Viva el mercado, Banksy y sus grafitis


Llama la atención que la apertura de la expo del anónimo y riquísimo grafitero Banksy en Barcelona, inaugurada a bombo y platillo por altos responsables del Consistorio, coincida con precisión exacta con la recuperación de la voracidad de las subastas de arte en Nueva York. Volvemos a los tiempos anteriores al virus, aquellos que no se debían repetir. No ha terminado la pandemia, ni de lejos, puede que por eso mismo se repitan estas cosas. Lo que hemos convenido en llamar ‘reactivar la economía’ se manifiesta a través del mercado del arte como de costumbre: como un sensor y un termómetro de lo que pasa en el mundo del dinero global. Las grandes fortunas americanas y asiáticas se han exhibido esta semana en las subastas, mientras aquí celebramos al rutilante grafitero.

De hecho, el mismo Banksy confirmaba la salud del mercado hace exactamente un mes, cuando el cuadro autodestruido en una subasta en 2018 tras ser vendido por 1,2 millones de euros ha vuelto a ser subastado en sus restos y vendido por ¡21,25 millones de euros!

No creo que vaya a ver su expo. Escribo estas líneas para comentar las vueltas de tuerca de su sospechosa trayectoria, que culmina con exposiciones que “no autoriza”. Lo ha sido desde sus inicios, en los primeros años de los noventa, cuando aparecieron sus pintadas con su nombre en las calles de Bristol. Causaba sospechas entonces porque muy pronto se vio que no había (ni habría) manera de saber quién era, ni si lo que pintaba lo hacía un único individuo o un colectivo: aparecían pintadas en lugares distantes del planeta el mismo día o al cabo de pocas horas. Era reconocible y agudo, político en extremo, daba en el clavo. Un sospechoso interesante. Un zarpazo en la tónica de tantos artistas del siglo pasado indiferentes al museo, desde los Dadá a los que optaban por las artes gráficas y el diseño y entrar así en casas, tiendas, fábricas y revistas. Banksy y su generación estaban en esa línea. Proclamas anticapitalistas, parodias de los mitos fundacionales del Estado a través de figuras del arte pop y de los medios de masas. Se hizo enormemente popular y admirado por muchos.

El artista pronto organizó su propio mercado, gracias a la economía digital. En su web puede usted comprar lo que desee y pueda pagar. Empezaron entonces otro tipo de sospechas. ¿Era lo mismo un grafiti en la calle que una litografía del mismo que puedes colgar en casa? Por qué no, es lo que hacemos con cualquier reproducción, incluso con una postal o un póster. Banksy se convertía en una marca. Sabe jugar todos los juegos del mercado. A veces me parece acertado y divertido cómo se ríe del mercado, por ejemplo con lo del cuadro autodestruido en la misma sala de la subasta. O cuando estos días, el personaje que interpreta Christopher Walken en una serie de la BBC, The Outlaws, destruye un banksy callejero con la aprobación del grafitero y consumado negociante.

Otras veces, sospecho y confirmo que se está pasando de rosca y muñendo las ubres de su vaca dorada. Convengámoslo, es un buen alumno de Dalí y de Andy Warhol, que entendieron muy bien el mercado del arte contemporáneo. Y demostraron que la mercadotecnia extrema puede anestesiar al arte. Así se ha montado la exposición de Barcelona, en el museo de una plaza de les Glòries que acaba de estrenar su túnel subterráneo, de gran categoría. Hay que revalorizar el entorno. Y aquí entra Banksy. Con una expo titulada en inglés El arte de la protesta, no faltaría más. Leo que se presentan 70 obras de coleccionistas, que llevan el certificado de autoría que concede su oficina, Pest Control. Es una más de sus exposiciones ‘no autorizadas’, nunca las autoriza; se hacen y revalorizan las obras y su reputación. Vendes, pero no autorizas. Se trata de mantener el aura de la protesta, si cuela, y suele colar. Bien mirado, es un portento. Banksy el jugarretas.

La han visto más de tres millones de visitantes en diversos lugares del mundo desde 2018, empezando por Moscú. No es lo mismo que ver sus obras en la calle, ciertamente. Puede tener su gracia, pero hay que saberlo. Sucede también con él otra cosa: el arte callejero tiene otros artistas que la marca Banksy tapa. Sospechosa entrada en el museo. Ni da espacio a una visión más amplia de la calle ni tampoco se exhibe junto a otros artistas de galerías y museos. Se muestra solo y único. Y no estoy segura de que lo que vende y ahora se expone sea realmente original, y no copias de copias de lo que un día estuvo pintado en muros de lugares no siempre afortunados.


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