William Parker: “Si eres un músico negro, en EE UU te colocan en la casilla del entretenimiento, la de Jay Z y Beyoncé”

WILLIAM PARKER. Fotografía: ANNA YATSKEVICH (CENTERING MUSIC / AUM FIDELITY)
WILLIAM PARKER. Fotografía: ANNA YATSKEVICH (CENTERING MUSIC / AUM FIDELITY)ANNA YATSKEVICH (CENTERING MUSIC / AUM FIDELITY)

Es mediodía de un sábado de primavera y William Parker ya ha tenido tiempo a estas horas de componer un rato, escribir poesía, adelantar el texto de un catálogo, escuchar hip-hop de Nueva Orleans y atender por videoconferencia esta entrevista, interrumpida por la llegada de un fontanero, la llamada de un tal Jackson, que acaba de aterrizar en Nueva York, y la visita de una pareja de prometidos, a la que el músico ha citado para darles su regalo de boda: un ejemplar de Migration of Silence Into and Out of the Tone World [Volumes 1-10], su último lanzamiento, una caja de 10 CD con música nueva compuesta y grabada entre 2018 y aquel momento de 2020 en el que todo paró. Claramente, Parker, “el contrabajista más brillante de la historia del free jazz”, según The Village Voice, no pierde el tiempo.

El ajetreado salón de su apartamento en la parte baja de Manhattan parece amplio en la perspectiva Zoom. Lleva viviendo allí con su mujer, la bailarina Patricia Nicholson, desde 1975, cuando ambos eran puntos de referencia de la escena Loft Jazz, corto verano de la anarquía durante el que los músicos de vanguardia herederos de John Coltrane y Albert Ayler aprovecharon la bancarrota de la ciudad para vivir y tocar en grandes espacios que alquilaban por cantidades ridículas de dinero. A diferencia del resto, ellos tuvieron la visión de convertirse en propietarios. “Antes bajabas a comprar leche y te encontrabas con un montón de músicos. Hoy ya no queda nadie”, se lamenta Parker (Nueva York, 1952).

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El credo de la pareja resiste. Ambos comparten una visión sobre la vida, la política y el arte (“ahí está el secreto de nuestra larga relación”), basada en el compromiso creativo y en el sentido de comunidad. No se les conocen concesiones comerciales, tampoco cuando la familia apenas conseguía llegar a fin de mes en los setenta. Organizan un festival (Vision), que este año celebra su vigesimoquinta edición, y ella dirige una asociación sin ánimo de lucro llamada Arts for Art, consagrada a la promoción del free jazz “como un arte genuinamente afroamericano”. Parker es famoso porque siempre está listo para echar una mano, y así continuó siendo durante la pandemia. Por cosas como esa, el batería Andrew Cyrille lo llama “el alcalde del Lower East Side”.

El batería Andrew Cyrille lo llama el “alcalde del Lower East Side” de Nueva York

Parker, “vacunado con dos dosis de Moderna”, regresó a la vida poco antes de la entrevista y tras un año “de la mayor crisis que ha conocido”, al principio de la cual se volcó en “el estudio del Holocausto” y “en la música de El DeBarge”, exitoso cantante de la Motown de los ochenta, hoy olvidado. Fue con un concierto al aire libre en Central Park junto al pianista Cooper-Moore y el percusionista Hamid Drake, dos de sus más fieles escuderos. Al día siguiente, entraron en el estudio para registrar un álbum.

La relación de Parker con Cooper-Moore ilustra bien el ascendente de su figura en la escena. Ambos se conocieron cuando este llegó a principios de los setenta a Nueva York y alquiló un edificio de cinco pisos en la calle Canal, que se convirtió en uno de los lugares clave del Loft Jazz. La ciudad pudo con Cooper-Moore, que la abandonó en 1975, como recuerda el pianista en una conversación desde su casa en Harlem. “Pagaba 550 dólares al mes por todo el inmueble. Hoy su lugar lo ocupa un hotel en el que una habitación normalita cuesta eso por noche”. Se mudó a Virginia y se ganó el pan “dando clases, tocando country y grandes éxitos de rock de los 50”. Un día, “cansado de su vida insatisfecha”, decidió, mientras contemplaba una fotografía que tomó a Parker la primera vez que tocaron juntos, que era hora de volver a probar suerte en Nueva York. Se volvieron a encontrar y casi 40 años después siguen inseparables.

