Una madre y una hija ante el futuro del aborto en EE UU: “Lo que está pasando es terrible”

Una madre y una hija ante el futuro del aborto en EE UU: “Lo que está pasando es terrible”

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Agnieszka Paczynska, estadounidense nacida en Polonia hace 55 años, trabaja de profesora de Ciencia Política en la Universidad George Mason en Arlington (Virginia). Llegó a Estados Unidos en 1981. Tras vivir en varias ciudades por todo el país, acabó instalándose en Washington, donde nació su única hija, Nell Lyons, de 18 años, estudiante. Ambas se definen como “liberales”, en una ciudad en la que eso es la norma: el 92,15% votó demócrata en las últimas elecciones. Las dos defienden el derecho al aborto.

Paczynska dice orgullosa que Lyons acostumbra a darle lecciones cuando discuten de política. La joven admite que suelen estar de acuerdo, salvo porque ella es “siempre un poco más pesimista”, a lo que su madre replica: “La verdad es que tienes motivos”. Una ha dado por descontado el derecho al aborto durante toda su vida reproductiva. La otra se enfrenta a un futuro en el que el Partido Republicano aspira a convertir en ley una prohibición federal. De momento, una reciente sentencia del Tribunal Supremo devolvió a los Estados la potestad de regular sobre el tema al tumbar un precedente de medio siglo sentado por el controvertido fallo Roe contra Wade. 26 de los 50 Estados que forman la Unión amenazan con prohibirlo o restringirlo severamente.

El Distrito de Columbia no es un Estado, pero abortar es legal. “Aunque”, recuerda Paczynska, “eso también podría cambiar. Washington lo gobierna el partido que controla la Cámara de Representantes, y los republicanos han mandado señales”, añade, “de que podrían prohibir el aborto aquí si toman el control, algo que podría suceder tan pronto como en noviembre. No sería la primera vez que emplean el distrito como laboratorio de pruebas de sus políticas”.

Madre e hija se juntaron la semana pasada en un café de la estación de Washington, a tiro de piedra del Supremo y del Capitolio, para hablar sobre la nueva realidad.

P. ¿Cómo recibieron la decisión de tribunal?

A. P. La precedió la filtración de la sentencia, así que no fue una sorpresa. Además, se veía venir desde hacía años. Más o menos desde que introdujeron a [el juez consevador] Brett Kavanaugh en el Supremo [donde los liberales están en una minoría, inédita desde los años treinta, de tres contra seis]. Una parte de mí esperaba que pudiera haber algunos cambios entre el borrador y el texto final… pero me equivoqué. Una vez más, se demostró mi optimismo: acostumbro a mantener la esperanza contra toda esperanza.

N. L. Ciertamente, era solo cuestión de tiempo.

A. P. Cuando entró Kavanaugh, nos acusaban de exagerar. Decían: es un precedente de medio siglo, y esos precedentes no se anulan así. Nos llamaban histéricas, porque esos jueces [los tres nombrados por Donald Trump: además de Kavanaugh, Amy Coney Barrett y Neil Gorsuch] habían prometido respetar el precedente de Roe. De modo que no fue una sorpresa, como digo, pero me impresionó el alcance de la sentencia, su selectiva y severa interpretación de la historia es muy impactante. Y la opinión concurrente del juez [Clarence] Thomas es realmente preocupante, porque de alguna manera señaló otros temas sobre la mesa, como el matrimonio homosexual o la anticoncepción. Algunas de las leyes que ya se han promulgado por todo el país están colocando a las mujeres en espacios precarios, dejándolas desprotegidas, porque no está claro dónde está la línea en la que se incurre en un crimen en un aborto natural, por ejemplo.

N. L. Muchos doctores se preguntan dónde puede llegar su atención médica a una paciente embarazada. ¿Cuán cerca de la muerte tiene que estar una persona para que les esté permitido intervenir? Lo que está pasando es terrible. Me produce también curiosidad ver cómo piensan tratar las reclamaciones, que ya se están dando en algunos Estados, por parte de las autoridades religiosas judías. Las escrituras dicen que una mujer debe abortar si está en riesgo, físico o mental. Es un conflicto con la libertad religiosa. Y por esta vez “religión” no es sinónimo del fundamentalismo cristiano que rige el Tribunal Supremo.

Manifestación a las puertas del Supremo, el pasado 24 de junio, cuando se dio a conocer la sentencia que derogaba el derecho federal al aborto. Gemunu Amarasinghe (AP)

P. ¿Confían en la capacidad del Partido Demócrata en el Congreso?

N. L. Tiendo a ser bastante pesimista. La mayoría de las soluciones que se proponen, más que soluciones, son parches a corto plazo. Una solución a largo plazo implicaría resetear el sistema y empezar de nuevo. No sé si eso es posible, francamente.

A. P. Veremos. Llevamos 50 años diciendo que deberían codificar la protección del aborto. Y nunca lo han hecho. Mientras tanto, los republicanos han trabajado lentamente, de un modo muy, muy estratégico. Hay que reconocer que los antiabortistas han jugado muy bien sus cartas. No creo que los demócratas puedan hacer mucho al respecto, no con las perspectivas que tienen en las elecciones del próximo mes de noviembre, en las que el partido en el poder suele perder escaños. Tendría que suceder algo muy extraordinario.

