Tengo miedo


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Escribo desde el miedo. Miedo por mi país, por la democracia, por el futuro… Pero también por mis colegas, por el periodismo y por mí. Como profesional, veo el trabajo que como periodistas salvadoreños hemos hecho, lo que a pura fuerza y pasión hemos construido, y me lleno de desánimo y de frustración. Pero a título personal, tengo miedo.

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El pasado 28 de febrero se celebraron las elecciones legislativas y municipales en El Salvador. Nuevas Ideas, el partido fundado por el presidente, se consolidó con mayoría absoluta. Ahora Nayib Bukele tiene un poder abrumador, controla a dos organismos del Estado y en sus manos está la elección para el tercero. Esta victoria arrolladora ya era algo anunciado, pero el peso de la realidad lo siento ahora.

Esta es una victoria sin precedentes desde la firma de los acuerdos de paz en 1992. En la madrugada del 1 de marzo, el hermano del presidente se burlaba en redes sociales sobre las opciones de asilo político que deberíamos buscar y funcionarios del Ejecutivo bromeaban con la posibilidad de cerrar el aeropuerto para bloquear las salidas. Esto pasó solo unas horas después de que Nuevas Ideas comenzara a perfilarse como el absoluto ganador.

Cuando el actual presidente de El Salvador irrumpió en la política era un joven aún militante de izquierdas. Llegó con su look tan fresco y su pose cool. Su imagen se fue construyendo con discursos enlatados, frases pegajosas y narrativa de buenos contra malos en las que él era el auténtico héroe. En sus entrevistas siempre tenía respuestas astutas que ponían en su lugar a los malos o “los mismos de siempre”, como diría él, para que “devuelvan lo robado”. Esto funcionó y pronto (muy pronto) la popularidad de Bukele creció hasta convertirse en un rotundo éxito. Uno que quedó consolidado en las elecciones.

Pero Bukele rápidamente dejó de ser ese personaje cool y comenzó a parecerse a sus adversarios, esos a los que criticaba. En menos de un año, ha demostrado un desdén profundo por las leyes y la separación de los poderes del Estado. En este tiempo se revelaron múltiples casos de malversación de fondos, nepotismo, abuso de poder y negociaciones con pandillas. Como es nuestro deber, los periodistas hemos cuestionado al poder en cada uno de estos casos. Hemos estado al frente en conferencias de prensa exigiendo explicaciones. A Bukele no le ha gustado.

El presidente considera, falsamente, que quienes lo critican y lo cuestionan están contra él y ha encasillado a sus críticos como enemigos. De esta manera, intelectuales, defensores de derechos humanos, activistas y periodistas somos parte de una lista de indeseables. Así, los informadores nos hemos convertido en el centro de ataques en conferencias de prensa, de tuits, de insultos y de limitaciones a nuestro trabajo. El presidente se ha convertido en un propagador de discursos del odio contra nosotros, que se emiten en las televisiones nacionales.

Hasta el año pasado pensaba que los tuits son solo eso, tuits. Pero la violencia contra la prensa y la oposición comenzó a escalar, y estos se convirtieron en acciones concretas. Durante los primeros meses de la pandemia, ladrones se metieron a la casa de una colega mientras ella estaba en una conferencia de prensa y robaron solamente su computadora. Intenté pensar que era un hecho aislado, pero las computadoras de otros colegas comenzaron a ser sustraídas. En ese momento, decidí esconder la mía cada vez que salía de casa, borrar todos los archivos y trabajar desde plataformas que dejaran el menor rastro posible. Así, si entraban a mi casa y encontraban el equipo, yo seguiría teniendo el control de mis documentos. Ahora, meses después, desde la distancia que me da estar en España, acogida por Reporteros Sin Fronteras, me parece absurdo pensar en esconder mi computadora en mi propia casa.

Mi familia se ha quedado en la incertidumbre durante una pandemia por una represalia política

A finales del año pasado, a otro colega lo asaltaron a plena luz del día cuando paseaba a sus perros. Tres tipos le pusieron una pistola en la cabeza, le pidieron que se tirara al suelo, él no lo hizo y se llevaron su móvil desbloqueado. Luego se descubrió que las órdenes venían desde las oficinas de Inteligencia del Estado.