La búsqueda de autonomía económica ha sido una constante en la vida del contrabajista, como se desprende de Universal Tonality, biografía recién publicada por la editorial de la Universidad de Duke. Cisco Bradley, su autor, recurre a una escena elocuente para iniciar el relato: en ella se ve al músico en 1998, al frente de una big band en la ópera de Verona. Para una generación que luchó contra la pobreza, el desprecio social y el desdén de las instituciones, el respaldo de las audiencias europeas en los templos de la gran cultura supo a conquista.

“Si eres afroamericano e intérprete de jazz de vanguardia, no encajas en mi país”

William Parker

“Como músico negro, en mi país, te colocan enseguida en la casilla del entretenimiento, la de Jay Z y Beyoncé”, dice. “Si te dedicas a la composición contemporánea, no encajas. Y si eres intérprete de jazz de vanguardia, tampoco. No tenemos el apoyo de las radios, los festivales o las instituciones. No es caridad, es justicia; no hay estructura que nos apoye, como sí se apoya, por ejemplo, a Philip Glass o John Adams”.

En su declaración de independencia fueron cruciales los años en los que tocó (junto a Tony Oxley) en el trío de Cecil Taylor, leyenda del jazz fallecida en 2018. Para hacerse una idea del lugar desde el que partía antes de eso está el documental Rising Tones Cross (1985), pensado para la televisión pública alemana, en el que la cámara conduce al espectador por destartalados apartamentos, esquinas de un Manhattan a punto del colapso y auditorios poco glamurosos. Está disponible en YouTube. Con Taylor, Parker vio mundo e hizo “algo de dinero”, aunque no siempre fuera fácil. “Sobre todo para los agentes. Cecil tenía muy claro qué quería y qué no quería hacer, así que no tocábamos tanto como podíamos. La música, eso sí, era fantástica, probablemente la mejor de todas”.

Pese a que su debut discográfico como líder llegó en 1981, la explosión de su carrera vino después, con la estabilidad de los noventa. Desde entonces, se ha mostrado prolífico. “Más con los años”, admite el contrabajista. “Tengo mucha música que no quiero que se quede sin ver la luz”. Una manera de adentrarse en su frondosa discografía es de la mano de sus formaciones estables: el William Parker Quartet, la big band Little Huey Creative Music Orchestra, In Order to Survive o su reciente trío Farmers by Nature.

“Tengo mucha música que no quiero que se quede sin ver la luz”.

William Parker

Dos conceptos de cosecha propia unen las diversas encarnaciones de su música. Por un lado, está lo que llama “tone world” (mundo tonal): “Ese lugar que vamos cuando el espíritu abandona el cuerpo”. Se llega, según Parker, al tocar o escuchar “música inspiradora”. “Cuando estás allí aprendes cosas sobre la vida y sus misterios. Hay músicos que no lo alcanzan nunca; otros, como Coltrane, llegan con la primera nota”. La otra idea la bautizó como “universal tonality” (tonalidad universal). “Es la posibilidad de tocar con cualquier intérprete de cualquier parte del mundo aun partiendo de lenguajes distintos. Como cuando dos niños se juntan en un parque. No hablan el mismo idioma, pero al minuto están jugando juntos”. Esa comunicación se plasma también en otro nivel, más intelectual que intuitivo, en la serie de libros de conversaciones con músicos que ha publicado desde 2011. El cuarto está a punto de salir.

Parker creció en el Bronx en una de esas urbanizaciones de aluvión que las drogas y la mala planificación urbana convirtieron en un infierno. De su padre heredó el gusto por “Duke Ellington, Count Basie o Ben Webster”. De su madre, “la destreza con las manos”. Su voracidad cultural hizo el resto. En la entrevista, el contrabajista recordará el día en que escuchó con 22 años recitar a Ernesto Cardenal en Nueva York o cómo llegó a Luis Buñuel a través del saxofonista Archie Shepp. “Me gustan todos los tipos de música, lo que no significa que me interese todo de cada género. Con el cine es peor; me trago lo mismo una de [el cineasta experimental] Stan Brackhage, que Lawrence de Arabia o un bodrio como En realidad, nunca estuviste aquí, en la que Joaquim Phoenix se lía a martillazos con todo el mundo. Nunca me duermo o dejo una película, así que más me vale escogerlas bien”.

