Un momento único


En el fútbol sudamericano no es un fenómeno tan esporádico. El paraguayo José Luis Chilabert fue un portero asiduo en marcar goles porque lanzaba faltas y ejecutaba penaltis con una aplastante sencillez. El extravagante René
Higita fue un guardameta colombiano que también se animaba a probar fortuna con relevante éxito. Y el brasileño Rogerio
Ceni, más sobrio que los anteriores pero igualmente facultado para un don tan singular, fue el cancerbero que más castigó a sus homólogos, con 162 dianas en su carrera, como buen especialista que fue en el bombardeo del balón parado. Son costumbres que siempre se han alejado del patrón europeo, más ordinario, menos heterodoxo si se quiere, que el fútbol al otro lado del charco. De ahí que el gol marcado por el chileno Claudio Bravo, otro guardián de aquella fábrica de porteros artilleros, en Anoeta durante la temporada del ascenso tenga un lugar privilegiado en la historia reciente de la Real. Un momento único.



La falta directa que Bravo alojó en las mallas del Nástic de Tarragona se convirtió de facto en el instante estrella de aquel tramo de la temporada. No se ha vuelta a ver nada semejante en el estadio, tampoco en el fútbol a nivel estatal. El derechazo de Bravo dio la vuelta al planeta, produjo un descomunal impacto y el vídeo que reprodujo el momento fue el más visto del día en el ‘Youtube’. El gol tuvo además la virtud de otorgar la victoria tras dos empates ramplones. Bálsamo y espectáculo por el mismo precio.

Claudio Bravo, un erudito en la materia de golpear el esférico, como acreditó en cada saque de puerta en largo, pidió permiso a Martín Lasarte para atravesar el campo y ser el lanzador de una falta que Fachán había cometido sobre Griezmann al borde del área. Era el último suspiro de la primera mitad. No había tiempo para más contenido antes del descanso. El entrenador aceptó y el meta puso a los 15.000 espectadores de Anoeta en pie, sin que pudieran salir de su asombro, sólo con el hecho de irse hasta el lado opuesto del rectángulo.

Sereno y extremadamente confiado, Bravo dialogó con sus compañeros y se quedó en solitario junto al balón. Como si se dispusiera a arreglar el mundo, mano a mano, con su mejor amigo. Cogió carrerilla, armó un fuerte derechazo, perforó la barrera y sorprendió a un Rubén
Pérez que no olvidará nunca el gol que acababa de encajar. Anoeta entró en un delirante trance, mitad festejo, mitad incredulidad. No existen testimonios que sean capaces de detallar qué más ocurrió aquel mediodía de febrero.

Bueno afina su puntería

La Real ganó al Nástic con el histórico gol de Bravo para romper un maleficio de tres jornadas sin sumar de a tres. Nada grave: la ventaja en la zona de ascenso era de ocho puntos.

Mikel
Labaka neutralizó a última hora a Las Palmas, con un escorzo inverosímil, en la primera jornada de la segunda vuelta. Y Carlos
Bueno afinaba su puntería con un gol a los canarios y otro en Murcia a la semana siguiente.

A la Real no le hizo falta más que fichar a un futbolista en el mercado de invierno 2009/2010. Llegó Franck Steve Songo’o procedente del Real Zaragoza, con la etiqueta de refuerzo para la banda derecha del ataque y con denominación de ser el hijo de un portero camerunés campeón de Liga con el Deportivo de La Coruña. Songo’o apenas terminó interviniendo en 230 minutos de enero a junio, nunca se despojó de la suplencia y fue sumando minutos como recurso del banquillo para que los Griezmann o Nsue respiraran con los partidos encarrilados. Songo’o, eso sí, se dejó notar en las fiestas que se organizaron para celebrar el ascenso. El extremo africano se erigió en uno de los artífices de las ceremonias, llevando la voz cantante, micrófono en ristre. Eso no se lo quita nadie.



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