Un ministro acusado de violación compromete al nuevo Gabinete francés

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Dupond-Moretti, el miércoles en la Asamblea Nacional.CHRISTOPHE PETIT TESSONÉric Dupond-Moretti, el abogado más célebre de Francia y desde el lunes ministro de Justicia del presidente Emmanuel Macron, ha recibido a lo largo de su carrera varios apodos. Uno es El ogro del norte, y hace referencia a su aspecto físico, sus modos bruscos y su origen en la región industrial fronteriza con Bélgica. El otro es Acquittator, juego de palabras con la película Terminator y la palabra absolución (acquittement) en francés, pues Dupont-Moretti ha obtenido 145 absoluciones en una carrera de 36 años, un récord.Los apodos resumen al personaje: un estilo marrullero que le ha creado innumerables enemigos pero también le ha convertido en un hombre popular, y un talento en los tribunales que le ha transformado en una leyenda viva del derecho penal. Su nombramiento es la mayor sorpresa del Gobierno del nuevo primer ministro, Jean Castex. La incógnita es si será capaz de mantener la disciplina gubernamental alguien que desde hace décadas es el jefe de sí mismo y no responde más que ante sus clientes, un polemista mediático que se regodea en la provocación, el crítico con #meToo que reclama el derecho a silbar a las mujeres en la calle, el comentarista que ha llegado a defender la ilegalización del partido de extrema derecha Frente Nacional, el letrado que ha acusado a los jueces de constituir una “casta” y ha exigido el cierre de la Escuela Nacional de la Magistratura.“Cuando uno es un abogado penalista libre, sus palabras no son las mismas que cuando representa al Estado”, se ha justificado este miércoles en su debut ante la Asamblea Nacional, entre abucheos de la oposición y aplausos de la mayoría. ”Ya me juzgarán sobre lo que haya hecho, cuando lo haya hecho”, ha añadido.La justicia fue siempre algo visceral para este proletario del norte, de 59 años, que en los primeros años de carrera se pateó Francia entera de tribunal en tribunal, asumiendo casos perdidos, y así se hizo un nombre. Él mismo, años después, recrearía en sus libros o en su obra de teatro esta mitología del defensor de los perdedores, el orador explosivo que electrizaba al público y persuadía a los jurados antes de emprender la ruta hacia otros casos en otras ciudades de provincias.El padre de Dupont-Moretti murió de un cáncer cuando tenía 4 años; su madre, inmigrante italiana, trabajaba como limpiadora. Él estudió derecho inspirado por la muerte nunca investigada de su propio abuelo junto a la vía del tren.Francia es un país de abogados-estrellas, desde Jacques Vergès, defensor entre otros del nazi Klaus Barbie, a Robert Badinter, que también fue ministro de Justicia y abolió la pena de muerte. “En Francia, hay mucho interés en el arte oratorio judicial, una sensibilidad hacia esta elocuencia. Y los abogados penales siempre han disfrutado de cierta notoriedad. Pero Dupond-Moretti es el primero que disfruta de tanta notoriedad: es conocido en todos los hogares”, explica Christian Saint-Palais, presidente de la Asociación de Abogados Penalistas. “Es un muchacho de origen social popular, muy inteligente, cultivado: sabe hablar a todas las capas de la sociedad y esta es su fuerza ante el tribunal”, añade.Dupond-Moretti saltó a la fama nacional con el llamado caso Outreau, a principios de la primera década del siglo, un escándalo judicial en el que 13 acusados de participar en una red de pedofilia acabaron absueltos. En los últimos años se ha dedicado a casos mediáticos y clientes poderosos, como Mohamed VI de Marruecos, el futbolista del Real Madrid Karim Benzema o el hermano del yihadista Mohammed Merah.El riesgo del nombramiento es que Dupond-Moretti sea una fuente de problemas para un presidente acostumbrado a que los ministros no se aparten ni un milímetro de la línea oficial. Pero también puede ser una ventaja: una personalidad distinta que rompa la uniformidad del poder, una figura popular, incluso populista, en mundo de tecnócratas. Él, el muchacho de provincias que definitivamente ha conquistado París, el proletario que, en sus propias palabras, se ha aburguesado, parece que no acabe de creérselo. “Para mí”, ha reconocido esta semana, “este es un momento vertiginoso”.


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