Un apetitoso paseo por la historia de los bodegones en el arte



Aunque relacionemos las sonrisas con la naturalidad y la simpatía, la historia del arte no siempre ha compartido esta visión. Basta con perderse entre las galerías de algún museo para percatarse de que entre los personajes retratados las amplias sonrisas brillan por su ausencia. No importa la fecha, el estilo o la procedencia, la mayoría de retratados adopta un semblante sereno y sobrio, casi distante. ¿Por qué motivos apenas encontramos sonrisas en los museos?
Algunas teorías
Varios críticos han analizado esta situación y han encontrado explicaciones para todos los gustos. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que posar para un retrato al óleo lleva horas e incluso días completos, en varias sesiones agotadoras. Mantener una sonrisa, por lo tanto, resulta prácticamente imposible, ya que la espontaneidad que suele acompañar a este gesto hace que sea muy difícil de fingir. Y es que, como señala el artista y escritor Nicholas Jeeves en su artículo The Serious and the Smirk: The Smile in Portraiture, una sonrisa se parece bastante a un sonrojo, en tanto que es una reacción imposible de mantener en el tiempo.
Por otro lado, la consideración cultural de las sonrisas ha ido variando a lo largo de la historia. En el siglo XVII, por ejemplo, los aristócratas, históricos mecenas del arte, relacionaban las sonrisas amplias y que enseñaban los dientes con las clases sociales más bajas, los bufones, los actores y los borrachos, como los que inmortaliza Velázquez en su Triunfo de Baco. Los retratos que mostraban amplias sonrisas no se correspondían, pues, con la solemnidad perseguida por la mayoría de las personalidades que podían costearse una obra de este tipo.

El interés de los artistas del barroco holandés por inmortalizar el día a día también les llevó a menudo a elegir como protagonistas a personajes de las esferas más bajas de la sociedad. En estas obras la risa casi parece un factor común, como puede apreciarse, por ejemplo, en El hijo pródigo, de Gerrit van Honthorst. Aunque en este caso no solo se ciñó a las clases bajas: hasta el propio Rembrandt recurrió a la risa en algunos de sus autorretratos, que pueden considerarse predecesores de nuestros selfis.

Algunos historiadores, como Colin Jones, encuentran la explicación a este rechazo en la falta de una higiene bucal eficiente hasta el siglo XVIII, lo que hacía que mostrar las dentaduras se considerase poco decoroso. Con las mejoras en este ámbito, enseñar los dientes pasó a considerarse una nueva herramienta para expresar la sensibilidad. Así, para Jones, el Autorretrato de Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun con su hija, de 1786, es sumamente revolucionario: porque es uno de los primeros que dejan escapar (aunque muy ligera) una sonrisa.

A lo largo de la historia es posible encontrar algunas excepciones, aunque con sonrisas sutiles y ambiguas. Antonello da Messina, pintor del Renacimiento italiano, pasó a la posteridad por inmortalizar a muchos de sus retratados con una media sonrisa, supuestamente como reflejo de sus sentimientos y de su vida interior. Sin ir más lejos, su Retrato de marinero desconocido se ha considerado durante mucho tiempo como la sonrisa más enigmática del arte, hasta que fue desbancado por La Gioconda.

Efectivamente, La Gioconda, que Leonardo da Vinci pintó a comienzos del siglo XVI, empezó a atraer más y más atención durante el siglo XIX, hasta que acabó convirtiéndose en la sonrisa (aunque también sea leve) más llamativa del arte. ¿Por qué aparece sonriendo la protagonista del retrato? La respuesta es un enigma, como casi todo lo que rodea a esta obra. Incluso con el paso de los años han seguido surgiendo nuevas teorías en torno a ella. En 2018, un científico llegó a decir que una afección en la tiroides le obligaba a mantener esa expresión, aunque muchos otros estudiosos tampoco terminan de verlo claro.

En el siglo XX, las sonrisas se fueron haciendo algo más comunes en el arte. Las mejoras en la fotografía y la aparición del cine fomentaron su uso como una forma de revelar las emociones internas de los retratados, lo que se tradujo en que algunos artistas se lanzaran a explorar su potencial expresivo. El expresionista abstracto Willem de Kooning, por ejemplo, recurrió a la sonrisa para representar su Mujer I, la primera de su serie de mujeres en las que rechaza la figura tradicional femenina de la Venus e inmortaliza una figura casi demoníaca, muy influenciada por las diosas paleolíticas. La sonrisa le sirve para potenciar su fiereza.

Tal vez el ejemplo más destacado de artista con un uso de la sonrisa constante a lo largo de su producción es el de Yue Mijun, artista chino enmarcado dentro del Realismo Cínico chino, que constantemente se autorretrata con sonrisas especialmente exageradas, casi maniacas. Influenciada por la historia del arte oriental en su representación de Buda y la publicidad, lo que oculta su risa es, en realidad, una profunda crítica política y social del país en el que vive.

La seriedad en las primeras fotografías
La introducción de la fotografía también supuso un salto enorme en la reproducción de las sonrisas. Aunque esto no ocurrió desde el principio, ya que las fotografías antiguas transmiten una enorme solemnidad y seriedad. Algunos han querido encontrar la explicación en las limitaciones tecnológicas, que exigían tiempos de exposición elevados para lograr plasmar las instantáneas. Pero, en realidad, incluso cuando las cámaras mejoraron reduciendo estos tiempos, la ausencia se mantuvo.
El verdadero motivo tiene más que ver con que las primeras fotografías beben directamente de la tradición del retrato pictórico, por lo que sus referentes eran más bien serios. Además, las personas que podían permitirse posar ante un fotógrafo, más que querer guardar un momento concreto, buscaban inmortalizar su propia imagen, una imagen solemne y atemporal que nada tiene que ver con la fugacidad de la risa. Pasar a la posteridad con un gesto ridículo o burlón era un miedo común.
Existen excepciones, igual que en los retratos pictóricos. Por ejemplo esta fotografía titulada Eating rice, China, que pertenece a la expedición del historiador Berthold Laufer al país oriental, en la que el protagonista sonríe sin reparo. Tomada en 1904, lo que seguramente marque la diferencia respecto a sus contemporáneas es su objetivo: al ser Laufer un historiador y antropólogo de expedición en el extranjero, seguramente quisiera capturar la esencia y diferencias culturales del país en el que se encontraba. Incluso las propias diferencias pueden ser el verdadero motivo por el que el retratado no siente reparo alguno en mostrar la mayor de sus sonrisas.
Con la progresiva democratización de la fotografía y el crecimiento de la publicidad, empezaron a multiplicarse las imágenes de personas sonrientes en la comunicación de masas: las sonrisas, como muestra de felicidad, se convirtieron en un gancho publicitario.

En los últimos años, las redes sociales parecen haber llevado aún más lejos esta asociación. Ahora compartimos nuestras fotos sin descanso y sonreímos hasta la saciedad, ya que hemos convertido la sonrisa en una nueva manera de socializar y de mostrar a los demás nuestra felicidad y seguridad en nosotros mismos. Aunque según parecían saber ya nuestros antepasados, la felicidad no siempre va acompañada de una sonrisa.
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