Justo en el momento en el que el balón cruzó la línea de gol y Stuani supo que había marcado el 0-1, la balanza se equilibró. El fútbol fue justo. No muchas veces pasa y, de hecho, dentro de los 90 minutos que dura un partido suele haber más castigos que premios. Sin embargo, el hecho de que fuera Christian Stuani, uno de los ‘supervivientes’ del descenso de 2019, quien marcara el primer gol que devolviera al Girona a Primera tiene algo de simbolismo. Y de justicia.
Y es que lo fácil cuando eres un tipo que garantiza goles (y el charrúa garantiza muchos: 24 ha marcado esta temporada) es marcharte y competir al máximo nivel cuando tu equipo ya no puede hacerlo. Porque opciones tienes. Pero Stuani se quedó en el cuadro rojiblanco y después de un intento fallido, el del curso pasado, en este no ha perdonado y desde los once metros, su especialidad, empezó a certificar el regreso gironí.
Durante el resto del partido, lo que hizo Stuani fue ser Stuani. Es decir, un ‘9’ con currículum. Un capitán con galones. Fijó a los centrales, abrió espacios y mantuvo siempre esa sombra de peligro alrededor de su figura que hacía a los defensas del Tenerife estar más pendientes de la cuenta. A sus 35 años, ‘curró’ como uno de 18 y tras el pitido final, recogió los frutos.
Antes, eso sí, lo que también ‘recogió’ fueron los botellazos de la afición tinerfeña que, en una de esas caras grises que tiene el fútbol, ensució el partido con lanzamientos al campo que impactaron en la espalda del delantero al que tuvieron que atenderle los servicios médicos.
Después de aquello, Stuani continuó lanzando carreras, aunque cada vez menos, y, ya desde el banquillo, disfrutó de nuevo de la sensación de ser de Primera. Porque, en parte, es culpa suya.