Todo lo que necesitas son los Beatles

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Cómo estaremos de mal que, no sé ustedes, te dicen que Pablo Casado fue a una misa en honor de Franco y casi te lo crees. Luego compruebas que es cierto, pero que dice que fue por error, y el caso es que también te lo crees. Lo mal que ha tenido que pasarlo su equipo para decidir qué hacían, si lo desmentían o no, porque a estas alturas ya no sabrán qué les da más puntos. Luego se extrañan de que la gente se crea las noticias falsas: tienen que dejar de hacer cosas que parecen mentira. Tenemos, sin ir más lejos, un comunista que es ministro de Consumo. Pero, en general, ya vivimos en un cinismo curtidísimo en la falsedad y el escaparatismo de las redes sociales. Lo hemos visto todo, desconfiamos de todo, te esperas lo peor.

Por ejemplo, no nos extraña ya que un mocetón de Wisconsin vea en la tele que hay incidentes en un pueblo cercano, Kenosha; coja el coche, que está a media hora, y se pasee por allí con un rifle semiautomático. Había toque de queda tras el asesinato de un ciudadano negro, pero bueno, la policía no le dijo nada. Al final se puso a pegar tiros —dijo que en defensa propia— y mató a dos personas. El juicio, en el que ha sido absuelto, ha tenido momentos que parecían un gag satírico. “Él desearía que nada de esto hubiera pasado, pero, como dijo cuando testificó, él no empezó”, argumentó el abogado del cenutrio. Te imaginas automáticamente las risas enlatadas, pero es que lo decía sin asomo de sarcasmo, era todo así en la realidad. El acusado explicó que fue a proteger a los vecinos, que no le habían pedido ningún favor de ese tipo, claro, porque ni le conocían. Todo llegará, pero aún no se ha llegado en Estados Unidos al servicio de telematón, que te envían un matón a casa si lo necesitas y un imprevisto te pilla desarmado. Pero nada de esto es lo más increíble, sino el momento que habría sido un clímax de los Monty Python: en medio del juicio le suena el móvil al juez y tiene la sintonía de los mítines de Donald Trump. El abogado defensor, que tenía la palabra en ese momento, no pudo evitar una sonrisita. Me pregunto si alguna vez suena un móvil en las reuniones de los jueces del Constitucional, y si alguien sonríe.

En este tiempo de confusión y descreimiento hay un refugio seguro: los Beatles. Ya, siempre lo es, pero hay temporadas que se te olvida. Dejas de ponerlos, los das por supuestos. Sin embargo, el estreno de un documental que parece glorioso ha tenido la virtud de recordar que están ahí, al alcance de la mano. Pones un disco y ya está, tiene un poder medicinal instantáneo. Dan esperanza, ponen contento, piensas que todo va a ir bien y, algo realmente increíble, le gustan a todo el mundo, sean cuales sean sus ideas. Ya es muy raro coincidir en algo todos juntos. Verlos en el estudio evidencia que en este mundo pueden pasar cosas únicas, maravillosas y arrebatadoras, no solo desgracias y estupideces. Esto también tenemos que creerlo; si no, cómo haces. No todo van a ser estos horrores de la pandemia, la ultraderecha, la mediocridad, el reguetón. La gente está fatal, que pasas frente a un gimnasio a las ocho de la mañana y ves tipos medio dormidos dándole puñetazos a un saco de boxeo. Las combinaciones del azar nos han traído un virus espantoso, pero también el milagro de la armonía de unas notas en un determinado orden. Y que Paul McCartney fuera un día a una fiesta parroquial y conociera a John Lennon. No sé qué sería de nosotros sin los Beatles. A veces bastan para aguantar el día.

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