Ver con los ojos cerrados te puede cambiar la vida

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No es necesario abrir los ojos para ver. Con los ojos cerrados podemos realizar viajes exóticos, volar, hablar con personas de otras épocas e incluso atrevernos a hacer lo que más nos asusta. Sin embargo, a lo largo de la historia se ha penalizado la imaginación abocándola únicamente al mundo de la creatividad o del arte. Hasta se ha ridiculizado como una habilidad exclusivamente infantil. También se suele decir que la imaginación no tiene ningún valor si no genera o provoca una acción real y visible. Pero esta es una idea equivocada, la imaginación incita a actuar y puede ayudarnos a ser más productivos. Has oído bien. Vamos a apoyarnos en la neurociencia para desmitificar esta teoría y poner en valor este súper poder de ver con los ojos cerrados.

A principios de los años setenta, el profesor Alan Paivio demostró que las palabras concretas, aquellas que podemos imaginar en nuestra cabeza como silla o flor, son más fáciles de recordar que las palabras abstractas como bonito o malvado. Gracias a las investigaciones de este psicólogo canadiense sabemos que el aprendizaje se puede enriquecer con la visualización, incluso en personas cuya memoria está deteriorada. La neurocientífica irlandesa Eleanor Maguire, de la Universidad de Londres, estudió a los atletas de la memoria, esas personas que ganan concursos por tener una memoria prodigiosa. Concluyó que todas ellas utilizan las imágenes mentales como técnica para archivar y recuperar la información.

La Universidad de Harvard también se ha interesado por este fenómeno. Los expertos como Steve Kosslyn han descubierto que cuando imaginamos un objeto se activan dos terceras partes de las mismas áreas cerebrales que se activan cuando lo vemos realmente. De hecho, han demostrado que las imágenes visuales afectan al cuerpo. Esta información se utiliza en publicidad y marketing para impactarnos con los acontecimientos. Todos recibimos cada día multitud de datos escalofriantes sobre contagios, fallecidos en desastres naturales, muertos por hambre… Pero no logran emocionarnos, son números. Sin embargo, todos recordamos emocionados la imagen de Aylan, el niño de tres años que huía del horror de Siria y que yace muerto, tumbado boca abajo, en la orilla de una playa turca. La fuerza de una imagen frente a un concepto abstracto es increíble. Y es que ver sucesos aversivos, incluso con los ojos cerrados, nos afecta emocionalmente, casi como si estuviéramos allí. La buena noticia es que, en positivo, sucede lo mismo. Utilizar nuestra imaginación nos ayuda a regular el estrés, a relajarnos e incluso a que nuestro cuerpo tenga un mayor rendimiento.

Podemos entrenar desde el gimnasio de nuestra imaginación, haciendo deporte mental para aprender nuevas destrezas o mejorarlas. Sí, como estás leyendo. Imaginar que hacemos movimientos sin movernos tiene consecuencias perceptibles. En concreto, puede mejorar la fuerza muscular y la velocidad del movimiento. En 2004, el neurocientífico Vinoth Ranganathan demostró que imaginar la máxima flexión posible en un músculo durante unas pocas semanas incrementa la fuerza de dicho músculo en un 13,5%. Además, observó que varios meses después de interrumpir el entrenamiento este aumento de fuerza se conservaba. De esta forma sabemos que la ejecución prolongada de tareas en la imaginación puede dar lugar a importantes cambios fisiológicos.

Ahora ya lo sabes: soñar despierto puede ser un buen entrenamiento para optimizar tu aprendizaje, mejorar tu memoria e incluso tu forma física. Las imágenes que pasan por tu cabeza, aquellas que tú generas con tus propios pensamientos, van a impactar en tu estado emocional. Trabajar con tu imaginación te ayudará a optimizar tus resultados e incluso a ser un poquito más feliz.

Marta Romo es pedagoga y socia de BeUp.


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