“Valentino Rossi hizo que la gente amara las motos”

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La sonrisa de Valentino Rossi asoma casi por cada esquina del circuito Ricardo Tormo de Valencia. Sonríe Rossi en una pancarta gigante repleta ya de dedicatorias; también en un grafiti que ocupa todo el lateral del edificio principal; y en cada uno de los carteles que, colocados en un montón de camiones del paddock, cuentan su historia en el Mundial a través de todos los equipos por los que pasó. El Rossi de carne y hueso también sonrió este jueves, cuando descubrió una exposición con las nueve motos con las que fue campeón del mundo.

Así despide un paddock engalanado a un piloto que ya es leyenda. El mito se retira este domingo a los 42 años y tras 26 temporadas en las que el motociclismo pasó del amateurismo a la popularización y posterior profesionalización. Etapas a las que ha sobrevivido Rossi, que asomó por el Mundial por vez primera en 1996 —un crío de 17 años— cuando los corredores se hacían jugarretas en la pista para luego compartir charlas y hasta algún pitillo por las tardes. Hoy los pilotos son atletas, apenas existen horas muertas y no se concibe la amistad entre rivales. Salvo que uno esté integrado en la Academy, la academia de pilotos que han construido Rossi y sus amigos de Tavullia. Esos con los que se entrena desde hace años, con los que cena, juega a la Play o pasa tardes en la playa o en el cine; esos a los que ha ayudado a llegar a MotoGP. “Es el mejor legado que ha dejado, el de esa nueva escuela de pilotos italianos”, reflexiona el expiloto Randy Mamola.

En todos estos años nadie ha subido más veces al podio que Rossi. Lo ha hecho en 235 ocasiones, 199 en la categoría reina, en la que ha ganado 89 carreras. Cifras de escándalo para entender los nueve títulos mundiales que acumula. “Quería llegar a los 200 podios, pero no me puedo quejar. Han sido muchos años peleando por ganar, ha sido muy divertido”, decía a su llegada a Valencia.

Amante de la simbología, advierte que este domingo es el 14 del 11 del 21, una efeméride cuyos números suman 46, su dorsal, tan simbólico como lo son el sol y la luna que siempre lució en sus cascos. Porque Rossi es todo eso: muchas victorias, alguna polémica, celebraciones extravagantes y divertidas y una imagen inconfundible, no en vano da nombre a la empresa de mercadotecnia que más factura del Mundial de motociclismo.

Su carisma y su personalidad lo convirtieron en un mito de forma fulgurante. “Mucha gente empezó a ver MotoGP por seguirme desde el principio. Este deporte se hizo más popular, más famoso. Durante mi carrera me convertí en un icono. Para un piloto siempre es más importante lo que pasa en la pista, pero visto hoy desde fuera, eso es lo más espectacular que ha traído mi carrera”, señalaba él orgulloso.

“Valentino atrajo a la gente porque ganaba mucho. Y ganaba en condiciones muy espectaculares”, explica Carmelo Ezpeleta, director general de Dorna (empresa organizadora del Mundial), testigo de excepción del éxito y evolución de la figura de Rossi en el certamen que él empezó a dirigir en 1992. “Lo de las celebraciones estaba muy bien, pero lo que le llamaba la atención a la gente es que ganaba”, apunta. Ganó en 125cc y en 250cc, en su segunda temporada, debutó a lo grande en 500cc cuando las motos apenas tenían electrónica, bestias puras. Y también ganó en su segundo año (11 victorias, 13 podios). La parrilla la integraban entonces Max Biaggi, su primer gran rival, Alex Crivillé, Kenny Roberts Jr o Alex Barros. “Cuando volvió a ganar dos años más y decidió irse a Yamaha aquello ya fue determinante. Todo el mundo estaba esperando que se diera un castañazo de narices. Y no solo ganó, sino que ganó la primera carrera que corrió con Yamaha. Eso fue un cambio bestial”, recuerda Ezpeleta.

“La apuesta por dejar una moto que funcionaba y ganar con Yamaha fue clave. Son aquellos años en los que recuerdo a Valentino como un extraterrestre”, indica Gino Borsoi, director deportivo del equipo Aspar y uno de sus primeros rivales en Italia.

