Vista de Varsovia, el pasado 21 de marzo.

Un 15% más de población, la ‘nueva normalidad’ de Varsovia

En el punto de atención a refugiados de la estación central de tren de Varsovia acaban de instalar un cartel. Es un gran mapa de Polonia con distintas ciudades resaltadas y dos ausencias llamativas: la capital y Cracovia. La explicación está en el mensaje en ucranio e inglés que lo acompaña: “Las ciudades más pequeñas de Polonia suponen mayores posibilidades de alojamiento, menor coste de vida y más posibilidades de conseguir trabajo. Las grandes ciudades de Polonia ya están saturadas. No temas ir a ciudades más pequeñas. Son tranquilas, tienen buenas infraestructuras y están bien adaptadas”.

La guerra en la vecina Ucrania ha transformado la faz de Varsovia en apenas seis semanas. Polonia ha sido la vía de escape para casi el 60% (2,4 millones) de los 4,2 millones de refugiados ucranios y, al principio, la rápida respuesta de voluntarios, ONG y administraciones locales evitó que se formaran campamentos de refugiados. Salvado el primer arreón, la idea era que la política de puertas abiertas de la UE derivara el flujo de forma natural hacia países europeos más ricos. Sin embargo, el estancamiento del conflicto, la incertidumbre y la tendencia natural de los refugiados a quedarse cerca de su país están haciendo que muchos se queden en Polonia y, pasada la fase de simplemente huir, se concentren en los lugares asociados desde hace siglos a las palabras trabajo y futuro: las grandes ciudades. El resultado es que 300.000 ucranios han elevado un 15% la población de Varsovia y otros 150.000, casi un 20% la de Cracovia. Las dos grandes urbes polacas piden ayuda y advierten de que la situación es insostenible.

“Estamos al límite, ya no podemos improvisar”, protesta el alcalde de Varsovia, Rafal Trzaskowski. “Todo mi personal administrativo está dedicado a hacer trámites del Pesel [el equivalente polaco al número de la seguridad social, que reciben estos días los refugiados]. Todos mis psicólogos trabajan con refugiados. También todos los que solían trabajar con niños y todos los servicios sociales”, enumera en una entrevista en el Ayuntamiento.

Trzaskowski recuerda un dato para ilustrar la dimensión del reto que supone el mayor y más rápido éxodo en Europa desde la II Guerra Mundial. En el mes más intenso de la crisis de refugiados y migrantes de 2015-2016, entraron en toda Europa 200.000 personas, 100.000 menos de los refugiados ucranios que hoy se encuentran solo en Varsovia y 400.000 menos de los que han pasado por la capital.

Una derivada particularmente problemática es la enseñanza. En Varsovia había 280.000 niños escolarizados antes de la guerra. Se les han sumado 13.000 refugiados, pero queda aún la gran mayoría, otros 87.000. “No puedo meterlos a todos en las escuelas en una semana”, justifica Trzaskowski, quien aboga por que aprendan a distancia y reciban clases presenciales de polaco. El Ministerio de Educación ha emitido un decreto especial para que el tope de 25 alumnos por aula pase a 28 en infantil y a 29 en los tres primeros años de primaria.

Otra es la erosión del impulso solidario inicial. El número de voluntarios ha caído con el paso de las semanas. “Cada vez hay menos gente dispuesta a ayudar. Los que lo llevan haciendo desde el principio están exhaustos”, admite Pola Gorska, voluntaria polaca de 28 años en el colectivo de base Grupa Centrum, en la Estación del Oeste, en la que varios de sus compañeros juegan en una estancia con niños ucranios. Es uno de los principales ejes de conexión porque está junto a una importante estación de autobús.

Más ayuda

Aunque casi 25.000 personas (cinco veces menos que hace casi un mes) entran a diario a Polonia desde Ucrania, la cifra de 300.000 refugiados en Varsovia lleva estable más de una semana, por las salidas a otras partes del país o a terceros países. Pero quienes llegan ahora necesitan más ayuda, lo que añade presión a las arcas, los servicios públicos y la solidaridad de los polacos. “Hace un mes, un 97% de la gente que venía era cuidada por su familia o amigos. Ahora, entre un 30% y un 40% necesita ayuda y alojamiento”, explica el alcalde.

Ese 97% tiraba de vínculos con los numerosos ucranios que residían antes de la guerra en Polonia, sexta economía de la UE, sedienta de mano de obra y todo lo generosa (280.000 permisos de trabajo en 2020) con los países culturalmente cercanos que no fue en 2015-2016 con unos pocos miles de migrantes musulmanes.

