EL PAÍS

Ucrania, año dos

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Hace un año era bien oscuro el horizonte que abría la invasión de Ucrania. Pocos creyeron en la veracidad de las amenazas de Putin y en la misma invasión, pese a los avisos de la inteligencia estadounidense sobre su posibilidad real. Pero una vez se produjo, todavía fueron menos quienes creyeron que Ucrania resistiría, que los ejércitos de Putin sufrirían derrotas estrepitosas, y que un año después solo el dolor inmenso por lo irreparable y las pérdidas de millares de vidas ensombrecerían la esperanza vivísima en el futuro que se mantiene sobre todo dentro del país: la confianza en ganar la guerra es la respuesta inmensamente mayoritaria entre los mismos ucranios.

El segundo ejército del mundo, primera potencia nuclear en número de ojivas y el país de mayor extensión territorial y profundidad estratégica del planeta se ha estrellado y desprestigiado en la ilegal agresión ordenada por su presidente contra su vecino, y no tan solo no ha conseguido ninguno de los objetivos que se había propuesto, sino que ha propiciado exactamente lo contrario. Estados Unidos ha regresado a su compromiso transatlántico con Europa cuando su estrategia preferente era la competencia con China y lidera ahora la ayuda militar y financiera en favor de Ucrania, la OTAN ha empezado una nueva ampliación con las candidaturas de Finlandia y Suecia, la Unión Europea ha multiplicado su capacidad estratégica con sus sanciones a Rusia (el último paquete aprobado ayer de madrugada), Ucrania ya es candidato a la adhesión y ha sido ejemplar la resiliencia de los países socios ante el chantaje energético de Moscú durante el invierno.

En un año, Putin ha perdido ya esta guerra, aunque todavía sea imprevisible su desenlace y saber por tanto si Ucrania podrá ganarla. Con su ejército disminuido, su economía presionada por la mayor tanda de sanciones de la historia y su imagen internacional arruinada, Rusia no tiene plan alguno para el futuro que no sea perpetuar la guerra hasta conseguir el cansancio de sus aliados, provocar la desunión y agotar la capacidad de resistencia de una población ahora fuertemente unida tras Zelenski. De ahí el interés de Putin en una guerra larga de desgaste, que mantenga abierta la llaga bélica y atenazados a los europeos y sus economías. Nada sería mejor que una rápida derrota rusa en la ofensiva de primavera que ahora se está fraguando, de forma que fuera el Kremlin el que demandara una negociación para frenar así la pérdida de territorio e intentar salvar Crimea y, sobre todo, Sebastopol, el puerto crucial que alberga la flota del mar Negro. La escasez de munición y de armas en Ucrania, de tanques, artillería y misiles de largo alcance especialmente, en nada ayudará a acortar la guerra, sino todo lo contrario: favorecerá la estrategia de entregar carne de cañón que sigue Putin con sus propios soldados, en una horripilante repetición de los frentes europeos de la Guerra del 14.

Un año después, Ucrania es una causa popular en Europa y en gran parte del mundo. Lo es incluso, aun clandestinamente, en la propia Rusia, donde el balance de este año es el más siniestro de su reciente historia. Los resquicios de libertad que todavía existían hace un año han sido aplastados sin piedad y con altísimas penas de cárcel para cualquier muestra pública de disidencia o cuestionamiento de la guerra, que sigue sin serlo oficialmente en el país. La militarización, el control policial y el encarcelamiento en masa siguen funcionando como mecanismos de sojuzgamiento de una población desinformada de forma metódica.

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Los pocos países que le apoyan en las votaciones de Naciones Unidas son dictaduras e incluso China se resiste a votar con Rusia, que reserva su derecho de veto en el Consejo de Seguridad. El plan de paz hecho público por China el mismo día del primer aniversario evita, de nuevo, distinguir entre invasor e invadido, pero reafirma la preservación de la integridad territorial de los Estados que ha roto Putin. El escepticismo que han expresado tanto EE UU como la OTAN se apoya en las abstenciones de China a las condenas en la ONU a la agresión de Putin. Zelenski avanzó el viernes su disposición a reunirse tanto con el presidente Xi Jinping como con el presidente de Brasil, Lula da Silva, que también ha planteado una plataforma internacional de mediación. La exploración de cualquier vía hacia un alto el fuego —que Putin deje de agredir a Ucrania— no debería excluir a ningún país como posible mediador, mientras legítimamente Zelenski reclama el fin del fuego armado como condición para cualquier conversación de paz y a la vez reclama los tanques y cazas que necesita para defender a su país contra un invasor que no cesa en sus bombardeos diarios.

Si la derrota de Putin no significa la victoria de Zelenski, la victoria de Ucrania no debe significar la derrota de Rusia. Además de creer en la victoria de la democracia, tal como pide el Gobierno de Kiev a sus aliados, para conseguirla también hay que preparar la paz, puesto que no basta con nombrarla y desearla. Y en la paz del orden europeo surgido de la guerra hay que garantizar tanto la seguridad futura de Ucrania como el lugar y el papel europeo que le corresponde a una Rusia soberana. Tiene todo el sentido, en cualquiera de los casos, que prospere la iniciativa de creación de un tribunal internacional que juzgue a Putin y a sus altos mandos militares por el crimen de agresión, el tipo utilizado precisamente en Núremberg contra el nazismo, aunque sea in absentia. El valor de ese juicio sería triple: además de la demostración de las barbaridades perpetradas por el ejército ruso, tendría carácter preventivo tanto para potenciales tentativas en el futuro como por el compromiso adicional en el que situaría a grandes potencias hostiles con la justicia universal, como es el caso de Estados Unidos.


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