EL PAÍS

Teoría de juegos y política americana: el techo de deuda y la suspensión de pagos en EE UU

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En el año 335 a.C., cuando las fuerzas de Alejandro Magno llegaron a las costas de Fenicia, se enfrentaron a uno de sus desafíos más formidables. Al desembarcar, descubrieron que su legendario ejército estaba en desventaja de tres a uno frente al enemigo. Atormentados por el miedo, los intrépidos soldados de Alejandro Magno trataban de encontrar el valor para enfrentarse en la cruel batalla. Habían perdido la fe en sí mismos, creyendo que la derrota era inminente. Los guerreros, que hasta entonces parecían invulnerables, habían sido paralizados por el miedo.

Tras desembarcar a todos sus hombres en la costa enemiga, Alejandro Magno tomó una decisión audaz. Ordenó que toda su flota fuera incendiada. “Quemó las naves”. Mientras los barcos eran devorados por las llamas y tragados por el mar, reunió a sus tropas y proclamó: “Observad cómo se queman los barcos… Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla ya que sólo hay un camino de vuelta y es por el mar. Lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”. Este acto de audacia dejó a sus soldados sin posibilidad de retroceso, y los empujó a luchar con mayor ferocidad. ¿Por qué alguien decidiría quemar sus propias naves y reducir el número de estrategias disponibles, es decir, quedarse sin la opción de retirarse en caso de emergencia? ¿Es siempre cierto que rescindir de ciertas estrategias mejore las opciones de ganar?

Antes de quemar las naves, los soldados podrían haber amenazado con retirarse. Dado que esta amenaza parecía creíble, Alejandro Magno optó por incendiar su flota y eliminar esta opción del conjunto de estrategias de sus soldados. Los estudiosos de la Teoría de Juegos analizan si las amenazas proclamadas por los jugadores son creíbles o si, por el contrario, carecen de fundamento y son un puro farol.

El concepto “quemar las naves”, tal y como lo define la RAE, conlleva “tomar una determinación irreversible”. Esta estrategia también fue utilizada por Hernán Cortés en su expedición en México en 1521, cuando hundió las naves para que nadie pudiera escapar. ¿Por qué un jugador eliminaría opciones en medio de la partida? ¿Qué beneficios le puede otorgar? ¿Podría aplicarse este concepto al análisis del conflicto actual sobre el techo de deuda en Estados Unidos? Alejandro Magno sabía que, reduciendo las posibles alternativas de sus soldados, podía resultar en una buena estrategia.

Como habrá podido leer, estos últimos meses los estadounidenses se enfrentan a un juego con fecha límite. Decidir aumentar (o no) el techo de gasto. Ya en febrero del año pasado, el país superó los treinta billones de deuda pública. Este último impresionante incremento de techo de deuda vino derivado por las consecuencias económicas de la covid-19. A la llegada del shock pandémico, el Gobierno destinó cinco billones para salvar la economía estadounidense, lo que supuso una cantidad impresionante en su momento.

En enero de este mismo año, el Gobierno de EE UU alcanzó su límite de endeudamiento de 31,4 billones de dólares. Sin embargo, no ha quebrado habiendo llegado ya a tal límite. Esto se debe a que el Gobierno ha podido hacer ciertos ajustes contables/fiscales y ha resistido durante unos meses más. Sin embargo, la secretaria del Tesoro de EE UU, Janet Yellen, ya avisa que el día 1 de junio es la fecha límite, y si no hay acuerdo entre republicanos y demócratas, el país entraría en suspensión de pagos por primera en su historia. Si esto sucediera, y EE UU dejara de pagar su deuda y entrara en default, los bancos perderían mucho dinero, justo en un momento en el que se han observado turbulencias en dicho sector, y esto podría generar mayor inestabilidad en la economía global.

Cabe recordar que, en la historia estadounidense, la gestión de la deuda siempre ha desatado polémicas y debates. No obstante, en el marco de proyectos concretos, como la construcción del canal de Panamá, el Gobierno tenía la facultad de solicitar al Congreso autorización para aumentar la deuda pública. Si el Congreso otorgaba su aprobación mediante una votación, el Gobierno obtenía el permiso para incrementar su nivel de endeudamiento y llevar a cabo el proyecto en cuestión. Este método de administración de la deuda pública se mantuvo desde 1788 hasta 1917, y logró mantener a raya el endeudamiento estadounidense. Sin embargo, en 1917, en plena I Guerra Mundial, el Gobierno de EE UU se dio cuenta de la lentitud e ineficiencia de tener que recurrir al Congreso cada vez que necesitaba fondos para financiar el esfuerzo bélico. La solución propuesta fue innovadora: la instauración de un techo de deuda, un límite predeterminado hasta el cual el Gobierno podía endeudarse sin tener que solicitar permiso en cada ocasión.

En la actualidad, al haber alcanzado el techo de deuda, el Gobierno estadounidense ya no puede pedir nuevos préstamos para pagar los anteriores. Esto implica que, si el techo de deuda no se incrementa, EE UU estarían cometiendo un suicidio autoimpuesto y acabaría quebrando, al incurrir en un impago de su deuda. Como el gasto del país norteamericano es mayor que lo que ingresa provenientes de los impuestos, el Gobierno se vería forzado a dejar de pagar partidas tales como educación, asistencia social, y programas sanitarios.

