. “Pero, a pesar de ello, podemos seguir teniendo esos olvidos”.

Si medio año después se nos puede seguir olvidando la mascarilla es porque la cabeza tiene sus límites. “Lo que está claro y demostrado es que nuestro sistema tiene una capacidad limitada, por lo que cuanto más lo sobrecargamos más fácil es que cometa fallos”, explica Rodríguez. Por ejemplo, “es bastante más probable que se nos olvide pasarnos por el tinte a recoger una prenda si hemos tenido un día difícil en la oficina, en el que hemos tenido la cabeza ocupada en diversos asuntos, que si estamos en un momento más relajado”.

“Podríamos decir que el que se nos olvide la mascarilla es casi una consecuencia más del elevado nivel de estrés que estamos soportando”, explica Rodríguez. “Sin embargo, hay pequeños trucos para mejorar esos olvidos y, en principio, no nos debemos alarmar en exceso porque los tengamos”. Entre esos “trucos”, Rodríguez recomienda, además de intentar bajar el nivel de estrés, llevar a cabo rutinas rígidas, es decir, dejar la mascarilla siempre en el mismo lugar (y no cada día en un sitio) y también dejarla junto a algo que no se nos suela olvidar, como puede ser el móvil, las llaves… O dejarla junto al abrigo para ponerse ambas prendas a la vez.

Todo el mundo debería llevar mascarilla, aunque no todo el mundo puede permitírselo. Según explica este reportaje de EL PAÍS, en España la compra de mascarillas puede suponer de 70 a 115 euros al mes para las familias, un desembolso imposible para las más vulnerables. Desde este 17 de noviembre, esta cuantía se ve disminuida debido a una nueva reducción del precio fijo de las mascarillas desechables: ahora cuestan 65 céntimos, un 35% menos que el coste aprobado en abril de 96 céntimos.

Al tiempo que cada vez se nos hacía más raro ver a alguien sin mascarilla por la calle, en redes sociales crecían diferentes movimientos negacionistas, sustentados en bulos y noticias falsas, que navegaban en dirección contraria. En agosto, cuando los brotes en toda España empezaban a agravarse, más de 2.500 personas se concentraron en Madrid contra el uso de la mascarilla. A pesar de que tanto sanitarios de diferentes países como ONG especializadas en noticias falsas han advertido de los riesgos para la salud pública de la desinformación en redes sociales alrededor de la pandemia, las mentiras continúan.

Una de las mentiras más comunes sobre el uso de mascarilla es que produce hipoxia (falta de oxígeno) y que esta puede provocar mareos, malestar y falta de reflejos. La experiencia estos meses nos ha enseñado que no es así, del mismo modo que lo han afirmado decenas de médicos que llevan años trabajando en su día a día con mascarilla. Este bulo, según explica Maldita, tampoco está sustentado en ninguna evidencia científica.

Mascarillas y medio ambiente

Si las mascarillas desechables deben cambiarse cada cuatro horas de uso, y llevamos seis meses utilizándolas. ¿Cuántas habrán pasado por nuestras caras? Según un estudio publicado en la revista científica Environmental Science & Technology, en el mundo se están consumiendo, durante la pandemia, 129.000 millones de mascarillas al mes. La ONG medioambiental WWF Adena explica en su página web que estas mascarillas tardan 100 años en descomponerse, por lo que es importante impedir que acaben en la naturaleza para no agravar todavía más problemas como el de los plásticos que contaminan los mares y océanos de todo el mundo.

Para evitar que acaben en la naturaleza, las mascarillas deben depositarse en el contenedor gris (de restos). En el caso de que pertenezcan a una persona contagiada, debe introducirse primero en una bolsa cerrada. Durante estos meses se han popularizado algunos vídeos –como este, publicado por el diario británico Independent de animales atrapatados por las gomas de las mascarillas. Antes de tirarlas a la basura, también es recomendable cortarlas.

Desde ONG medioambientales como WWF Adena o Greenpeace, así como desde el Ministerio para la Transición Ecológica recomiendan que, para generar menos residuos y ser más respetuosos con el medio ambiente, se utilicen mascarillas reutilizables. Estos meses también hemos aprendido que estas no tienen usos infinitos (el fabricante debe indicar cuántos lavados resisten sin perder eficacia) y cómo lavarlas para seguir usándolas: con detergente normal y agua a temperatura entre 60º y 90º, según las recomendaciones de Sanidad.

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