Una década buscando al siniestro parricida de Francia


Un monasterio benedictino en el centro de Francia acoge desde este viernes a Jean-Claude Romand, el falso médico que durante casi dos décadas llevó una vida doble y acabó matando a sus familiares más cercanos. Condenado a cadena perpetua en 1996, salió de la prisión de Saint-Maur a las 3h30 de la madrugada en dirección a la Abadía de Fontgombault, que en los años setenta acogió al antiguo colaboracionista filonazi Paul Touvier, entonces buscado por crímenes contra la humanidad.

Romand tiene 65 años. De estos, 26 los ha pasado en prisión y, antes, 18 fingiendo ser quien no era. Romand se construyó una vida ficticia de alto funcionario en la Organización Mundial de la Salud, con sede en Ginebra. Engañó a sus padres, a su esposa, a sus amigos, a su amante, a todo el mundo. Nadie, más que él, sabía que todo era una fachada y que lo que esta fachada escondía era la nada. Por la mañana abandonaba la casa familiar en un pueblo cerca de la frontera con suiza y pasaba el día vagando por carreteras, caminando por el bosque o haciendo tiempo en aparcamientos.

El caso causó una fascinación morbosa desde el momento del crimen, en enero de 1993. Se trataba un engaño que no servía, como sucede otras veces, para esconder otra vida, o un secreto, o una identidad oculta, u otra familia, sino el vacío absoluto. Para mantener la mentira, Romand estafó a familiares y conocidos, a quienes prometía inversiones en Suiza. Cuando temió verse desenmascarado, tiroteó a sus hijos de 5 y 7 años y a sus padres, y asesinó a su mujer de un golpe.

El suceso inspiró al escritor Emmanuel Carrère El Adversario (editorial Anagrama, en castellano), una de las obras más celebradas de la literatura francesa contemporánea. Carrère se carteó durante años con Romand y le entrevistó. El libro menciona en su parte final algo parecido una conversión religiosa del criminal en prisión. “Acontecimientos de naturaleza mística, difícilmente comunicables, me han trastocado profundamente y han fundado mi fe nueva”, escribió Romand en esta época. “La plegaria ocupa un lugar esencial en mi vida”.

Aunque Romand tenía derecho a pedir la libertad condicional desde 2015, no lo hizo hasta septiembre de 2018. Los informes psiquiátricos señalaban que estaba preparado para vivir en sociedad, pero el Tribunal de aplicación de penas de Châteauroux estimó que era prematuro, tanto en interés de él mismo como de las víctimas. El 25 de abril, la Corte de apelaciones de Bourges le concedió finalmente la petición. Encontrar un lugar en el que residir e integrarse en el mundo real resultó lo más difícil.

Romand tiene previsto vivir durante un mínimo de dos años en una abadía del siglo XI en la que residen unos 60 monjes y que siguen la liturgia previa al Concilio Vaticano II, según el diario La Croix. Llevará un brazalete y tendrá limitados los movimientos. No podrá desplazarse a las regiones de Île-de-France, Borogoña-Franco-Condado y Auvernia-Ródano-Alpes. Tampoco hablar con la prensa. “Para siempre le resultará imposible ser percibido como auténtico”, pronosticó en los noventa un informe psiquiátrico citado en El Adversario. “Y él mismo teme no saber jamás quién es”.

 


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