La ensayista y novelista Tristane Banon (Neuilly-sur-Seine, 42 años) fue una precursora del movimiento Me Too. Cuando en 2011 Nafissatou Diallo, empleada en un hotel de Nueva York, denunció al director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, por una agresión sexual, Banon dijo: “Yo también”. Y acusó a Strauss-Kahn de una agresión cometida ocho años antes. La Fiscalía acabó archivando su denuncia por tentativa de violación, pero reconoció una agresión sexual ya prescrita. Ahora publica en Éditions de l’Observatoire La paix des sexes (”La paz de los sexos”).
PREGUNTA. ¿No está harta de ser la mujer que fue agredida por Strauss-Kahn?
RESPUESTA. No es que esté harta, porque forma parte de mi vida. No puedo hacer como si no hubiese pasado. Pero me plantea un problema que se me reduzca a esto: el único momento de toda mi vida, casi, en el que no decidí sobre nada. Además, milito a favor de salir del estado de víctima cuando se ha sido víctima de una violencia sexual, aunque es complicado y difícil. No eres víctima toda la vida.
P. ¿Por qué rechaza ser víctima?
R. Porque la victimización es un encasillamiento. Antes eras una apestada, te miraban mal. Con el Me Too hay respeto por las víctimas y es importante. Pero ahora incluso ciertas feministas convierten en heroico este estatus, como si fuese un estatus social. Como si dijesen: “¿A qué te dedicas?” Y respondieses: “Soy víctima”. Pienso que esto es dañino para la sociedad: a las víctimas hay que respetarlas, no hacer de ellas heroínas. Y es nefasto para la persona que ha sido víctima: la encierra, y no hay encierro benéfico. Es como si tuvieses un accidente de tráfico y todo el día te dijesen: “Usted es una víctima de un accidente de tráfico”. Pues no; eres una madre, una panadera, una investigadora, un montón de cosas.
P. ¿Cómo logró usted dejar de ser víctima?
R. No me gusta dar lecciones. Lo que a mí me funcionó no tiene por qué funcionarle a otra. Durante 13 años hice terapia con un analista. Leí a Simone de Beauvoir y a Elisabeth Badinter, filósofas que reflexionan sobre nuestra igualdad, nuestro poder y nuestros posibles, todo lo que podemos realizar.
P. Tardó ocho años en denunciar a Strauss-Kahn. ¿Por qué?
R. Ante todo, por error. Habría tenido que denunciarlo en seguida. Consulté con un abogado. Él pensaba que no serviría para nada, que atacar a un hombre tan poderoso acabaría dañándome. No habría tenido que escucharle. Yo estaba al principio de mi vida profesional, las cosas me iban bien. Temía ser toda la vida la chica que denunció a Strauss-Kahn. Ya ve. ¡Éxito total!
P. Lo acabó denunciando en 2011, al estallar el caso Strauss-Kahn.
R. El ambiente no era como ahora. Cuando Nafissatou Diallo lo denunció y después yo, más bien nos linchaban en los medios, se nos juzgaba. Ahora a una mujer que denuncia se la respeta. Pero hay que vigilar. Respeto sí, pero heroización y sacralización de la palabra de la víctima, no. Hay que respetar a la mujer que denuncia y escucharla, y no tratarla de mentirosa, pero no por denunciar se está diciendo la verdad. Me asusta esta gente en las redes sociales que dice: “Te creemos, sabemos que dices la verdad”.
P. ¿No le habría gustado en su momento que le dijesen “te creemos”?
R. No. Tanto decirme “te creo” como “eres una mentirosa” es una locura. La gente no conoce el tema, no estaban con Dominique Strauss-Kahn y yo, no son investigadores. Hay que ser honestos: los casos de mentiras, de falsas denuncias son raros. Pero siento apego por el Estado de derecho. Como decía Voltaire: “Prefiero arriesgarme a salvar a un culpable que a condenar a un inocente”.
P. Usted ya no se considera víctima.
R. No. En mi vida cotidiana esto no existe. Si le pregunta a mi hija de seis años, ella no conoce bien su nombre ni muchas cosas, pero dice: “Un señor fue muy malo con mamá, pero mamá se defendió”.
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