Los reencuentros forman parte ya del día a día de Varsovia. En la zona más turística ―el centro histórico arrasado por los nazis, reconstruido y declarado en 1980 Patrimonio Mundial de la Humanidad― es fácil escuchar a los más veteranos guiar a los recién llegados en ucranio o ruso. En el barrio de Praga, en la orilla del río Vístula que salió mejor parada de la II Guerra Mundial, la catedral de Santa María Magdalena ha ganado fieles y no cabe un alma en misa. Es la principal iglesia ortodoxa, religión mayoritaria entre los ucranios, de la ciudad.

Los refugiados reciben alojamiento, comida, bebida, ayuda médica y apoyo psicológico gratuito. Para los que necesitan alojamiento más allá de un puñado de noches antes de proseguir su camino, hay propiedades municipales y una base de datos de personas que ofrecen sus casas, además de empresas, ONG u organizaciones religiosas. En las avenidas más concurridas y en las cafeterías se escucha a los refugiados conversar con los polacos que los acogen, en una mezcla de sus respectivas lenguas o en inglés.

Vista de Varsovia, el pasado 21 de marzo.
Vista de Varsovia, el pasado 21 de marzo.Albert Garcia (EL PAÍS)

La ciudad está llena de mensajes de apoyo a Ucrania, hasta en la sede del Banco Central y las marquesinas. La famosa Ruta Real está decorada con las banderas de Varsovia y de Ucrania, y el Castillo Real (en el que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pronunció un discurso el mes pasado) se ilumina de noche con los colores de las enseñas polaca y ucrania.

A las afueras de la capital, en la localidad de Nadarzyn, está el mayor centro de recepción de refugiados del país, el recinto ferial Ptak, de 150.000 metros cuadrados y con capacidad para 20.000 refugiados. No lo coordina el Ayuntamiento, sino los gobiernos regional y central. El contrato se acaba de renegociar a la baja, después de que el cálculo inicial por refugiado causase polémica. En el momento álgido, albergó hasta a 11.000 personas, pero normalmente son entre 6.000 y 7.000. Suelen quedarse entre tres y cuatro días. “Si son más es generalmente porque son familias más grandes, a las que es más difícil encontrar alojamiento”, explica su responsable de relaciones públicas, Anna Choroszczac.

Refugiadas ucranias en el recinto ferial Ptak, en Nadarzyn, cerca de Varsovia, el pasado 23 de marzo.
Refugiadas ucranias en el recinto ferial Ptak, en Nadarzyn, cerca de Varsovia, el pasado 23 de marzo.ALBERT ZAWADA (EFE)

Unas pantallas digitales muestran los nombres y las banderas de Bélgica, Alemania, Estonia, el Reino Unido y España (con imágenes de voluntarios de Bomberos Sin Fronteras). Basta con inscribirse para obtener transporte gratuito a ese país, incluso en avión. Un autobús espera en el acceso con el motor al ralentí.

A la entrada sorprende ver un fotomatón. Es para el trámite del Pesel. Los refugiados también se pueden inscribir allí en la búsqueda de empleo. Junto a cientos de camas plegables de emergencia, hay tres palés con ropa donada, una estancia para niños ―con colchonetas, rayuelas y cochecitos― y un espacio religioso con un cura ortodoxo.

El sistema funciona, pero no da más de sí y “algunos refugiados son derivados a otras ciudades”, admite el alcalde. “En el pico en el que entre 30.000 y 40.000 ucranios llegaban a la ciudad cada día, teníamos que ir llamando a otras ciudades de Polonia a decir: ‘Mándame dos autobuses, porque estamos llenos”. Una fuente municipal citada por el diario Rzeczpospolita desveló el mes pasado que un grupo fue trasladado en autobús de Varsovia a Bialystok, en el noreste de Polonia, y al llegar se negó a bajar. Acabó de vuelta en la capital.

Trzaskowski insiste en la necesidad de dos acciones. Una es “empezar a distribuir a la gente” en el marco de un programa de “reubicación voluntaria” basado en alentar los desplazamientos. “No son cuotas obligatorias. No hacen falta. Hay suficientes compromisos [de acogida de otros países]”, matiza.

La otra es que el Gobierno polaco “solicite a la UE y la ONU que establezcan un sistema”, porque ahora se dan “duplicidades”. Trzaskowski ―que en 2020 perdió por muy poco las elecciones presidenciales ante Andrzej Duda, del partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS)― propone, además, que los fondos no vayan solo al Gobierno central, que lidera el PiS, sino también directamente a las administraciones locales, las ONG y los propios refugiados. “Hace falta una estrategia, porque la guerra no va a acabar en una semana. E incluso si lo hiciese, ojalá, la gente no va a poder volver a Mariupol, porque hay que reconstruirla primero”, resume.

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