Como alguien que peleó por cultivarse y compró a plazos su primer instrumento, un rudo contrabajo de fabricación checa, Parker, que echó los dientes descifrando los mensajes ocultos en las columnas de Jonas Mekas en la prensa libre de Nueva York, salpica con naturalidad su obra de referencias históricas y culturales sin resultar pedante. “En el instituto, un profesor le dijo que nunca llegaría a nada, que mejor haría en conformarse con trabajar de mozo de almacén en el Distrito de la moda”, recuerda su amigo Cooper-Moore. “Eso lo motivó. Desde entonces tiene una determinación: convertirse en la persona que ha acabado siendo”.

Un profesor le dijo en el instituto que no llegaría a nada. Eso lo motivó

Cooper-Moore, pianista

La caja recién editada es una monumental refutación de las dotes adivinatorias de aquel profesor. El resultado habla de su poder de convocatoria (participan más de 30 intérpretes) y de su genio musical y literario. Parker, que apenas toca el bajo en los 10 discos, compone y produce todo el material, bien sea una pieza para cuarteto de cuerda, partituras piano solo, ensembles de jazz, tríos de voz, bajo y percusión o un álbum titulado Mexico que empieza, en español, diciendo: “No somos criminales / no somos traficantes de droga”. También escribe, como de costumbre, todas las letras y los textos del libreto.

A diferencia de otros músicos de vanguardia, Parker ha demostrado siempre un gran respeto por las canciones y los vocalistas, sin miedo a suavizar de más las aristas de su propuesta. “En muchos sentidos es un poeta”, explica desde Dallas la elegante cantante Leena Conquest, colaboradora desde hace 25 años del músico. “Por el modo en el que escribe, y por cómo toca las canciones. Siente un gran aprecio por la voz y por las historias”. Conquest participó en uno de sus proyectos más exitosos, un tributo que reinterpretaba “desde dentro” las canciones del gigante del soul Curtis Mayfield.

La primera edición de Migration of Silence… se agotó inusualmente rápido para sorpresa de Steven Joerg, propietario del sello AUM Fidelity, ciertamente fiel a Parker desde que lo editó por primera vez a mediados de los noventa. Joerg opina al otro lado de la pantalla y mientras sostiene como un trofeo un ejemplar de The New York Times con el músico a toda plana, que el tiempo ha dado la razón al contrabajista. Por un lado, están las escenas del nuevo jazz global, que reevalúan la herencia recibida sin demasiado respeto por el canon. “¡Es normal que los jóvenes prefieran a Alice Coltrane que a Wynton Marsalis!”, exclama Parker sobre el trompetista que ha dictado durante décadas lo que es y no es jazz en EE UU. “No quieren escuchar esa música pretenciosa. El otro día puse su último álbum [The Democracy! Suite]… ¡Venga ya! Yo he estado tocando suites democráticas desde el principio de mi carrera. Ahí no hay excitación posible”.

Por el otro, el debate racial en su país, avivado tras el asesinato de George Floyd, ha colocado en el centro muchos de los posicionamientos políticos de Parker, que es heredero del activismo afroamericano de los años 60 y dedica su música en un texto del libreto a “aquellos que quieren eliminar el odio, el racismo, el sexismo, la avaricia y la mentira; todo eso que ha llenado la historia de imperialismo, guerra, genocidio y un desprecio absoluto por la santidad de la vida”. Sobre lo que vendrá con Joe Biden, se muestra moderadamente optimista. Otra cosa es la condición humana. “Estamos condenados a repetir los mismos errores. El confinamiento trajo cosas buenas, como la reducción de la violencia policial, pero en realidad fue solo porque había menos jóvenes negros caminando por las calles. El problema de EE UU es la ignorancia de quienes piensan que porque hayan existido Obama, Oprah Winfrey o Denzel Washington, el racismo está erradicado. Queda mucho por hacer”.

Y claramente, Parker lo seguirá haciendo.

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