El tiempo parece haberse detenido por un instante en el taller de sastrería del Palacio Real, ajeno al bullicio que se observa desde las ventanas. A un lado, turistas poblando los jardines de Sabatini y al otro, el tránsito de coches de la calle Bailén. Aquí se respira paz y oficio. Sentadas en sillas de madera, algo más bajas que las que uno tiene por casa y que se han manufacturado a su medida en otro taller del edificio, cuatro mujeres se concentran en sus agujas e hilo. Arreglan detalles de trajes inspirados en modelos originales del siglo XIX. Aún se mantienen algunas originales en perfecto estado en los almacenes de la sastrería, como dos federicas de más de 200 años. No hay presencia de nada digital en la sala, salvo los móviles de las auxiliares más jóvenes, que reposan sobre una mesilla. Las máquinas no cuentan con botones ni pantallas, aquí todo es analógico.
Un sonido de tacones rompe el silencio: “Echáis de menos a la mami, ¿verdad? No sé que van a hacer sin mí”, le dice al entrevistador. Beatriz García Martín, encargada de la sastrería histórica del Palacio, lleva desde 1990 creando los trajes del servicio de todo tipo de eventos de la Familia Real, como almuerzos, cenas de gala, cartas credenciales, la Pascua militar o el día de la Hispanidad. Ha estado al servicio de Juan Carlos I, al que tuvo que atender por un un lamparón en una ocasión, y de Felipe VI. Los días de acción, acompañada por su costurero, asiste en un pequeño cuarto a quien se ve apurado por una mancha o por la rebeldía de un hilo suelto que descuelgue una medalla. Ha asistido a presidentes como Pedro Sánchez a ministras, como Ana Pastor, y a mandatarios de otros países, como la argentina Cristina Kirchner.
En el vídeo que acompaña a esta noticia, EL PAÍS acompaña a la sastra en la cena de gala del presidente de la República de Italia, Sergio Mattarella, celebrada el pasado 16 de noviembre. Sobre su jubilación, que no recibe con ilusión, Bea, como la llaman sus compañeras, se resigna: “Espero llevarla bien. Quiero pasar tiempo con mis nietos, bailar sevillanas y visitar Nueva York con el Imserso, que no lo conozco”. Todos los días desayuna con un cartel de los rascascielos de la Gran Manzana, que ella misma trajo a la salita del café. Aquí tampoco parece haber transcurrido el tiempo. En la imagen se ven las Torres Gemelas.
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