Un orgullo que duele

La novela rosa, el cine romántico, están repletos de tópicos que relacionan estrechamente el amor con el dolor. Debe ser muy imperceptible esa delgada línea que separa la más entregada pasión del odio exacerbado, tanto como para asegurar que quien bien te quiere, te hará llorar. Más de una lágrima, de rabia, de dolor, de impotencia, se derramaría ayer en los hogares guipuzcoanos al ver como el esfuerzo desplegado por esos muchachos que defienden con tanta bravura los colores que son los nuestros, los de todos, quedaron apeados de una final por su falta de acierto y porque se les cruzó en su camino uno de los mejores porteros del mundo.

Cuando el dolor se mezcla con el orgullo es difícil hacer prevalecer una de las dos sensaciones. No es suficiente haber desplegado un repertorio tan valiente y vanguardista, tan generoso en la entrega, como para ser superior al Barcelona cuando el objetivo principal, clasificar a la final, no se consigue. La Real creció a medida que avanzó el partido, fue arrinconando a su rival pero no le noqueó, en gran medida porque Ter
Stegen lo evitó. Pero es difícil esquivar la sensación de gran oportunidad perdida. De no haber tenido que llegar a la tanda de penaltis para decidir un duelo en el que la Real opositó más a estar el domingo en La
Cartuja que un Barcelona menor, especialmente en lo referente a las piezas de recambio.

Si derrotas de este estilo curten o hacen crecer es algo difícil de comprobar. Quizás menos en este 2021 ya que dentro de tres meses la Real jugará otra final y, por tanto, será sencillo evaluar cuánto ha hecho crecer su depósito de madurez una derrota como la de ayer contra el Barcelona. Como faltan tres meses hasta que llegue es derbi, no es suficiente consuelo para noches como las de ayer. Cuando uno es mejor que su rival, tiene que ganar. Y cuando está en juego meterse una final, como cuando está en juego lograr un título, hay que alcanzar el objetivo. De lo lindo que quedó el cadáver, nadie se acordará.

La Real ratificó en Córdoba su admirable propuesta de juego que, por otra parte, lleva desplegando con Imanol desde hace más de año y medio. Es decir, no necesitaba ser validada en una instancia como la semifinal de una Supercopa ya que ya había pasado suficientes pruebas de fiabilidad con anterioridad. Ayer estaba en juego el pase a una final y no se logró. Y eso, por mucho orgullo que genere el comportamiento sobre el campo de la Real, duele. Mucho.


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