Vicky Martín Berrocal: “Yo no vendo trajes, vendo sueños, ilusiones y verdad”


Toda la imagen que alguien pueda tener de Vicky Martín Berrocal (Sevilla, 47 años) como un torbellino es real. De hecho, se queda corta. Es torrente, terremoto, huracán. Al llegar a la entrevista en su tienda de Madrid está grabando un vídeo, con los tacones tirados por el suelo, imparable después de una jornada larga y frenética. Recibe en el lugar como si fuera —y lo es— su casa. Decide cómo y dónde posar para las fotos y, para la charla, escoge el asiento, se ríe a carcajadas, susurra en confidencias, se emociona hasta la mismísima lágrima. Cuenta sin filtros su vida y remacha sus palabras con la voz, la mirada, las manos.

Cuando han pasado 24 años desde que se convirtiera en alguien popular por su boda con el torero Manuel Benítez, El Cordobés, (de quien se separó cuatro años después y con quien tiene una hija) y tras 15 años en el negocio de la moda con su firma Victoria, Martín Berrocal es una empresaria de éxito. “Solo recibo cariño y admiración”, reconoce a EL PAÍS. “Primero fui ‘la novia de’, después ‘la mujer de’ y después fui Vicky Martín Berrocal. No sé cómo me ve la gente, espero que como yo los siento, con cariño y respeto”. Por el Día Internacional de la Mujer, que se celebra este 8 de marzo, ha sido escogida por Amazon junto a féminas de todo el mundo para poner en valor el talento y el emprendimiento femenino.

Ella representa a España en un grupo en el que están la diseñadora Diane von Furstenberg, o actrices como Mindy Kaling o Priyanka Chopra. Se hincha de orgullo al sentirse elegida como empresaria, y más entre mujeres “con unos nombres y unos apellidos…”. “Un nivelón de emprendedoras que han luchado, peleado y mirado por sus sueños”, dice muy seria. “Cuando te dicen que viene Amazon internacional a buscarte a ti de toda España, a encontrar a esa mujer emprendedora, como un ejemplo de no tener miedo a luchar, a pelear, a sacrificarse… Los sueños se cumplen”, explica contenta.

Lo hace sentada precisamente en un banco frente al probador de uno de esos sueños, una de sus tres tiendas. Si hace 15 años le hubieran contado que iba a llegar hasta aquí, no se lo habría creído. Empezó en la moda flamenca, que dejó hace cinco años para centrar sus esfuerzos en su marca homónima, aunque reconoce que volverá a ella algún día: “Es mi pasión, mi ojito derecho”.

Con Victoria quiso llevar al gran público unas creaciones, de novia primero y de invitada después, no tan accesibles. Ahora maneja precios medios, pero tallajes de todo tipo. “Aquí puedes encontrar todas las tallas. Yo nunca voy a dejar de vestir a la mujer, nunca, me muero”, cuenta, abriendo mucho los ojos. De hecho, le gusta vestir “a todas las mujeres, potenciar a cada una”, independientemente de su cuerpo. Lo dice ella, que muchas veces ha estado en el punto de mira por su físico: “¡Encima de lo que estamos pasando me voy a cortar en hacer lo que me gusta! La vida es corta y hay que tener un equilibrio, pero hay que darse los caprichos que una quiera. Así soy y así vivo. Y a quien no le guste, que no mire”.

La pandemia no ha frenado el avance de su marca, pese a tener que bajar la persiana durante meses (”cerré el día de mi cumpleaños”, recuerda, en referencia al 11 de marzo de 2020). No se le caen los anillos por hacer prendas más baratas o rebajar la colección del año pasado. “Produjimos una colección para primavera-verano y estaba entera. Pues no pasa ”, dice arrastrando largo la última a. “Hay que tirar p’alante. ¿Que qué hacemos con esto? Pues descuentos, que salga. ¿Que no ganas? ¡Pues otra vez lo habrás ganado! Las circunstancias de la vida cambian”, cuenta sin tapujos. Ahora se ha lanzado con una colección de kimonos que han vestido su buena amiga Tamara Falcó —con quien coincidió en MasterChef Celebrity— y la madre de esta, Isabel Preysler, algo que agradece por la enorme visibilidad que da a sus diseños.

Pero la clave de su negocio son sus vestidos, con precios para un público amplio. Reconoce que le dolía que la gente la parara por la calle para decirle que no se los podían permitir. De aquí a verano, de hecho, va a sacar diseños con precios más bajos: “Y se hace lo de 60 euros y otro día una novia de 20.000. Hay que adaptarse a los tiempos”. Eso sí, las dependientas de sus tiendas no la quieren ni ver, ríe. “Me dicen: ‘¡Aléjate de la caja, contigo es imposible, no salimos p’alante contigo!”. Ha rebajado vestidos, incluso los ha regalado a mujeres inmensamente ilusionadas con ello: ”Venían con un recortito arrugado en la cartera…”. Se le empañan los ojos al recordarlo. “Me puede el romanticismo”, se resigna. Como ella dice, es más que una transacción: “Hay historias entre ellas y yo, hay miradas, sensibilidad, alma. Yo no vendo trajes, vendo sueños, ilusiones y verdad”.

Son muchos los momentos de su carrera que recuerda Martín Berrocal, pero pausar su fabricación para hacer mascarillas y batas en la pandemia le pone un nudo en la garganta. “He tenido el agradecimiento de toda mujer que ha salido de aquí vestida, pero aquello… No te puedo contar, porque me rompo. Lo paramos todo, el equipo se puso a trabajar día, noche y madrugada. No he visto gente tan volcada en una colección que yo haya hecho”, ríe emocionada.

Martín Berrocal es digna hija de su padre, el empresario José Luis Martín Berrocal, fallecido hace 12 años. Se pasaría el día desgranando anécdotas suyas, “un tío mayúsculo, que hizo lo que quiso”: de cómo montó empresas como La Sepulvedana hasta sus aventuras en Las Vegas, sin hablar ni gota de inglés, para organizar combates de boxeo con Don King y Mohamed Alí. Piensa que de él ha sacado “una intuición brutal” y esas pasiones por “el arte, por aprender, por vivir”. Nunca estudió diseño, y no se arrepiente de ello. ”Desde el primer momento, con el primer muestrario de telas, no he dudado en un tejido, en la forma de un vestido”, afirma con la seguridad que da tener un pequeño imperio con tres tiendas propias y decenas de puntos de venta por toda España. Cree que eso, la constancia y el tesón, le han hecho ganarse el respeto de una profesión que no siempre la aceptó. “Al principio les costó, pensaron que era un capricho, un ‘esta niña ha venido a contarnos una película’. Pero al final hace ya años que todos me dieron la mano”.

Aunque implicada en su marca como directora creativa, desde junio Martín Berrocal vive en Portugal con su actual pareja, el empresario Joao Viegas. “Pasé la pandemia en Madrid y luego me fui con el camioncito de mudanza, me largué por amor”, confiesa. Se deshace en halagos con Viegas. “He encontrado la persona que quiero que me acompañe el resto de mi vida. Ojalá así sea. Yo lo quiero pa’ siempre”. Le encantaría que acabara en boda. Ya sabe de dónde será el vestido.


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