Sin embargo, no es esta la primera vez que se recurre a la estrategia de esperar hasta el último momento. En 2011, EE UU se balanceó al borde del abismo económico, debido al desacuerdo entre los republicanos de la Cámara de Representantes y la administración del entonces presidente Barack Obama. Esta discordia precipitó una crisis que suscitó el temor de un posible incumplimiento de la deuda por parte del gigante norteamericano. En medio de un ambiente enrarecido por la incertidumbre, se llegó a un acuerdo de última hora en agosto de 2011: elevar el límite de la deuda como parte del Acta de Control Presupuestario. Sin embargo, el precio de esta turbulencia fue alto: la agencia de calificación crediticia Standard & Poor’s tomó la decisión inédita de rebajar la calificación crediticia de EE UU por primera vez en su historia. Un suceso similar ocurrió en 2013, cuando surgió otra crisis de deuda. En esta ocasión, los republicanos en el Congreso intentaron utilizar el límite de deuda como una suerte de moneda de cambio para desfinanciar o retrasar la implementación de la Ley de Cuidado de Salud Asequible, comúnmente conocida como Obamacare. De nuevo, un acuerdo de último minuto en octubre de 2013 evitó lo peor, incrementando el límite de la deuda y eludiendo un incumplimiento financiero. ¿Por qué se esperó 72 horas antes del día catastrófico para incrementar el techo de deuda en 2011? En la teoría de juegos existe un escenario que captura dicha problemática. El “juego del gallina” se presenta cuando dos conductores se encaminan hacia un choque frontal. Si ninguno de los dos cambia de dirección, ambos podrían perder la vida. Sin embargo, el conductor que decide evitar la colisión es etiquetado como “gallina”, una metáfora de la cobardía. Este enfrentamiento entre republicanos y demócratas puede tener consecuencias devastadoras en la economía mundial, si alguno de ellos se muestra lo suficientemente temerario para no desviarse —no ceder a las demandas del otro partido— y está decidido a enfrentar el choque.

Dado el actual panorama, ¿por qué no se vuelve a incrementar el techo de deuda? Para que esto sea viable, es necesario un proceso legislativo que empieza con la aprobación de una nueva ley por parte de la Cámara de Representantes. Posteriormente, el Senado tendría que ratificar dicha ley y enviarla al presidente Biden para su firma o veto. Aquí es donde se presenta una complejidad en este juego bipartidista (con republicanos y demócratas como jugadores). En el primer movimiento, la Cámara de Representantes está dominada por los republicanos, es decir, la oposición al Gobierno de Joe Biden. Para los republicanos, el Gobierno ya está excesivamente endeudado y proponen una reducción del gasto público de 4,8 billones en la próxima década.

Un factor añadido a este dilema es que la situación de endeudamiento de EE UU se debe, en parte, a la reducción de impuestos que aplicó Donald Trump a los sectores más acaudalados hace algunos años. Junto con esta reducción de ingresos, además, el Gobierno de Biden ha realizado estos años políticas que también han contribuido a incrementar el gasto, tales como la condonación de la escalofriante deuda estudiantil, y el impulso fiscal a las energías renovables como parte de los esfuerzos para poder alcanzar los objetivos de lucha contra el calentamiento global. Sin embargo, ¿por qué piden los republicanos ahora que no están en el Gobierno un ajuste fiscal y ortodoxia presupuestaria? ¿Qué explica que hicieran exactamente lo contrario a sus demandas cuando tenían el poder? Incluso los republicanos, fervientes enemigos de la subida del techo de gasto en 2023, lo incrementaron tres veces en el mandato del presidente Trump, habiendo reducido los ingresos en el mandato 2016-20, lo que conllevó obviamente a menor capacidad para pagar la deuda.

Recuérdese que la reducción de impuestos a aquellos que más pueden contribuir, además de generar problemas económicos de desigualdad, puede generar problemas estructurales en lo que respecta a las finanzas públicas. ¿Estarían los republicanos dispuestos de dejar caer a su país para hacer que sus reclamaciones sean vinculantes y efectivas? ¿Son creíbles las demandas republicanas pidiendo ajustes fiscales, cuando ellos mismos incrementaron el techo de deuda varias veces cuando estaban en el Gobierno? ¿Por qué piden lo contrario a lo que hacían? En consecuencia, cabría preguntarse, si esos comportamientos son consistentes temporalmente.

Los problemas de inconsistencia temporal surgen cuando las preferencias de un decisor cambian con el tiempo, desviándose de sus intenciones o planes iniciales. En el contexto de nuestro duelo entre dos jugadores, lo que parecía óptimo en el pasado —amenazar con colapsar su propia economía, presumiblemente porque no se había pensado detenidamente sobre las consecuencias— ya no es la estrategia preferida cuando llega el momento de actuar (y terminarían elevando el techo de deuda). Algunos republicanos extremistas han sugerido permitir que la economía estadounidense caiga para dañarla y responsabilizar a Biden, con la intención de evitar su reelección. Sin embargo, a medida que se acerca el día del impago, cabe dudar si esta estrategia suicida es preferida a una opción que no les agrada, pero les ayudará a seguir siendo un país poderoso. Por consiguiente, si los jugadores mantienen todas las opciones estratégicas (y no quemar sus naves), el anuncio no es creíble. Por eso, algunos promulgaban quemar las naves y amenazar con un colapso económico total. Si no se llega a un acuerdo entre los dos partidos, el resultado sería mortal, así que, por malo que parezca para los dos jugadores llegar a un compromiso —incrementar el techo de deuda como piden los demócratas, y reducir el gasto como piden los republicanos—, este siempre será mejor que dejar caer a la economía más influyente del siglo XXI. En consecuencia, no parece razonable que quemar las naves (no incrementar el techo de deuda) sea una buena estrategia.

Aún podemos albergar la esperanza de que tanto los republicanos como los demócratas no son actores altamente irracionales. A pesar de que puedan presionar hasta el último minuto para obtener concesiones de su oponente, es probable que lleguen a un acuerdo en el último momento. Ninguno desea ser el “gallina” que cede primero y parecer el débil en este juego.

Carles Mañó Cabello es investigador predoctoral en la Universitat de Barcelona.

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