Todo saldrá bien

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Un músico toca en la playa de La Concha en San Sebastián.
Un músico toca en la playa de La Concha en San Sebastián.Javier Hernández

Hay quienes están a punto de empezar vacaciones, otros las están terminando, algunos las han dejado para más adelante. Como viene ocurriendo desde hace ya una temporada que se está haciendo demasiado larga, la covid sigue siendo la maestra de ceremonias. Más o menos visible, menos enfática y avasalladora respecto a otras épocas, también menos letal, sigue sin embargo ahí orquestando las conversaciones, metiendo el dedo en los temores y las incertidumbres para dejar constancia de que está al acecho, estableciendo las pautas que regulan el regreso a algo parecido a lo que ocurría antes —si es que esto es posible con todo lo que ha pasado—. Todavía son muchos los que siguen aferrados a la mascarilla, por pura prudencia, y la aguantan puesta hasta que están al borde de la piscina o hasta chocar con las primeras olas, los hay que las llevan encima durante sus largos paseos por el monte.

La llegada del verano, las vacaciones, los periodos de descanso son maneras de partir del tiempo, de torcerle el rumbo o de suspender las exigencias que impone, permiten saltarse por unos días las dinámicas que generan el trabajo y las obligaciones. Las cosas se detienen, toca recuperar fuerzas. Algunas veces, incluso, son épocas para hacer balance, y ajustar las tuercas o cambiar algunas piezas, igual a la vuelta uno se encarama sobre los asuntos y los gobierna sin grandes dificultades, como si la vida fuera dócil y se ajustara a nuestros deseos y proyectos. Es lo que se espera. A la vuelta seguro que resuelvo ese traspiés, empujo con más determinación en la dirección correcta, sorteo como si fuera un prodigio cada una de las dificultades. Todo saldrá bien.

Y ese es el único plan siempre que se regresa de cualquier parte, que todo salga bien. Más todavía cuando las cosas se pusieron antes feas con la pandemia, y llevamos empujados a construir otros hábitos y a pelear con un enemigo invisible y escurridizo. Como se venía de un tiempo raro, y parecía de nuevo como si se fuera a acabar la pesadilla, este verano ha tenido algo de estallido tanto para los grandes como para los pequeños, para las mujeres y los hombres, para los adolescentes: hacían falta desde hace meses las risas, el contacto, las conversaciones infinitas, los chistes, los juegos, las carreras y los vacíos, estirar los músculos, divagar sin brújula, cortar el pan para las tostadas, y arreglárselas cada mañana para resolver de nuevo el acertijo: ¿y hoy qué toca? Así que se convoca el pleno, se revisan las propuestas, se discuten con mayor o menor intensidad los pormenores, se reparten las obligaciones, se hace un apaño.

No hay otra que ceder y, de apaño en apaño, los días se van veloces. Lo importante es la disposición para que los planes salgan, y eso es lo que en buena medida les ha faltado —y les falta— a los políticos de este país. Estar dispuestos a ponerse, y salir así del empecinamiento. Están en los cálculos más burdos, están en salirse con la suya sumando como sea para ganar la próxima partida. Tienen, por así decirlo, las manos en la masa, y andan atentos a cómo mueven ahí dentro los dedos. Pero vienen tiempos difíciles, y resulta necesario que levanten la cabeza y miren un poco más allá. Para que todo salga bien es necesario fortalecer cuanto antes las instituciones y tejer acuerdos duraderos que consigan implicar a todos.


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