N. L. Estoy de acuerdo, pero, de nuevo, soy un poco más pesimista. El Partido Demócrata me frustra enormemente; son muy malos en el arte de la política. No parecen haber entendido a quiénes se enfrentan, contrincantes que carecen de moralidad. Especialmente durante los últimos 10 años, ha estado claro que si no lograban convertir en ley el derecho al aborto, los republicanos se lo iban a cargar. Tuvieron oportunidad tras oportunidad, tras oportunidad, de hacerlo, y no lo hicieron. Por eso me cabreé cuando salió la decisión del Supremo y empezaron a mandar solicitudes de donación al Partido Demócrata, y esas peticiones de “vota por nosotros”. Al final, a los políticos solo les interesa eso, el poder personal, resultar reelegidos. Y ahí, unos y otros son lo mismo.

P. Hablando de reelecciones… ¿Qué piensan sus amigos de 18 años de Joe Biden como candidato a punto de cumplir 83 años en 2024?

N. L. Dejémoslo en que a ninguno nos entusiasma. Pero si se tratara de Biden contra Trump, pues no quedaría otra. También creo que ni el mejor político del mundo arreglará este país sin una reestructuración total del sistema. Y creo que es casi imposible que eso suceda.

P. Esa sensación de inevitabilidad que ha heredado su generación, ¿no les conduce al nihilismo?

N. L. Pues sí. El pesimismo cunde en mi círculo. Y, honestamente, no me extraña en vista de lo catastróficamente patas arriba que está todo. Creo que la mayoría de las personas de mi edad se cuestionan realmente si alguna vez tendrán hijos. La Tierra se ha convertido literalmente en una bola de fuego por el cambio climático. Incluso si las cosas mejoran da que pensar que es mejor no procrear. Es terriblemente deprimente. La mayoría de mis amigos duda de si podremos vivir lo suficiente como para llegar a la vejez. Digamos que nos han robado algunos de los ritos de paso básicos. Creo que las generaciones mayores no se dan cuenta del agujero tan intenso y sombrío en el que estamos metidos. Ya nos perdimos momentos importantes de la vida con la pandemia, y no tiene pinta de que eso vaya a cambiar durante el resto de nuestras vidas.

P. Agnieszka, usted llegó a Estados Unidos más o menos con la edad de su hija. ¿Cómo veía las cosas entonces?

A. P. Llegué a este país con Ronald Reagan en la Casa Blanca, una época en la que se sembraron muchas de las semillas que ahora vemos germinar. En Polonia, las restricciones se han convertido en draconianas en los últimos años, gracias al Gobierno populista de derechas que tenemos. Pero durante años, incluso antes de la transición (yo dejé el país tras el fracaso del primer intento democratizador de Solidaridad), era bastante permisivo. Hace cosa de dos años se hizo una huelga de mujeres. Fue interesante ver cómo fue secundada también en los pueblos pequeños, cuyo ambiente tiende a ser mucho más conservador. En eso, Polonia y Estados Unidos se parecen. Como pasa en Texas, donde las ciudades liberales como Austin, Dallas o Houston están rodeadas por zonas más conservadoras. Me resulta inspirador el caso de México, donde las activistas lograron darle la vuelta a la situación. Estados Unidos es siempre un lugar más complicado. Es difícil organizar una acción conjunta, por la misma estructura de un territorio tan grande, y con tantas leyes. La realidad de una mujer en edad reproductiva es muy distinta en Nueva York que en Luisiana.

P. También lo es entre Estados vecinos… ¿Qué sienten al escuchar casos como el de la niña de 10 años, violada en Ohio, y que tuvo que viajar a Indiana para poder abortar?

N. L. Es horrible. Obviamente, se trata de una situación extrema, pero muestra la incertidumbre que crea estas nuevas legislaciones. En cuanto a los que dicen que una niña de 10 años debe llevar a fin su embarazo, creo, sencillamente, que no son seres humanos decentes. Es un asunto moral básico.

P. ¿Ven posible una reconciliación entre esas dos Américas?

A. P. Por mi natural tendencia al optimismo, creo que tiene que haberla, aunque no la veo cerca. Me aferro a la esperanza de que la mayoría de los estadounidenses no pertenecen a ese campo extremista que parece dominar en estos momentos al Partido Republicano. Las encuestas indican que la mayoría apoya, incluidos sus votantes, el acceso al aborto, con más o menos restricciones. Lo mismo pasa con el control de armas. Esa facción más a la derecha está presionando, tratando de impulsar una legislación cada vez más extremista. En el mejor de los casos, muchos de los que están desconectados, que a lo mejor ni siquiera votan, podrían activarse, porque de repente algunas de estas nuevas medidas comiencen a afectarlos directamente. Ahora bien, si eso no sucede, no veo cómo podría haber un término medio entre los extremos. A veces dudo de que ambas partes compartamos la realidad. Y es difícil arreglar una mesa cuando ni siquiera te pones de acuerdo en el hecho de que lo que tienes ante tus ojos es… una mesa.


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