“Tenemos mucha ciencia pero nada de conciencia”


A sus 19 años, este chico de Briviesca (Burgos) que hizo el bachillerato internacional en Noruega pelea contra el cambio climático y quienes lo perpetran, lamenta la era del Antropoceno, colabora con la Unesco, estudia en la prestigiosa Sciences Po de París y ha representado a España en varias cumbres. Un buen día fue a la Asamblea General de Naciones Unidas a ver qué se cocía, y allí lo entendió todo. Para mal. Y contó su desencanto en un libro sin filtro, Gritar lo que está callado (De Conatus Publicaciones).

Pregunta. En su prólogo, la filósofa Marina Garcés le llama “el mensajero de las malas noticias”. ¿Se reconoce?

Respuesta. No sé si son malas noticias, las malas noticias ya están dadas, más bien es un recordatorio. Yo me hago eco del mundo en que nos encontramos, y la situación es catastrófica. Lo es que desaparezcan especies de aves cada día, y los ecosistemas que estamos perdiendo.

P. “Los dinosaurios también pensaban que les quedaba tiempo”. ¿Ya es tarde?

R. Siempre se habla de que ya habrá tiempo para evitar la catástrofe, pero la catástrofe ya ha llegado. Millones de personas mueren al año por el cambio climático. En Madagascar ya estamos viendo la primera hambruna causada por el cambio climático. Cada día desaparecen 150 especies. Si la Humanidad no logra ponerse de acuerdo en que esto es una catástrofe, yo tiro la toalla por la Humanidad.

P. Parece que solo cabe ser pesimistas…

R. Ya está bien de plantearse si son discursos optimistas o pesimistas. Es ridículo teñir la realidad con tintes negros como si fuese una tragedia griega o con tintes arcoíris como si todo fuera a salir bien.

P. Lo que es es lo que es y punto.

R. Efectivamente, y solo podremos medirnos con la crisis si reconocemos su dimensión real. Gramsci dice que tenemos que aliar el pesimismo de la razón con el optimismo del corazón. Y yo lo suscribo.

P. ¿Cómo les contaremos a nuestros hijos dentro de 500 años las burradas del Antropoceno?

R. Es difícil… porque, para empezar, ¿qué sensibilidad tendrían esos hijos?

P. ¿O qué otros antropocenos habrán transcurrido?

R. Eso. La principal batalla de ahora mismo es cultural, y sobre todo emocional. Los seres humanos tenemos que reconectar con la naturaleza. Los datos y las cifras no nos hieren, no las sentimos, nos resbalan. Si no tenemos ese contacto con la naturaleza… no nos dolerá destruirla, ni siquiera lo notaremos.

P. Usted sostiene que no tenemos buenas narrativas para parar el desastre, ¿qué quiere decir?

R. Que hemos tratado de hablar de esto mediante grandes historias, que si el oso polar se está muriendo y tal, pero hay que volver a lo local, y contar el entorno que estamos destruyendo. Por desgracia, en España nos sobran ejemplos.

P. Se nos llena la boca con que el guepardo y el oso polar están en peligro, pero nos vamos al campo y tiramos latas de cerveza al suelo, o peor, hacemos una barbacoa y quemamos el bosque.

R. Porque no sentimos la naturaleza. Nos hemos desarraigado de ella, no sólo como un ente general, sino como entorno próximo. Te vas al campo y sigues imbuido por las nuevas tecnologías y por referentes culturales de la gran ciudad y de las grandes marcas.

P. Como en todo, el cambio de ‘chip’ necesario tiene que ver con la educación, ¿no?

R. A ver, la educación de los niños es clave, pero su impacto práctico no se ve muchas veces hasta pasadas unas décadas, cuando sean ellos quienes tomen las decisiones del mañana… pero para entonces será tarde. Educación sí, pero no solo en las aulas, sino en el ciudadano y en los modelos de vida, y desde ya mismo.

P. El problema es si la gente se va a dejar –nos vamos a dejar- convencer. Hay como una confortable resignación, ¿no cree?

R. La resignación es el problema principal de nuestra época. Bueno, yo lo llamo impotencia. Ese sentimiento de que nada se puede hacer. No sé si es comodidad o frustración. Y esto vale para todas las luchas civiles de hoy en día. Parece como si no pudiésemos imaginar un mañana. Hay que darle a la gente herramientas para que pueda transformar su entorno.

P. ¿No habría que empezar por inyectarle el ADN del largo o el medio plazo, frente al cortoplacismo aplastante que lo rige todo, la acción política, pero también nuestros propios hábitos?

R. Bueno, pues si tenemos ese cortoplacismo en nuestro ADN, ¡luchemos por el corto plazo! ¡Luchemos porque los cambios en lo ecosocial empiecen mañana mismo! Ahora en serio, hasta ayer nos creímos que eso del cambio climático no nos iba a afectar a nosotros. Falso: estamos sufriendo un brutal proceso de aceleración en nuestra pérdida de biodiversidad y en la violencia de los elementos climatológicos. Este verano 200 personas murieron en Alemania y en Bélgica, ¡el corazón de la Europa desarrollada, donde nos creíamos invencibles!, por las inundaciones. Cada año mueren siete millones de personas en el mundo por la contaminación del aire. El corto plazo es ya.