En junio del año pasado, mi mamá fue despedida de su trabajo después de que publiqué una investigación que revelaba compras irregulares del Ministro de Salud, Francisco Alabí, durante la pandemia. Mi mamá llevaba más de una década en su empleo. Pero cuatro días después de haber publicado la investigación, le hicieron la prueba del polígrafo a mi madre, la acosaron sobre sus nexos con periodistas y al día siguiente la obligaron a dejar su puesto. Luego de hablar con fuentes internas, nos confirmaron que el despido fue consecuencia de mi trabajo. Mi familia se ha quedado en la incertidumbre durante una pandemia por una represalia política.

Todos los periodistas tenemos historias de limitaciones y persecuciones que nos han hecho sentir más expuestos, menos seguros. Muchos de los insultos y amenazas vienen de ciudadanos, de fanáticos del proyecto de Bukele.

¿El ejecutivo y su poder ilimitado me da miedo? Sí, pero me dan más miedo sus seguidores. Esos que sí están dispuestos a mancharse las manos. Hace unos días encontré una carpeta en la que tenía guardados los insultos y amenazas más graves que he recibí en 2020. Son 33. Y no son todos. La mayoría son muy parecidos a los que están abajo de este tuit y generalmente no les presto atención, o no los leo. Pero cada tanto, especialmente después de publicar una nota sobre el gobierno, me llega un mensaje diciéndome que me van a matar, golpear, violar… O las tres. Esos, cuando los veo, los guardo.

Hace unos años, cuando todo esto empezaba, pensé que eran solamente trolls los que estaban detrás de esos mensajes, gente que gana dinero por escribirnos todos los insultos que existen en el español para desprestigiarnos. Pero ahora, creo que muchas personas que nos escriben lo hacen por pura convicción y pasión por el proyecto político de Bukele, y que se sienten protegidos y respaldados para escribirnos con toda la tranquilidad del mundo mensajes como este: “Vas a ver como te va a ir perra inútil, te tenemos en la mira criminal, asesina, ladrona (…)”. Lo dicen porque realmente lo piensan y, de tener la oportunidad y la impunidad, cumplirían sus amenazas. Nos golpearían, nos matarían. Estuvo a punto de pasarle a un periodista mientras cubría las elecciones.

Ese es el problema de los discursos de odio como los del presidente, que con las palabras correctas son capaces de abrir el pecho, separar las costillas, apartar los músculos y llegar directamente al corazón de quien lo escucha.

Me molesta ser presentada como una víctima o sentirme una. Me molesta tener que enumerar suplicios y contar penas, pero creo que es necesario exponer estas situaciones para que se conozca la realidad a las que nos enfrentamos los periodistas en El Salvador

Estos discursos incitan a la violencia y cuando vienen desde el poder generan sensación de impunidad para quienes pasan a la acción. Lo hemos visto con Trump y el asalto al Capitolio con banderas confederadas. Solo es necesario encontrar un líder que tome todas las carencias, todo ese dolor y logre instalarse en el corazón de quienes lo necesitan y decir: los periodistas son los enemigos.

Este discurso se mete de lleno en lo más profundo de los sentimientos y tiene como consecuencia a un tipo con un rifle diciendo: “Deme la orden y tengo a 60 más, mi presidente”. Al final, quienes nos van a atacar, nos van a golpear en una manifestación fuera de la Asamblea o nos van a vaciar seis disparos desde una nueve milímetros no van a ser los funcionarios públicos, ellos no necesitan ensuciarse las manos. Va a ser el pueblo, ese mismo que nos reconoce en la calle y nos confrontan con un “Ey, ¿verdad que vos sos de los periodistas de los que habla el presidente en la tele?”, o que nos amenazan con quemarnos vivos en redes.

Me molesta ser presentada como una víctima o sentirme una. Me molesta tener que enumerar suplicios y contar penas, pero creo que es necesario exponer estas situaciones para que quienes nos leen sepan la realidad a las que nos enfrentamos los periodistas en El Salvador y lo que esto representa: la fragilidad y el desplome de la democracia. Un colega cubano me comentó que no darle importancia a estos ataques implica restarle importancia al poder que tienen las personas que nos atacan. Creo que tiene razón.

Bukele ganó las elecciones. La gente lo celebró en las calles con fuegos artificiales y música. Ya lo dijo Padme cuando Palpatine se consolidó como el emperador con un amplio respaldo del senado, en la saga de La Guerra de las Galaxias: “Así es como mueren las democracias, con un estruendoso aplauso”.

Tengo miedo, pero debo agradecer haber aprendido de la mejor escuela de periodismo que cualquiera podría pedir, en la que me enseñaron que ante la adversidad, la represión y el autoritarismo solo vamos a responder con más y mejor periodismo.

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