Un encuentro sexual, un martillo y un cadáver en una maleta


A 300 kilómetros de allí, en Madrid, un padre llevaba una semana en vilo por no saber nada de su hijo en todo un día. Jorge Villa, transportista madrileño de 48 años, tenía que haber llegado esa noche procedente de Barcelona con los enseres de una mudanza que se produjo el 14 de diciembre. La desaparición del hijo y el hallazgo de la maleta confluyeron. Eran sus restos los que  estaban en aquel balcón del piso de la calle Vía Verde de Zaragoza.

Fueron los agentes de policía los que quitaron el candado y el papel film que envolvía la maleta. Les había alertado el inquilino de la casa, que era alquilada, y que contó que un excompañero de piso había dejado eso ahí y sospechaba que contenía algo turbio. Cuando la abrieron él estaba presente y no podía dar crédito a que hubiera compartido apartamento con un cadáver durante varios días.

Ese compañero era Jonathan Berreondo, un solicitante de asilo guatemalteco de 28 años, menudo y de hablar entrecortado. Los agentes lo llevaron a comisaría para tomarle declaración y comenzar a desentrañar la historia de aquel cuerpo. Ahí comenzaron las pistas, y el relato arrancaba por una cita a través de la aplicación Wapo, una red de encuentros gais.

El 14 de diciembre, Jorge Villa envió un mensaje. En esta app de contactos él se hacía llamar Mario. Quería una cita para mantener relaciones con un chico y le apeteció una parada en Zaragoza antes de proseguir con su camino hasta Madrid. El que respondió a su mensaje era Jonathan. 100 euros por el encuentro. Le abrió la puerta, pasaron a la habitación del fondo, la de la cama de matrimonio y la mesilla. A partir de ahí empieza el relato confuso del atacante.

“De acuerdo, os voy a contar lo que realmente pasó”. Fue la frase que espetó el joven a los policías después de horas de un interrogatorio lleno de incongruencias. “Me estaba haciendo daño así que le aparté y la cabeza dio contra la mesilla, le di unos golpes más en la cabeza y me fui. Cuando regresé me di cuenta de que estaba muerto”, contó. La base del cráneo de la víctima estaba destrozada y las marcas de martillo eran evidentes. Los agentes se prepararon para seguir rascando hasta llegar a un relato más verosímil. Entonces entró en escena Emilio, El Cordobés.

Emilio es un obrero de la construcción que emigró desde su pueblo en Córdoba para trabajar en Zaragoza. También contrataba de vez en cuando los servicios sexuales de Jonathan, al que también veía en su piso de la calle Vía Verde. ¿Fue también el asesino de Jorge? En una segunda versión de lo que pasó en esa casa aquel sábado de diciembre, Jonathan cuenta que él estaba en una habitación con Jorge, y Emilio en otra, esperando su turno. Dice que cuando Jorge le empezó a hacer daño y gritó, Emilio entró en la habitación, se lo quitó de encima y lo mató para protegerlo. Una nueva vuelta de tuerca que los agentes descartaron. Jonathan quedó detenido e ingresó en prisión, donde ha permanecido hasta esta semana, cuando ha salido para ser juzgado en la Audiencia Provincial de Zaragoza con jurado popular.

Según la reconstrucción de la instrucción, mientras mantenían relaciones sexuales, Jonathan golpeó repetidas veces a Jorge en la cabeza con un martillo que había comprado el día anterior, hasta matarlo. Después lo metió en la maleta y, como no podía bajar él solo todo ese peso desde un cuarto sin ascensor, lo dejó en el balcón a la espera de una solución mejor. Mientras, limpió con lejía y pintó la habitación en la que había sucedido todo. Luego cogió un autobús para pasar unos días en Bilbao con su novio. En esos días Jonathan simuló conversaciones de móvil entre él y la víctima, pero el español empleado en algunas expresiones puso sobre alerta a los agentes. Un madrileño no hablaría así.

El informe forense desgrana un sinfín de heridas en todo el cráneo. “¿Fue un sado en el que algo salió mal?”, se aventuró a preguntar al acusado el abogado de la acusación, José Luis Melguizo. Él lo negó. “Yo no hago sado”. Una afirmación que no cuadra con lo que declaró la mejor amiga del acusado, una mujer transexual llamada Leti, que días antes había manipulado la maleta porque Jonathan ya le había mostrado dudas sobre lo que podría contener. “Me dijo que fuera a su casa, que él sentía que olía mal, que no sabía qué había ahí dentro. Yo como mucho pensé que le podrían haber dejado algún animal muerto, pero no vi sangre”, explicó Leti ante el juez.

En la instrucción se descubrió algo más. Jonathan había sido procesado por otro homicidio en su país de origen. En una sucesión de hechos que no queda clara, un hombre de su pueblo acabó asesinado a la salida de misa. Le cortaron el pene. El miembro apareció en la boca de Jonathan, al que encontraron maniatado en su casa. El juez procesó a Jonathan y a su padre al considerar que la escena del pene había sido preparada para despistar a los agentes. Finalmente, fue absuelto de aquella acusación, pero antes de que confirmaran la sentencia se marchó de Guatemala y recaló en Zaragoza.

El llamado crimen de la maleta ha llegado a su fin este lunes con la sentencia. El jurado popular ha declarado culpable por unanimidad a Jonathan. Seis horas han bastado a los jurados para decidir que la versión del acusado no tenía credibilidad.


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