Usman Garuba: “Quiero llegar a ser alguien en la NBA. Con trabajo, todo llega”


Usman Garuba (Madrid, 20 años, recién cumplidos, y 2,03m) creció descifrando paradojas. La de tener que justificarse por su corpachón ante los niños a los que abrumaba, al tiempo que lo pulía para abrirse hueco entre los mayores que acogieron su precocidad. La de prepararse para una carrera de fondo mientras devoraba etapas a toda velocidad rumbo a la élite. Y la de tener grabado a fuego, por consejo de sus padres, que la mejor manera de despegar en la vida es “tener siempre los pies en el suelo”. Así saltó las fronteras de la madurez y forjó una personalidad abnegada, casi estoica. Con la determinación tranquila de que “con trabajo, todo llega”. Y así valora su primera temporada en la NBA: con el sacrificio y la experiencia como recompensas en sí mismas.

“He vivido muchas cosas grandes en muy poco tiempo. Los Juegos Olímpicos, la NBA… Hay años que valen por más de uno y este ha valido por tres por lo menos”, explica Garuba a EL PAÍS, en un encuentro celebrado en el museo de la FEB en Alcobendas en el que ejerció de embajador de Kellogg’s. “He crecido rápido por la caña que me han dado”, reconocía el pasado verano, antes de lanzarse a hacer las Américas tras ser elegido en la posición número 23 del draft por los Houston Rockets. En su maleta trae ahora 24 partidos disputados en la NBA (2 puntos y 3,5 rebotes en 10 minutos de media), en una temporada tortuosa marcada por las lesiones —con una operación en la muñeca derecha a finales de enero (que le tuvo dos meses de baja) y problemas de tobillo—, y el paso por la Liga de Desarrollo como prueba de resistencia y adaptación.

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“Llegas allí con muchas incertidumbres: por como irán las cosas, qué van a querer de ti, saber si estás preparado para afrontar todo…”, repasa Garuba en su inventario resiliente. “Nos exigen hacernos mayores muy rápido, pero así es la vida. Hay que adaptarse a todo. En mi caso, estar con profesionales experimentados desde muy joven me ha ayudado siempre a crecer como jugador”, recalca el canterano del Madrid, que debutó con el primer equipo de Laso con 16 años (el tercero más joven en la historia del club tras Roberto Núñez y Luka Doncic) y sigue hablando en primera persona cuando habla del equipo blanco y sus excompañeros.

“Felipe Reyes siempre me decía: tienes que acabar todos los entrenamientos machacado, sudando… para sentir que estás trabajando bien. Cada vez que pienses que no puedes con algo, haz un esfuerzo más, y así, un poco más siempre”, rememora Garuba. Sin dilemas sobre el camino elegido. “Todo lo que he hecho este año me va a servir para el siguiente y así sucesivamente. Es a eso a lo que yo me agarro. De aquí a un par de años, Houston será de los mejores equipos en la NBA con la proyección de los jóvenes. No sé si me veo ganado el anillo, ojalá, pero sí compitiendo a tope en los playoffs”. Pero sin ocultar la frustración de este curso. “Soy mejor jugador, sobre todo mentalmente. Me siento más completo porque he tenido todo tipo de vivencias, he tenido momentos en los que podía haber dicho: tiro la toalla y paso de todo, tengo mala suerte… pero he seguido trabajando y eso te endurece mucho”, analiza, siempre desde la “paciencia” y el aprovechamiento. “Si eres inteligente, los contratiempos te fortalecen. Hay que acumular experiencia y pensar con perspectiva”, subraya.

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¿Y de dónde le viene esa fortaleza mental? “No viene de ningún lado, me sale de dentro, debe ser genético”, dice Garuba mirando a su padre, presente en la charla. Mustapha y su mujer Betty, huyeron de Benin City, una de las ciudades más conflictivas de Nigeria, en busca de un futuro mejor en Europa. Tras probar suerte en Bruselas llegaron a Madrid a finales de los 90 y finalmente se afincaron en Azuqueca de Henares (Guadalajara). Sus tres hijos, Usman, Sediq y Uki, nacieron en el Hospital 12 de Octubre madrileño. A finales del año pasado, en plena ola de contagio por covid en el Madrid, Sediq también debutó con Laso en el memorable triunfo ante el CSKA. “Le dije: has sido titular antes de lo que lo fui yo”, bromea Usman al hablar de su hermano. “Nos damos consejos mutuamente. Aunque él sea más pequeño me gusta escucharle y saber qué opina, porque ve siempre mis partidos”, añade. “Mis padres siempre me recuerdan que me divierta. Porque si no me divierto, esto no vale para nada. Eso, y que tenga siempre los pies en el suelo”, reitera Usman.

Usman Garuba, en el museo de la FEB en Alcobendas.Kike Para

Y, entre el reto, la exigencia y el “agradecimiento a la vida”, Garuba retoma el repaso a su primera temporada en la NBA, a la que se marchó con apenas un curso y medio de bagaje en el Madrid: 69 partidos de ACB y 53 de Euroliga, más de la mitad de ellos disputados a puerta cerrada por culpa de la pandemia. “Con lo que más alucino en la NBA es con lo física y exigente que es. Trabajo para ser más rápido, más ágil… para adaptarme al estilo de juego, a los rivales a los que tengo que defender, y a los que tengo que intentar superar en ataque…”, detalla.

“Más que objetivos puntuales, el gran objetivo es sentir que me dejo la piel. Me he machacado en lo físico y me voy a machacar este verano también y sé que todo va a mejorar. No quiero estar allí por estar, quiero ganármelo con trabajo, demostrar lo que valgo y llegar a ser alguien en la NBA”, remata, antes de abrir la mirada a la selección. “Estoy disponible para el Eurobasket [entre el 1 y el 18 de septiembre], por supuesto. Ha sido un año raro, en el que no he jugado todo lo que me hubiera gustado, y tengo muchas ganas de baloncesto y de lograr una medalla”, anuncia Garuba como mensaje de liberación. “Se han retirado las leyendas, pero nos vamos damos relevo los unos a los otros para seguir compitiendo al máximo”, completa.

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