P. Insiste usted en el concepto “crisis ecosocial”, más allá de la climática y ecológica… ¿por qué?

R. Es que esta crisis natural… es muy poco natural, tiene que ver con cómo hemos golpeado nosotros a la naturaleza mediante un modelo extractivista y neoliberal. La forma en que vivimos nuestras vidas es una forma espiritualmente capitalista: productividad, consumo, estímulos, desigualdad. No podemos hablar de justicia climática sin justicia social, van de la mano. Y podemos hacerlo. Es hora del gran cambio –transición energética y ecológica- y tenemos todo para hacerlo: el conocimiento, las herramientas, la tecnología, tenemos todo… menos el coraje. Tenemos mucha ciencia, lo que no tenemos es conciencia. Y lo que tampoco tenemos es excusas.

P. ¿No cabe en su cabeza un ecologista de derechas? ¿Un capitalismo verde?

R. Para definir a un ecologista lo primero es definir su sentir. Y es cierto que es un sentir más común en grupos de la izquierda, pero no hay ecologistas de derechas o de izquierdas. Sin ir más lejos, a veces te encuentras con grupos católicos que están absolutamente horrorizados ante la crisis ecosocial, porque creen que si Dios creó el planeta así, el ser humano no tiene ningún derecho a destruirlo. Esta crisis no entiende de identidades. Y por cierto, desde ese paradigma podríamos reconstruir nuestra sociedad, destruida por tatos años de divisiones.

P. ¿Cree que las grandes empresas -más allá de la pose, porque de la noche a la mañana todas aseguran ser sostenibles- están dispuestas a comprometerse si eso afecta a sus cuentas de resultados?

R. El gran capital sabe de esta crisis ecosocial desde hace muchísimo tiempo. Y desde los años 60 ha estado financiando activamente campañas negacionistas sin base científica, solo para continuar generando beneficios aun destruyendo millones de vidas. Y eso es algo que hay que condenar. Solo están esperando a que vender energía verde sea más rentable que vender energía fósil. ¡Pero es que en algún momento todo eso va dejar de ser beneficioso para esas empresas! Cuando no queden materiales que extraer ni nada que vender y haya unas tensiones sociales enormes porque la gente no pueda consumir y se eche a la calle… ¿cuál será el beneficio? Y desde luego, lo que no puede ser es que en la última COP 26 la delegación más grande no fuera ni la de EE UU ni la de la Unión Europea, sino la de los lobbies de las empresas petroleras, que han tenido mucha más influencia de la que queremos aceptar en la resolución final de la cumbre. Nuestro futuro, que es colectivo, se lo está apropiando una pequeña élite, y no podemos permitir eso.

P. En su libro critica “el espectáculo climático” y propone “desarticular el histrionismo de la acción climática”. ¿Cree que hay gente haciendo carreras con eso del activismo climático?

R. Fui a la asamblea general de Naciones Unidas en plan ingenuo, pensando que aquello sería la panacea. Y vi que era eso, un espectáculo climático, un gran teatro del mundo donde se lanzaban mensajes llenos de falsas esperanzas que luego replicaban tal cual todos los medios. Y luego estamos los propios activistas climáticos, que parecemos muy cómodos delante de un micrófono soltando mensajes y datos que ya todos conocemos.

P. Cuando habla de histrionismo en la lucha climática, habla sobre todo de Greta Thunberg, ¿no?

R. El fenómeno del espectáculo climático se ve ejemplificado en ella. ¿Por qué ha sido ella la que ha tenido más impacto y no activistas que están haciendo cosas increíbles, por ejemplo en el Sáhara con el tema de la Gran Muralla Verde? Ni Dios habla de eso. El de Greta es un discurso que sacude conciencias pero que no dice lo que hay que hacer, y mucho menos lo que no hay que hacer, es un discurso cómodo, y por eso ha tenido tanto la palabra en las cumbres climáticas, donde hay una clara discriminación de las narrativas.

P. Entre las “acciones radicales y contundentes” de las que usted habla, ¿está la desobediencia civil?

R. La desobediencia civil es un hecho, ya ha llegado, y puede ser eficaz. Si el sistema se está destruyendo sistemáticamente, impidamos sistemáticamente el sistema. Huelga general, ocupación de las calles… la gente quiere un futuro y va a llegar un momento en que se va a revolver contra quienes se lo están arrebatando. En España no lo hemos visto mucho pero en otros sitios como Reino Unido, sí. Nunca ha estado en juego tanto y nunca ha habido tan poca respuesta de la sociedad civil. Si fuéramos de verdad conscientes del problema, no estaríamos hablando delante de un café.

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