Valentino Rossi posa frente al mural en el circuito de Cheste.
Valentino Rossi posa frente al mural en el circuito de Cheste. AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)

La foto de aquella victoria en Welcom, Sudáfrica, durante la primera cita del año 2004 —Valentino se para junto al vial, se arrodilla y besa la cúpula de la Yamaha— está hecha del material del que se construyen los sueños. La prueba es que es precisamente esa moto, con la que ganó el título aquel año, la que reposa en la habitación de su casa, junto a la cama, para acompañarle en sus desvelos y desearle dulces sueños.

Y Rossi siguió sumando, en Yamaha, hasta alcanzar siete Mundiales en la categoría reina. Hasta que Jorge Lorenzo puso freno a la racha en 2010 cuando todavía se percibía la sensación de que el 46 era imbatible. “En aquel momento había esa creencia, de que a él no se le podía ganar con la misma moto. Valentino es de los pilotos más inteligentes, le acompaña la genética, y tiene un carisma y un encanto especial. A muchos pilotos, ese carisma les impresionaba”, cuenta Lorenzo. A él, no. Y por eso logró batirle. No lo logró nunca Dani Pedrosa, que sí se sintió amedrentado por su figura. “Era súperhabil, iba canalizando energía de una manera u otra para que causara efecto en sus rivales. Me costó perderle ese respeto reverencial”, confiesa.

Tras perder la posición de poder en Yamaha ante el empuje de Lorenzo, el italiano probó suerte en Ducati, sin éxito —se esfumó la ilusión del título para una fábrica y un piloto italianos—; y acabó regresando a la fábrica japonesa para sentirse piloto otra vez. Lo logró. Y estuvo tan cerca de ganar su décimo Mundial como de empañar toda su magnífica trayectoria por una acción desesperada en la que acabó echando de la pista a Marc Márquez, su último gran rival, en octubre de 2015. “Quería intentarlo. Mi último título es de 2009 y de eso hace ya una vida. Hubiera sido una buena manera de cerrar el círculo”, concedía en su despedida.

Superado ya el dolor que le produjo tomar la decisión de dejarlo —”Si hubiera sido competitivo hubiera seguido”—, Rossi dice adiós tras un año en el que se movió habitualmente entre los últimos puestos, con la cabeza más fuera que dentro. Si bien, como tantas otras veces antes, logró sacar la cabeza por última vez y clasificarse este sábado en décima posición, a tan solo ocho décimas del más rápido, Jorge Martín, ante la carrera de este domingo (14.00, Movistar y Dazn). “Para mí es importante poder hacer un buen domingo, sacar un buen resultado”, concedió. Aunque no se desprende de cierta nostalgia. “Tengo un sentimiento extraño. A partir del lunes será todo distinto, tendré una vida diferente”, señalaba en una rueda de prensa especial este jueves.

Tribunas llenas

Más de 70.000 personas asistirán este domingo a su último baile. Las tribunas volverán a teñirse de amarillo por última vez. “La manera en que llegó al corazón de la gente lo hizo especial, consiguió que la gente amara las motos, las carreras, que los fans se aglutinaran en torno a un piloto. Eso no había pasado antes”, destaca Pedrosa.

Rossi será padre de una niña en febrero y la próxima temporada correrá en coches. “Intentaré disfrutar. No hay sensación en la vida comparable a una victoria”, Ya lo prometió cuando anunció su retirada este verano: “Seré piloto toda la vida”.

La duda que tiene hoy el motociclismo es si aquellos a los que puso cada domingo frente al televisor, aquellos a los que arrastró en peregrinaje hasta los circuitos, seguirán enganchados a las motos. “En Italia, mucha parte de la afición dejará de ver las motos cuando no esté Valentino. Ya tuvimos a un personaje como Alberto Tomba, la figura que llevó el esquí cada domingo a la casa de todos. Cuando él se retiró, nadie volvió a mirar el esquí. Este es un peligro que seguramente en Italia sufriremos con Valentino. No creo que pase en el mundo, pero en Italia se notará”, concede con nostalgia Giampiero Sacchi, su primer director de equipo en Aprilia.

Con Rossi acaba una era.

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